Las primeras veces son sumamente importantes en la vida de una persona. Suelen ser el inicio de una era, de una nueva etapa. Son un cambio. Un enorme cambio, son un constante recordatorio de que todo tiene un comienzo y de que también todo llega a su fin, porque eventualmente todo termina. Pero cuando algo termina, siempre algo comienza.
Mark fue mi primera vez en todos los sentidos; él fue el primer chico al que besé, fue él primer muchacho con el que estuve y él primer chico del que me enamoré. Fue mi primer amor. Y sí, terminó. Tiempo después pero terminó.
Me separé de él lentamente y dentro de mí cientos de mariposas emprendieron el vuelo tan alto que pensé que de un momento a otro las vomitaría. Y se sentía bien. Muy bien.
—Te llevaré a casa.
Sus dedos entrelazaron los míos y me condujo hasta su coche. Subí y él lo hizo también. Arrancó el coche y salimos por el otro lado, a lo lejos se escuchaban las patrullas y en medio de la nocturnidad me pareció ver el esbozo de una ambulancia, pero no lo pude comprobar. Mark aceleró tan rápido que cuando quise hacerlo ya estábamos muy lejos.
Entonces me di cuenta que justamente tal y como el coche lo hacía colina abajo, la relación entre Mark y yo iba demasiado rápido e iba adquiriendo una velocidad exorbitante. Por supuesto que me gustaba, no solamente por el peligro y adrenalina que la piel de Mark destilaba, sino porque me hacía sentir libre e invencible el estar con él. Pero apenas lo conocía y temía que pensara que era una chica fácil con la cual podía acostarse y después abandonarla; o peor aún que hubiese escuchado los chismes del pueblo acerca de mi madre y de mí y que pensara que yo era una puta.
Con esos pensamientos en mi cabeza lo único que me hicieron fue reventarme mi burbuja. Tal vez Nicholas tenía razón y debía alejarme de él.
Cuando llegamos a mi casa, las palabras estaban en mi boca a punto de salir precipitadamente. Por alguna extraña razón me sentía herida.
—Muchas gracias por haber ido hoy, Ele y de verdad lamento lo sucedido. Los vecinos debieron de haberse quejado o algo…
—¿Por qué me besaste? —le pregunté repentinamente cambiando de tema.
Él pareció sorprendido por mi pregunta. Su mano atravesó su cabello rebelde.
—No lo sé, ¿por qué me correspondiste el beso? —quiso saber.
—No lo sé. Quise hacerlo, supongo.
—Yo también quise besarte, Ele. ¿Por qué preguntas?
Suspiré. ¿Cómo decirle que estaba aterrada por que él pensara que era una cualquiera y por que me usara como Nicholas usaba a las chicas del instituto? ¿Cómo?
—No quiero que pienses que soy fácil.
—Nunca lo pensé —admitió—. Me agradas, Ele.
—No me conoces —le recordé—. No soy como las demás chicas a las que supongo estás acostumbrado.
—Entonces permíteme hacerlo, permíteme conocerte y saber cuáles son tus fantasmas y saber qué es lo que te hace distinta, genuina y especial, aunque debo decir que te conozco lo suficiente para saber por qué. Basta con mirar tus ojos esmeralda. Sé que eres diferente y lo diferente es bueno.
Sus palabras me dejaron sin habla. Lo decía con tanta convicción que parecía predicar su sublime credo a un ateo. Lo decía de la misma forma en la que una verdad se dice.
Sonreí.
—Sí, lo diferente es bueno.
—Entonces, ¿me dejarás pagar mañana cuando te lleve a cenar a las 8?
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Sólo tú.
Romance¿Existe la amistad entre un hombre y una mujer sin que uno termine enamorado del otro? Desde niños Eleanor Evans y Nicholas Hayes han sido mejores amigos y nunca enamorarse del otro había significado un problema. Al menos hasta que sus sentimientos...