Cuarenta y tres.

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Cuando regresé a casa, Rachel estaba preparando cocoa. Pasaban unos minutos después de las doce y la muchacha aún parecía tener bastante energía.

Me quité los zapatos y ella salió de la pequeña cocina para reunirse conmigo.

—Lamento lo que pasó, Eleanor. No me gusta que estemos peleadas.

—No, Rach. Yo fui la tonta, no debí de haberme puesto así de histérica. Estaba cansada pero no era para tanto. Ustedes no han hecho otra cosa más que ayudarme y debería de ser más agradecida.

—Es que lo eres. Traes muchas cosas en la cabeza y no debí de presionarte así, ¿todo bien?

—Todo bien.

Rachel me dedicó una auténtica sonrisa y me ofreció su mano:

—Vamos, te serviré chocolate caliente.

La seguí a través del departamento hasta nuestra improvisada cocina y me senté en una de las sillas destartaladas. Rachel puso enfrente de mí una humeante taza de chocolate y se sentó a mi lado  con la suya.

—¿Y qué tal Peng You? ¿Igual de apestoso que en la mañana?

Suspiré.

—Me despidieron.

—¡¿QUÉ?!

—No te escucharon en China, Rachel. Más fuerte.

—¡¿Por qué que te despidieron, Eli?!

—Larga historia.

—Larga noche, ¡ahora explícate!

Respiré hondo.

—Sólo diré dos palabras: Claire Duncan.

—¡Oh, no! ¡Esa perra no otra vez!

Después de explicarle rápidamente lo que había sucedido esa noche, Rachel estaba con el rostro tan rojo como un tomate y llena de mucha ira. Tan pronto como que callé, ella estalló en gritos.

—¡Es una estúpida! Pero escúchame bien Eleanor Evans, en cuanto la vea le romperé la cara a golpes.

—No lo vas a hacer.

—¡Sí, lo voy a hacer! —declaró.

—No, Rachel. Esta es mi batalla, no la tuya —repuse tajantemente.

Mi mejor amiga chasqueo la lengua, en señal de negación.

—No vas a hacer nada, Eleanor y si tú no lo haces, yo sí iré a patearle el trasero a esa chica. No voy a dejar que te vuelva a lastimar, ¿me entendiste?

—Rachel, Claire Duncan…

—¡Claire Duncan nada! Y perdón, Eleanor, pero así soy yo. Defiendo a los que quiero y créeme —dijo, mirándome directamente a los ojos— aunque se tratase del mismo presidente, te defendería.

—Gracias, Rachel, eres mi mejor amiga.

—Y tú la mía, Eli.

***

Cuando Nicholas apareció a medio día en el consultorio, yo masticaba una manzana y leía el libro que David me había obsequiado el día anterior. No me di cuenta de su presencia hasta que dejó caer una pila de periódicos en mi escritorio. Levanté mis ojos y me encontré con su mirada color verde y su sonrisa de dentífrico.

—Pasé por una tienda y encontré algunos periódicos para iniciar con la búsqueda del empleo ideal.

—¿No asaltaste la tienda, verdad? —pregunté mientras contaba mentalmente el número de periódicos que había llevado mi amigo.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora