2002

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Quinta parte.

Cuando abrí los ojos tenía la página del libro adherida a la piel de mi mejilla a causa del sudor. Me incorporé lentamente, escuchando el crujido de mi espalda en el acto, y fui a ver la hora al reloj de la cocina. Eran casi las tres de la mañana, lo que significaba que había dormido poco menos de una hora.

Bostecé escandalosamente antes de prender la cafetera. Aún me quedaba mucho trabajo por hacer y no podía darme el lujo de dormir un par de horas más a pesar de que mi cuerpo lo pedía a gritos. Necesitaba poner manos a la obra antes de que Charlie decidiera despertarse.

Aparte del ronroneo del motor de la cafetera, el departamento estaba en silencio. Afuera se escuchaba una sirena, patrullando el barrio chino. Me sentí un poco aliviada. Hacía un par de semanas habían asaltado Peng You a mitad de la noche y aún tenía los pelos de punta, especialmente esa noche que estaba sola.

Rachel se había ido a Milan una semana antes. Era su primer viaje de trabajo a otro país y jamás la había visto tan emocionada y nerviosa. Iba a la semana de la moda, donde modelaría para diferentes casas de alta costura. Era una enorme oportunidad para darse a conocer frente a los medios de otros países y sabía que lograría dejarlos con la boca abierta.

Luego estaba mi madre. Ella vivía el romance. ¡Vaya que lo vivía! Mary-Kate estaba en un, ¿cómo decirlo? ¡En una película! ¡Así es! Vivía en su propia versión de Mujer Bonita. Ella era Vivian y Elliot era su Edward Lewis. No recuerdo ni un día en el que no la hubiera visto feliz. Elliot se desvivía cada segundo por verla sonreír y jamás estuvieron tan enamorados como en esos días.

Ese fin de semana habían ido a Los Ángeles –se los dije: Mujer Bonita– y me habían dejado con Charlie en el departamento. Mi madre no estaba muy segura al respecto: era la primera vez que iba a estar completamente sola con la bebé.

Debo admitir que al principio me había sentido un poco ofendida. ¡Estábamos hablando de mi hija! Claro que la cuidaría con mi vida, nada malo le iba a pasar e íbamos a sobrevivir un fin de semana. No entendía las preocupaciones de mi madre, ni los motivos de su desconfianza.

—No es eso, cielo —había dicho mamá, mientras empacaba su maleta—. Claro que confío en ti y sé que es tu hija pero me da pendiente que estés completamente sola en la ciudad. Rachel y Pierre se fueron a Italia y luego nosotros iremos a Los Ángeles y... —dejó de empacar— ¡Es una locura! Le diré a Elliot que posterguemos el viaje hasta que regrese Rach.

Mi madre comenzó a sacar la ropa de la valija rápidamente, con la determinación de quedarse este fin de semana. No podía dejarla hacer eso. Era su turno de vivir y ser feliz y yo no iba a ser un motivo para que no lo hiciera. Atrapé sus manos, deteniendo su labor y ella volteó a verme, frunciendo el ceño.

—Vas a ir, mamá. Quiero que vayas a Los Ángeles y te tomes una foto en el Paseo de la Fama y me compres un llavero, ¿sí?

Puso los ojos en blanco.

—Hablo en serio —declaré—. Es tu turno, ya has hecho bastante por mí —Mary-Kate abrió la boca para contradecirme pero la callé rápidamente.—: Y antes de que me refutes lo contrario quiero que sepas que estaré bien y no voy a estar sola en Nueva York. David estará en la ciudad y si algo pasa, por más mínimo que sea, prometo hablarle y luego te llamaré a ti, claro está.

Mi madre suspiró y sopesó mis argumentos unos minutos antes de rendirse y volver a meter su ropa en la maleta. 

Elliot y Mary-Kate se fueron el viernes, después de cerrar la cafetería a medio día. Prometieron llamarme en cuanto llegaran y traerme ese llavero que les había pedido. Recuerdo que tan pronto como cerraron la puerta con llave, sentí el peso de la responsabilidad caer sobre mis hombros.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora