Siete.

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Estaba sentada en el sillón de mi casa, mis maletas estaban a un lado. Mamá estaba en el otro sillón frente a mí y Elliot estaba a su lado. Un momento, ¡¿qué estaba haciendo Elliot ahí?! Oh, sí, por esto:

Después de haber soltado la bomba, minutos antes de por fin marcharme a Nueva York, mi madre gritó mi nombre completo un par de veces antes de que Elliot corriera hacia ella a preguntarle porqué tanto alboroto. Entonces mamá sólo mascullaba “embarazada” una y otra vez.

Elliot palideció y le dijo a sus hijos que me llevaran a casa en el Mercedes y que ellos volverían en taxi.

Los chicos obedecieron a su padre y llevaron. El camino fue en silencio. Nicholas manejaba y Charlie iba atrás. Ninguno sabía exactamente qué decir. Yo solamente miraba por la ventana con los ojos empañados en lágrimas, tratando de controlarme un poco.

Cuando llegamos Charlie me abrió la puerta y entré a casa.

Los chicos se marcharon tan pronto Mary-Kate y Elliot aparecieran.

Noté que mi madre había llorado y mientras Elliot preparaba una taza de té para calmar a Mary-Kate, ella se limitó a mirarme inexpresiva.

—¿Quién es el papá? —preguntó cuando Elliot se sentó a su lado. Noté que sus dedos se entrelazaron.

—Mark.

—¿Ya lo sabe?

—Sí.

—¿Desde hace cuánto sabes que…?

—Un mes.

—¿No pretendías decírmelo?

—No realmente.

—¿Por qué?

—No quería decepcionarte.

—¿Te ibas a marchar así sin más? ¿Pensaste que no lo notaría?

—No iba a venir en nueve meses —admití—. Después entregaría en adopción al bebé.

—¡¿ADOPCIÓN?!

Mary-Kate se echó a llorar.

—¡Mamá! —exclamé, también al borde del llanto—. Nicholas me había hecho prometer que no lo daría en adopción y estaba dispuesta a cumplirlo pero no le puedo dar un futuro y perdóname. Sé que te decepcioné y —muy tarde. Yo también estaba llorando.

Ninguno de ellos me tuvo que pedir que me marchara a mi cuarto, simplemente lo hice. Lloré toda esa tarde hasta quedarme dormida, hasta perderme en mis sueños donde mi vida era mucho mejor de lo que era en realidad. Cuando desperté, noté mis ojos muy hinchados y también que no estaba sola. Elliot Hayes estaba sentado en una silla a mi lado, observándome.

—Tu madre está dormida —me avisó.

—Lamento que hayas sido testigo del drama de las Evans —me disculpé.

—No tienes porqué disculparte, ¿sabes? Me gustaría pertenecer a ese drama —suspiró—. Amo a tu madre tanto, Eleanor.

—Lo sé —dije.

—¿Lo sabes? —murmuró, asustado.

—Se nota cada vez que la miras. La miras muy diferente a como miras a tu esposa. A mi madre la miras como si no existiera algo más perfecto y hermoso en el mundo. A Astrid nunca la has mirado de esa manera.

Él pareció sorprendido.

—Le pediré el divorcio.

—Eso es inmenso, Elliot. ¿Ya lo pensaste bien?

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora