Catorce.

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En una primera cita uno no sabe cómo comportarse. No sabes cómo vestirse, no sabes qué decir y no sabes qué ordenar. Una primera cita resulta muy estresante, mucho más de lo que esperas.

No obstante existen publicaciones (bastante estúpidas a mi parecer) sobre lo que debes y no debes hacer durante una primera cita. Que no debes de ir muy arreglada, que no debes de hablar de tu ex ni del número de hijos que quieres; que debes de ir neutral, debes mostrarte natural y risueña… en fin, hay un montón de reglas para una primera cita que al final del día se pasan por alto y las personas hacen de sus citas inolvidables en dos sentidos: inolvidablemente desastrosas o inolvidablemente perfectas.

La mía fue inolvidablemente perfecta.

La primer parada fue el restaurante que había mencionado en la playa. Cape May era un pueblo costero de Nueva Jersey cuyo principal atractivo era ser uno de los sitios turísticos más viejos del país, eso sin contar su arquitectura victoriana que estaba prácticamente en todo el pueblo. Por ejemplo, mi casa, a pesar de ser diminuta, poseía ese estilo: asímétrico con techos empinados.

El restaurante daba hacia la playa. Era pequeño y apenas estaba iluminado por unas cuantas lámparas en las esquinas. Las paredes de madera tenían colgados varios cuadros con barcos a escala por todos lados. El piso era de madera y tenía una que otra tabla rechinante que chirriaba a cada paso que dábamos. Me daba la impresión de que estábamos en un barco.

—Nunca he venido aquí —se excusó—. Kelly (la chica del supermercado) me dijo que era un buen sitio…

No dije nada y me dejé guiar hasta una mesa, cerca de la ventana. Pronto apareció un muchacho a limpiar la mesa y a ofrecernos el menú. Miré la carta y me dejé guiar por mi apetito, no por lucir interesante y preocupada por mi peso y limitarme a pedir una ensalada solamente. Opté por pasta, esa nunca fallaba y té helado. Mark ordenó langostinos a la mantequilla y una soda.

—Me agradó tu madre —dijo tan pronto como el mesero se marchó—, es una excelente cantante. Deduzco que tú cantas igual.

—No, soy un asco —admití.

—No creo que dé tanto asco como tu gusto musical —se burló.

—Mierda, Mark, eres un insoportable —solté—. Mi guilty pleasure son los Backstreet Boys, pero soy bastante versátil. The Beatles, The Rolling Stones, Michael Jackson, Billy Joel, Elvis y Streisand, crecí con ellos. Los Backs son sólo mi gusto culposo.

El chico se echó a reír.

—Te ves bonita cuando estás irritada.

—¿Así te ligas a las chicas? —pregunté con sarcasmo.

—No.

—Entonces, ¿cómo?

—No quieres saber.

—¿Tan patético es?

Soltó una risita por lo bajo antes de desviar su mirada al océano. Las olas rompían con fuerza contra la playa y a lo lejos se podían escuchar aún gaviotas buscando un sitio donde dormir. El faro del puerto iluminaba prácticamente toda la costa y gracias a él alcazaba a ver los demás locales llenos de gente.

—Les cuento de mi banda, generalmente se impresionan, después las invito a una película en el autocinema (o al menos eso hacía en Nueva Inglaterra) y después a mi departamento donde ordenamos pizza. Toda la noche les digo cuán hermosas son y ¡bam!

No hizo falta que me tradujera lo que “bam” quería decir. Se acostaba con ella. Era como Nicholas hasta cierto punto, sólo que mi mejor amigo se limitaba a los pantalones de Claire Duncan, en ese momento.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora