Setenta y cuatro.

3.4K 305 32
                                    

—Nada, El. Es sólo que... pensar en que tendré que dirigir esto yo solo me pone un tanto histérico.

Lo miré confundida.

—¡Pero qué dices! Fuiste presidente estudiantil, llevaste a las Panteras al campeonato y construiste este lugar, tonto. Lo harás de maravilla.

—¿Eso crees?

—Así es, Nicholas —sonreí, tratando de infundirle confianza—. Lo harás muy bien y sí, me apetecería una taza de café.

Lo seguí hasta el mostrador y él sonrió un poco más convencido. Mi amigo molió el café en una prensa y mientras preparaba nuestras bebidas miré hacia los anaqueles detrás de él. Ya estaban llenos de bolsas de café y tazas. Me moría por ver los pasteles de mi madre en el mostrador y mucha gente dentro de ese lugar. Tenía fe en que el negocio prosperaría y me sentía muy contenta ser testigo del proyecto de Nicholas.

—¿Sin azúcar? —me preguntó mi amigo, obligándome a verlo de nuevo.

—Sin azúcar —sonreí.

El muchacho sirvió dos tazas de café y las llevó hasta una de las mesas. Lo alcancé con la bolsa de pan y tomé asiento. Nicholas corrió hasta la entrada de la cocina y regresó con una grabadora que colocó encima de la barra del mostrador. La encendió y mi mixtape que le había obsequiado el año pasado comenzó a sonar con Goodbye Yellow Brick Road de Elton John.

—Ese casette me ha acompañado durante todas estas semanas, El, así que se puede decir que una parte de ti siempre estuvo conmigo.

Sonreí, ruborizada.

—Bien te pude haber acompañado físicamente —tercié—, pero te negaste ¿cuántas? ¿Cien veces?

—Estás embarazada y debes estar en completo reposo, tonta.

—¡Mira quién lo dice! ¡El que me sacó de mi casa! —exclamé riendo.

—Oh, vamos —repuso fastidiado—. Moría por estar un rato contigo. Te he extrañado mucho, El. Vivir con papá está bien pero no hay como desvelarse contigo viendo televisión y escucharte decir tonterías. Creo que eres la mejor roomie que he tenido.

—Oh vamos, ¡los documentales de Elliot deben de ser una gloria! —exclamé con algo de sarcasmo en mi voz—. Pero no te preocupes, ya que finalmente terminaste este lugar, podremos vernos más. Además: siempre juntos, ¿no?

Nicholas sonrió.

—¿Y cómo ha ido todo? —quiso saber—. ¿Qué tal el embarazo? Si mis cálculos no me fallan el bebé puede nacer en cualquier momento, ¿no?

Asentí, bebiendo un poco de café. Casi lo escupo, sabía a rayos.

—¡Joder, Nicholas! —dije, riendo—. Necesitas aprender a usar esa máquina.

—¿Tan mal quedó?

—Parece té de calcetín —le contesté entre carcajadas.

Nicholas se llevó la taza a los labios y probó su café. Él sí lo escupió e hizo una mueca de asco.

—Iré por azúcar.

Se puso de pie y fue hasta la cocina por sobrecitos de azúcar y leche. Regresó con un puñado segundos después y los lanzó sobre la mesa.

—Espero que eso lo arreglé —repuso resignado.

Le eché varios sobres de azúcar y mucha leche para quitarle el amargo sabor a mi bebida. Nicholas hizo lo mismo en profundo silencio y evalué su rostro por un minuto. Algo parecía mortificarle en lo más profundo de su ser. Me pregunté por qué no lo soltaba de una buena vez. Suspiré. Tampoco era que Nicholas fuera muy comunicativo últimamente. Había dejado de ser un libro abierto para convertirse en una sombra muy misteriosa y todo ese misterio ya no me estaba gustando. Pero, ¿cómo cuestionarle su actitud si lo iba a terminar negando como otras tantas veces? Había llegado el punto en el que prefería no preguntarle, sólo guardaba la esperanza de que él se abriera de nuevo a mí.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora