Sesenta y dos.

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Había un avión en llamas, cayendo en espiral sobre un campo abierto. Luego había un edificio derrumbándose y gente gritando y yo en medio de eso. Traté de correr de ahí pero no me podía mover. Traté de gritar pero era incapaz de hablar.

Abrí los ojos de golpe.

Mi frente estaba perlada en sudor y unas cuantas lágrimas escapaban de mis ojos.

Tal vez necesitaba el tranquilizante después de todo.

Esas pesadillas me aterrorizaban hasta los huesos.

Seguía en la habitación del hospital y por el cielo deduje que estaba amaneciendo. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado ni de qué día era, pero de lo que estaba segura era que de que quería ir a casa para leer la carta. Tal vez era una tremenda estupidez pero tal y como había dicho David horas atrás: lo único que me quedaban eran los recuerdos y esa carta eran lo último que me quedaba de él.

En el sofá cama descansaba mi madre y Rachel, las dos estaban profundamente dormidas, abrazadas la una de la otra. Me pregunté cuándo habían llegado y en qué momento David se había marchado. Recuerdo que había sostenido mi mano todo el tiempo hasta que me había quedado dormida. Me dormí sintiendo paz infinita, en medio de mi guerra interna.

Me quedé unos minutos mirando hacia el techo. Ya no llevaba la mascarilla de oxígeno y mi respiración estaba acompasada. Mis manos descansaban en mi vientre y mi dedo índice trazaba círculos en torno a él. Me quedé inmóvil hasta que la puerta se abrió.

Era David.

—¿Llevas mucho tiempo despierta? Lo lamento, tuve una emergencia —susurró.

Sacudí la cabeza, restándole importancia. David se hincó a mi lado, recargándose sobre el colchón.

—¿Cómo estás?

Estoy —admití.

Dirigió su vista hacia la máquina y asintió con la cabeza.

—¿Me podré ir hoy?

—Sí. Quiero que descanses unos días y tengas reposo absoluto, ¿vale?

—Creo que en este momento lo último que quiero hacer es no hacer nada. Necesito mantener mi cabeza ocupada.

—Eleanor —me llamó con suavidad—, es por el bien del bebé. Te hará bien descansar un poco después de… todo este estrés emocional. ¿Lo intentarás por lo menos?

Suspiré.

—Supongo.

Se escuchó un pitido en el interior de la bata de David y el hombre sacó un pequeño localizador. Gruñó y después volteó a verme de nuevo.

—Tengo que irme, me necesitan. Volveré tan pronto como termine, ¿de acuerdo?

—No necesitas hacerlo, David. Has hecho suficiente.

—Lo haré de todas formas, Eleanor. Si necesitas algo no dudes en llamarme, ¿sí?

Asentí con la cabeza.

El doctor se marchó a grandes zancadas, dejándome de nuevo a mí y a mis pensamientos. Ladeé mi cabeza, en dirección a mi madre, y descubrí mi ropa a los pies del sillón, dentro de una bolsa de plástico. También estaba ahí mi bolso.

Me incorporé con mucha lentitud y mis músculos se tensaron cuando mis pies tocaron la frialdad del piso. Traté de no hacer ruido para no despertar a las chicas y cogí del interior de mi bolsa, la pequeña grabadora que contenía la entrevista con Charlie. Me colé hasta el baño, arrastrando conmigo un tripié del que colgaba una bolsa con suero. Abrí la puerta y la cerré a mi paso.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora