Setenta y seis.

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Esa noche casi no dormí. Repasé como desquiciada, una y otra vez, la idea de decirle a Nicholas lo que sentía. Me sentía tan segura, tan emocionada. Era como... Como si repentinamente las palabras se hubieran atorado en mi garganta y mi corazón latiera tan deprisa, empujándolas para salir fuera de una buena vez.

Mi mente creó tantas situaciones diciéndole, tantos escenarios y tantas posibles respuestas. Muy en el fondo de mí sabía que existía la posibilidad de que Nicholas me rechazara, pero, joder, en ese momento era lo que menos me importaba. Por mis venas corría adrenalina y la enorme urgencia de decírselo.

Me quedé dormida entre esos pensamientos con una sonrisa en el rostro, cuando desperté supe que Rachel necesitaba saberlo de inmediato. En pijamas, fui hasta su habitación y golpeé repetidamente la puerta antes de que abriera. Su cabello estaba enredado y tallaba sus ojos con sus manos, despabilándose un poco.

—¿Ocurre algo, Eli? ¿Cuál es la urgencia?

Miré a mi alrededor en busca de mi madre y después de asegurarme de que no estuviera cerca, empujé a Rachel por los hombros, llevándola de nuevo hasta su cama.

—¿Qué sucede? ¡Me estás asustando!

—Lo haré —declaré.

Mi mejor amiga frunció el ceño, aún medio dormida, tratando de encontrarle sentido a mis palabras.

—A Nicholas —expliqué—, ya sabes, lo que siento.

Rachel reaccionó inmediatamente.

—¡¿QUÉ?!

Le tapé la boca, riendo. La chica tenía los ojos tan grandes como platos.

—Tranquilízate, no quiero que mi madre se entere. Al menos no por ahora. Sólo lo sabes tú. ¿Dejarás de gritar?

Rachel asintió levemente y la solté.

—Ayer... Nicholas se disculpó conmigo y estuvimos hablando y no sé, todo era tan surreal. Me dijo que era su persona y que me quería y de pronto ya quería decírselo y ¡joder! Tengo una maldita urgencia de hacerlo. Siento que pierdo tiempo cada segundo que pasa y no se lo he dicho, ¿estoy loca?

—Claro que no, Eli. Estás enamorada.

—Quién lo diría.

—¿Y ya pensaste cuándo lo harás?

Suspiré y me dejé caer de espaldas sobre su cama. Rachel se acostó a mi lado, apoyando la cabeza sobre su mano, mirándome directamente.

—Te juro que si en este momento cruza tu puerta estoy dispuesta a hacerlo. Aquí, ahora.

Rachel rió.

—Por lo menos lávate la cara.

—¡Calla!

—¿Qué? Se supone que vas a recordar este momento por el resto de tu vida, debes de lucir decente.

—Créeme que lo único que voy a recordar va a ser su reacción, no si estoy peinada.

—Yo creo que te va a besar —opinó Rachel.

Volteé a verla, con una tonta sonrisa en el rostro.

—¿Eso crees?

—Por supuesto, amiga. Se nota a leguas que se mueren el uno por el otro.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora