Nicholas me dejó en la puerta de mi casa y después de despedirnos con un tierno abrazo, lo vi marcharse. Adentro la casa estaba exactamente como lo había dejado horas de atrás.
La mesa de café aún tenía periódicos y nuestro diminuto comedor, tenía los platos de la cena de anoche. Subí las escaleras rumbo a mi cuarto y alcancé a escuchar los ronquidos de mi madre en el pasillo.
Me asomé a su alcoba y la encontré como cada día después del turno nocturno, acostada, hecha un ovillo con la cabeza a los pies de la cama. Su cabello pelirrojo caía cual cascada sobre el cobertor a unos centímetros del piso.
Su nombre era Mary-Kate y podría jurar que es la mujer más hermosa que haya pisado la faz de la tierra y no solamente porque se trataba de mi madre sino porque ¡vaya! Era una diosa. Alta, delgada, pelirroja con dos esmeraldas como ojos, arrasaba por donde pisaba.
A pesar de su belleza y de que fuera alguien sumamente inteligente, nunca salió con nadie desde mi padre (un patán, algo parecido a Mark) y pareció vivir feliz todo ese tiempo. A veces pienso que eso se debió a la naturaleza de su trabajo, como mencioné antes, Mary-Kate, mi madre, era una stripper.
Sugar, como se hacía llamar en The Lusty Girl, el club donde trabajaba, era bastante famosa en ese sitio y cuando presentó su renuncia, el dueño le ofreció doblarle el sueldo con tal de que no se marchara pero después de todo, lo hizo.
Su trabajo en The Lusty Girl, el tabledance más famoso de Cape May, no sólo llevaba el pan a la mesa, sino que también nos acarreaba muchos problemas. En muchas ocasiones los clientes de club acechaban nuestra casa esperando a que mamá saliera y en todas esas ocasiones Mary-Kate se veía en la necesidad de llamar a la policía para que nos dejaran tranquilas. Eso sin contar los desplantes en el servicio religioso los domingos y las malas caras en el supermercado. Las personas eran malas con nosotras en el mismo instante en el que se enteraban a qué se dedicaba mamá.
Un claro ejemplo de lo anterior era la madre de Nicholas, Astrid Hayes. A diferencia de su hijo, Astrid era una persona sumamente superficial que además de vivir del dinero de su millonario esposo, vivía de las apariencias y del qué dirán. Y precisamente por eso, cuando se enteró de que su adorado Nicholas se juntaba con la hija de Sugar la stripper estrella del club nocturno más famoso de la ciudad, le prohibió que se juntara con ella, según lo que me dijo Nicholas tiempo después. Él por supuesto no obedeció a su histérica e irritante madre, él continuó siendo mi amigo hasta el último día de su vida.
Al ver la desobediencia de su hijo, Astrid hizo lo imposible para alejarlo de mí. Recuerdo que cuando lo visitaba a su casa, ella hacía comentarios groseros y me miraba con tanto desdén que en ocasiones pensaba que esa mujer intentaba matarme con la mirada.
Fue por eso precisamente que elegimos la cafetería del centro como nuestro punto de reunión después del catecismo y la vida pareció marchar bien para ambas. En ocasiones mi madre lo invitaba a cenar y en contra de lo que Astrid dijera, él asistía, siempre con claveles para Mary-Kate.
Mamá continuó trabajando en The Lusty Girl varios años después de que conociera a Nicholas. Su rutina era simple: a las 8 de la noche se marchaba, después de asegurarse de que estuviera dormida y volvía antes del amanecer, un par de horas antes de que me tuviera que levantar para ir a la escuela. Entonces, justo a las 7, ella se levantaba nuevamente, me ponía la tina lista y bajaba a la cocina a prepararme el almuerzo y, cuando yo ya estaba lista, me acompañaba a la escuela que estaba a un par de calles. Después volvía a casa, la limpiaba y si era necesario hacía algunas compras o aprovechaba la mañana en pagar facturas. Por la tarde iba por mí, me ayudaba con mis deberes, veíamos televisión y se marchaba.
ESTÁS LEYENDO
Sólo tú.
Romance¿Existe la amistad entre un hombre y una mujer sin que uno termine enamorado del otro? Desde niños Eleanor Evans y Nicholas Hayes han sido mejores amigos y nunca enamorarse del otro había significado un problema. Al menos hasta que sus sentimientos...