Tan pronto como me detuve frente a la casa, Charlie salió despedida hacia la calle. Me quité el cinturón rápidamente y la seguí a grandes zancadas mientras ella subía las escaleras que conducían hasta el porche de nuestra casa. La adolescente empujó la puerta de un solo golpe y entonces me pregunté cuándo se había hecho tan rápida.
—¡Charlie! ¡Espera un segundo! —le grité mientras se echaba a correr escaleras arriba rumbo su alcoba.
Ella soltó un bufido y se giró sobre sus talones, se cruzó de brazos y me miró con cara de pocos amigos.
—A la sala: ahora —dije firmemente.
La niña me lanzó una mirada furibunda y bajó los escalones con una visible furia. Yo respiré hondo y le pedí a Dios que me concediera la paciencia y las palabras adecuadas para hablar con ella. Charlie pasó de largo frente a mí y se dejó caer en uno de los sillones de la sala.
Dejé mi bolsa en la mesa del pasillo y me reuní con mi hija, mientras intentaba ordenar mis palabras:
—Faltaste a todas tus clases toda esta semana —empecé—, reprobaste tus materias y hoy te sorprendieron rayando las paredes del colegio... ¡¿En qué estabas pensando?! —exclamé.
—Estaba pintando —me corrigió de mala gana—, te agradecería que me dieras un poco de crédito.
—¿Crédito porque no asistes a clase? —le pregunté, sorprendida por el cinismo con el que me había respondido—. ¡Discúlpame entonces!
Diablos, había prometido no exaltarme.
Tenía las manos puestas en jarras y los músculos de mi cuello y de mis hombros estaban muy tensos. Charlie ya no me miraba, tenía los ojos puestos en sus manos que reposaban sobre su regazo y me pregunté qué diablos pasaba por su mente.
¿Por qué había cambiado tanto? ¿Cómo había ocurrido todo eso?
Culpar a la adolescencia era lo más sencillo y definitivamente lo más lógico. En el último año, Charlie se había convertido en una pequeña y hermosa granada que amenazaba con explotar.
Había días en los que despertaba de mal humor y esos eran los peores. Charlie despertaba lanzando todo lo que encontraba a su paso y salía hecha una furia hacia la escuela sin explicación alguna. A veces pensaba que mi adorada y preciosa niña, ahora era Hulk, el hombre verde, y yo no había hecho nada por evitarlo.
Discutíamos sobre casi todo. Sobre la escuela, sobre su habitación, sobre sus deberes, incluso una ocasión nos vimos sumergidas en una pelea sobre un cereal en el supermercado. ¡Sobre un cereal! ¿En qué momento habíamos llegado a eso?
Había días en los que no tenía idea de cómo acercarme a ella sin que ninguna de las dos terminara herida. Quería entender cómo hablarle, cómo hacerle entender que la amaba y que cada cosa que le decía era por su bien, porque no quería que cometiera los mismos errores que yo. Y entonces me encontraba ahí, en una tarde soleada de noviembre, discutiendo con mi hija e intentando descifrarla sin mucho éxito que digamos.
—¿Puedo irme a mi habitación?
—No hasta que me expliques en qué estabas pensando.
—¿Qué quieres que te diga? —gruñó—. Falté a clase, dañé propiedad ajena y te saqué de tu estúpida junta.
—Baja ese tono, jovencita —la reprendí y ella puso los ojos en blanco.
—Sáltate a la parte del castigo, ¿quieres?
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Sólo tú.
Romance¿Existe la amistad entre un hombre y una mujer sin que uno termine enamorado del otro? Desde niños Eleanor Evans y Nicholas Hayes han sido mejores amigos y nunca enamorarse del otro había significado un problema. Al menos hasta que sus sentimientos...