Veinticuatro.

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Durante el verano, los Duncan fueron a un retiro cristiano, según un día dijo Astrid Hayes que era muy amiga de la familia. Claire regresó muy cambiada al colegio. Ya no era la misma chica que humillaba y se acostaba con todos. Era recatada y ahora, en lugar de organizar fiestas, organizaba obras de caridad. Su éxito aumentó aún más. Todos la amaban y Nicholas empezó a hacerlo.

El amor de Nicholas hacia esa chica inició en el mismo instante en el que ella me pidió disculpas públicamente  en la cafetería. Debo admitir que irónicamente me sentí humillada pero al final de su discurso, todos estallaron en aplausos.

Sus palabras habían sido más o menos así:

—¡Atención a todos, compañeros de clase! ¡Atención!

Las miradas de todos se posaron sobre la castaña de ojos verdes.

—Como sabrán, este año hay una nueva Claire entre nosotros y antes de que pasen más días, me gustaría hacer algo que debí de haber hecho hace mucho tiempo.

El silencio en la cafetería era sepulcral. Todo, incluso las señoras de la barra de comida, detuvieron sus actividades y concentraron toda su atención en la chica que estaba parada en una silla.

—¿Eleanor Evans? ¿Dónde estás?

Mi hamburguesa se resbaló de mis dedos y me puse del mismo tono de mi cabello. Rojo.

Los alumnos voltearon a verme. Mi cara ya era una granada.

—¡Ahí estás! ¡Ven!

<<Mierda, no otra humillación.>>

Sacudí la cabeza.

—De acuerdo, comprendo que no quieras hacerlo, al menos no después de todo lo que te he hecho. Quiero pedirte disculpas públicamente. Quiero pedirte perdón por haberte llenado tu casillero con pintura azul y por haber pegado los póster de tu madre en la escuela. También por lo del incidente del casillero. Sé que te hice muchas cosas más y te pido perdón por cada cosa que te hice. Tal vez no consiga ser tu amiga nunca, pero espero conseguir tu perdón.

Y todos estallaron en aplausos.

Ella los acalló con ternura, sonriente y me dirigió una última mirada.

—Amigos, compañeros, no quiero que la vuelvan a maltratar por el hecho de que su madre sea una stripper, ella no es culpable de eso.

Y la gente estalló en aplausos nuevamente.

Aparentemente eso sedujo a Nicholas de alguna forma porque después de ese episodio, a pesar de que me la pasé gruñendo y despotricando en contra de ella por la enorme humillación que me había hecho pasar, él tenía la intención de invitarla a salir y eso no fue hasta dos meses después.

Nicholas ciertamente no sabía cómo comunicármelo. Yo tampoco lo hubiera sabido. Mi amigo ya conocía mi reacción y supongo que le aterraba un poco vivirla. No obstante él sabía que si no me lo comunicaba y yo me llegara a enterar que ellos estaban saliendo a escondidas, la furia de Eleanor Evans iba a ser muy, muy grande.

Entonces un sábado en la cafetería de Rudy’s me lo contó.

Como cada semana, nos quedamos de ver para desayunar. Los dos estábamos muy agotados, el final de una semana de exámenes nos quitaban las ganas de seguir viviendo y lo único que más anhelábamos era dormir, pero como romper nuestra tradición resultaba imperdonable, nos vimos en punto de las diez de la mañana en la cafetería.

Mientras mi amigo llegaba, saqué mi libro de Stephen King y me puse a hojearlo en silencio. Tenía que realizar un ensayo para mi clase de literatura sobre un libro de mi autor favorito y esa ocasión había optado por “La Milla Verde”. Ya me lo había leído fácilmente unas cuatro veces en toda mi vida pero no me podía resistir a sumergirme en la prisión de Cold Mountain una vez más.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora