Setenta y uno.

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Cuando abrí los ojos mi primer pensamiento fue que no dejar que esas ideas absurdas sobre Nicholas me confundieran. Una vez lo habían hecho y todo había resultado ser un absoluto desastre y no iba a dejar que eso sucediera otra vez.

Tal vez todo era un malentendido. Me había dejado llevar por la letra de la canción, el dueto y los últimos días juntos. Quizá sólo estaba infinitamente agradecida con Nicholas por todo lo que había hecho por mí. Además no era como si él quisiera algo conmigo porque seguía siendo el mismo de siempre, nunca había intentado nada más que besarme en dos ocasiones durante toda nuestra vida y como había dicho antes, todo había terminado en un desastre. Tal vez la única forma en la que funcionábamos él y yo era como amigos y no podía hacer nada al respecto.

Fui a ducharme con todos esos pensamientos en la cabeza. El departamento estaba en profundo silencio y el desorden de la fiesta de la noche anterior seguía intacto. Ya me pondría a acomodar y a limpiar el departamento más tarde con ayuda de Nicholas.

Abrí el agua caliente y me metí bajo su chorro, dejando que el vapor me relajara. Me esperaba un día lleno de deberes escolares –que había estado postergando– y de preparar la columna semanal del periódico.

Me puse ropa cómoda y sequé mi cabello con la pequeña secadora de Nicholas. No había ni un solo ruido además de mis pasos dirigiéndose a la cocina. Mi estómago rugía como loco y exigía un buen desayuno pero me limité a servir un poco de cereal en un tazón. El timbre sonó repentinamente y fui a abrir. Para mi sorpresa era Nicholas el que estaba en el marco de la puerta con una bolsa de papel llena de croissants y una sonrisa en su rostro.

Mi corazón se encogió por alguna razón.

—Nicholas —dije, sorprendida—, pensé que estabas dormido aún.

—Desperté muy temprano, El.

Lo dejé pasar y cerré la puerta a su paso. Inconscientemente me recargué en ella y respiré hondo, recordando mis conclusiones de esa misma mañana.

<<Es sólo una confusión.>>

—¿Y por qué despertaste tan temprano? ¿Insomnio? ¿Tal vez tu conciencia?

Nicholas puso los ojos en blanco.

—Mi padre me despertó cuando se fue a ver a Mary-Kate, además tenía algunos pendientes por hacer y traía un tremendo antojo de croissants rellenos de chocolate.

Me acerqué hasta la barra de la cocina donde estaba la bolsa y tomé un bollo caliente y me llevé un trozo a la boca. El chocolate se derritió al instante. Era la gloria.

—Hay algo que debo decirte, El.

Abrí los ojos un poco y traté de guardar la calma. ¿Qué era lo que me tenía que decir?

El muchacho apartó la bolsa de pan de en medio, llevándola hasta el otro extrema de la barra, y después se inclinó un poco hacia mí.

—No quiero que hagas un drama por lo que estoy a punto de decirte.

Tragué el pedazo de pan que permanecía en mi boca.

—¿Sí?

<<Oh por Dios, oh por Dios.>>

—Tengo la idea perfecta para The Perfect Cake.

<<Mierda.>>

—Ah… —repuse un tanto ¿decepcionada?— ¿Y por qué haría un drama por eso?

Me alejé de la barra, dando pasos torpes hacia atrás, alejándome un poco de él. Giré sobre mis talones, dándole la espalda, y me tallé la cara con una de las palmas de mis manos. Suspiré.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora