Doce.

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La vida está llena de decisiones; si eliges ir a la izquierda o a la derecha; si escoges el helado de chocolate en lugar del de vainilla; si escoges una universidad o te vas a otra. Las decisiones te definen y las decisiones cambian tu vida.

Acceder a ir a la fiesta de Mark significó para mí muchas cosas y cambió mi vida. No precisamente porque se tratase de la fiesta del siglo, como él solía decir, ni tampoco porque hubiese perdido mi virginidad ahí. Cambió por el simple hecho de permitirle a Mark Jacoby entrar a mi vida. Y lo hizó. Entró, la modificó y eventualmente se marchó.

Tan pronto como recibí el e-mail respuesta de Nicholas, salí de mi casa hecha una furia. Ahora que lo pienso, tal vez fueron los celos que sentía por Claire Duncan los que me sacaron de mi casa con las manos hechas en puño y con la firme decisión de estrangular al primer cristiano que se atravesara por mi camino. Por supuesto que no lo hice. Me limité a caminar sin rumbo alguno, cuando me di cuenta que estaba lo suficientemente lejos de casa y lo más calmada posible, volví y me quedé dormida.

***    

Ni siquiera tenía idea en dónde era la fiesta y tampoco tenía idea porqué aún tenía la determinación de asistir.

La imagen de Nicholas con Claire en un barco me revolvió el estómago. Apreté el paso.

La calle Ave estaba a exactamente doce minutos en autobús de mi casa y a veinticinco caminando. Por suerte esa noche cogí el último autobús.

Evidentemente había huido de mi casa sin que mi madre siquiera lo notara. Ese día había llegado sumamente cansada después de un largo día de trabajo y justo después de cenar, se quedó dormida sobre el sofá. Sabía que no se despertaría hasta el día siguiente, así que aproveché el momento para ir a la fiesta.

El autobús llevaba pasajeros agotados y ansiosos por volver a casa y meterse a la cama. Yo era la única que iba despierta, con la alerta a flor de piel y con tanta adrenalina en mis piernas que temía salir disparada de mi asiento.

Bajé en el centro y mientras trataba de guardar la calma, caminé hacia la calle Ave. Habían pasado exactamente los doce minutos desde que había cogido el bus.

Mis pasos eran apresurados y cuando me arrepentí por haber tomado la determinación de asistir a esa estúpida fiesta, divisé la casa.

Era una casa abandonada. Recuerdo que cuando niña pasaba frente a ella cada sábado con Nicholas de regreso del catecismo rumbo a Rudy’s. También recuerdo que mi amigo siempre me retaba a entrar y yo me atemorizaba con tan sólo pensar lo que me podría esperar detrás de esa puerta desvencijada. Por supuesto que con el tiempo llegué a olvidar lo que esa casona provocaba en mí y conforme pasaron los años, dejé de prestarle atención a esa casa.

No obstante esa noche lucía diferente. En sus jardines abandonados, habían tantos adolescentes y jóvenes que por un momento me pareció estar en una de esas fiestas organizadas por el comité de la preparatoria y que estaba obligada a asistir. La mayoría de los jóvenes que estaban ahí los conocía y por primera vez, ellos no me prestaron mucha atención. Su concentración estaba en mantenerse en pie mientras seguían bebiendo bebidas alcohólicas en vasos rojos.

Pasé por el portón oxidado y a mi paso un chirrido anunció mi llegada. La mansión se imponía aterradora frente a mí. Sus techos altos y ventanas victorianas me observaban divertidas. En el interior la música estaba muy alta y opacaba las risas de los invitados. Los vidrios cimbraban amenazando con romperse por el ruido pero nadie parecía notarlo. Me pregunté cómo era que la policía no hubiese llegado ya.

La casa era muy distinta a como la imaginé. Pensaba que era terrorífica pero en realidad era todo lo opuesto. Había luces por todos lados y tantas personas que ni siquiera un fantasma cabría en ese lugar.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora