Cincuenta y uno.

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Después del pequeño incidente en la cafetería, desayunamos en silencio. Dimos por zanjada la conversación sobre Mark y creo que todas las conversaciones posibles. Nadie habló, nadie dijo nada. Lo único que se escuchaba era el sonido de los cubiertos cada vez que chocaban contra los platos y la suave canción de Johnny Cash que salía de la rocola. Era todo.

Cuando acabamos, Nicholas pagó la cuenta. No opuse ninguna resistencia a ello. Sabía que suficiente problema era pelearme con un Hayes sobre el pago de las comidas como para ahora tener que lidiar con los dos. Además estaba un poco agotada.

Nos fuimos de la cafetería sin despedirnos de Jay y Stevie. A pesar de que había pasado buenos ratos con ellos, las cosas habían terminado mal y no quería entablar ningún tipo de relación con esos muchachos. Mucho menos ahora que Mark estaba desaparecido y no tenía ni la menor idea de lo que estaba pasando por su cabeza.

—¿Aún está en plan lo de esta tarde?

La voz de Charlie en mi oído me sobresaltó. Nicholas se había adelantado a abrir el coche y nosotros íbamos atrás de él.

—Claro que sí, Charlie, ¿por qué lo preguntas?

—No lo sé es que… con todo lo de Mark…

—Mark no está aquí (aparentemente) y aunque estuviera cerca quiero pasar esta tarde contigo, ¿entiendes? Sólo Dios sabe cuándo te voy a volver a ver y sólo sabe si cuando regreses y seas un general o teniente o no sé qué demonios te dignes en hablarle a esta chica de pueblo.

El muchacho soltó una risa entre sus dientes y me atrapó por la cintura. Ya no podíamos acercarnos más por mi abultado vientre que cada día parecía crecer más y más. De un día para otro el bebé se había convertido en nuestro chaperón. Sonreí ante la idea.

—Está bien, bonita.

—¡Tortolos, dense prisa!

Charlie besó mi frente y apresuramos nuestro paso.

Dejamos a Nicholas en la entrada del hospital y después de preguntarle a mi madre sobre a qué hora volveríamos a Nueva York, Charlie y yo partimos a pasar una tarde juntos con la promesa de volver al atardecer. Elliot, Mary-Kate y Nicholas se quedaron en la sala de espera, al cuidado de Astrid.

Subimos al coche que Elliot nos había prestado y partimos sonrientes. No tenía idea sobre a dónde nos dirigiríamos pero no quise cuestionar a Charlie, dejaría que me sorprendiera y disfrutaría esa tarde con él. Sí, definitivamente eso iba a hacer.

Recorrimos el pueblo de cabo a rabo. Pasamos por la zona residencial, por algunas de las pocas fábricas que había en Cape May en ese tiempo y por el centro. Incluso pasamos por la salida rumbo al barrio donde antes Mary-Kate y yo vivíamos. Me sentía un poco extraña estando allí. No sabía cómo describirlo pero parecía que Nueva York se había convertido en mi hogar en esos escasos meses y ahora más sabiendo que Mary-Kate estaba allá conmigo y que tenía a Rachel y que las cosas estaban yendo de maravilla. Pero aún, a pesar de eso, me faltaba Charlie.

Volteé instintivamente a mirarlo.

Charlie tenía la vista fija en el camino con una mano en el volante y la otra en la palanca de velocidades. Estaba ajeno a mí y parecía muy concentrado. Quise hablarle, decirle algo, pero guardé silencio y continué observándolo, analizando cada movimiento. Por alguna razón quería guardar su imagen lo más que pudiera dentro de mi cerebro ahora que sabía que esa era nuestra primera y última tarde juntos ahora que estaba de permiso. No sabía a ciencia cierta cuándo lo volvería a ver y por más que tratara de sonar optimista, tal vez ni siquiera sería durante las festividades de diciembre. Y eso dolía un poco.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora