Seis.

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Finalmente llegó el gran día. El día en el que me marcharía a Nueva York había llegado.

Desperté unos minutos antes de que mi alarma sonara y en cuanto escuché al estúpido despertador, me arrastré a la ducha. Bajo la regadera una maraña de nervios se juntaron dentro de mi vientre, justo al lado del bebé.

Traté de calmarme un poco pero por alguna extraña razón tenía un muy mal presentimiento de ese día.

Abajo mi madre me esperaba con mi último desayuno hecho en casa y mis maletas, que había empacado el día anterior, en la sala. Desayuné con Mary-Kate en silencio y en cuanto dejamos la cocina limpia, me informó que Elliot y Charlie pasarían por nosotras para llevarnos al aeropuerto. Por la sonrisa en su rostro deduje que Astrid no nos acompañaría.

Los Hayes llegaron a las nueve en punto y mientras mi madre se encargaba de recibirlos, yo estaba como loca en mi alcoba asegurándome de que nada me hacía falta.

Bajé rápidamente, disculpándome entre balbuceos y me callé al ver a Nicholas, sonriente, entre Charlie y Elliot.

—Vamos, Eleanor —me apresuró mi madre—. Perderás el vuelo.

Elliot puso mis maletas en la cajuela y después le abrió la puerta a mamá con infinita ternura.

Su amor era más que obvio.

Elliot Hayes y Mary-Kate se conocían mucho antes de que ella trabajara como stripper. Mis abuelos habían corrido a mi madre después de que se enteraran de que estaba embarazada de mí y ella, asustada y sola, terminó en un bar sin saber exactamente a dónde ir.

Por otro lado, Elliot estaba abrumado porque su esposa embarazada era una insensible arpía que no hacía otra cosa que reprocharle que se había casado con un inútil y fracasado.

Ambos estaban perdidos y solos esa noche, bueno, al menos hasta que se encontraron.

Mamá dice que cuando vio a Elliot Hayes, su corazón se detuvo por un minuto y que justo en el momento en el que él el habló, su músculo cardiaco volvió a latir con tanta fuerza que amenazaba con salirse de su pecho de momento a otro.

Después de esa noche, de ser dos completos extraños se volvieron buenos amigos. Por supuesto que ninguno de los dos intento algo más con el otro y debo decir que nunca, durante todo ese tiempo, lo intentaron. Ambos tenían muy claro que Elliot estaba casado y que eso no iba a cambiar.

No obstante su amor era tan palpable que a veces me daban ganas de gritarle a Elliot que se divorciara y de una vez por todas le confesara a mi madre cuánto la amaba, pero después me acordaba de Nicholas y Charlie y de lo mucho que les afectaría que sus padres se divorciaran. Especialmente a Charlie.

Como si se tratara de una pésima broma de mal gusto, me senté en medio de los chicos. Charlie a mi izquierda, hablando de la posibilidad en irme a visitar unos días antes de marcharse al ejército y Nicholas a mi derecha, gruñendo como un pastor alemán.

Adelante Mary-Kate y Elliot bromeaban como dos adolescentes y me di cuenta que Nicholas y Charlie no notaban la extraña no-relación entre su padre y mi mamá.

El camino hacia el aeropuerto fue algo tenso debo admitir. Nicholas me ignoraba; Charlie estaba enamorado de mí; Elliot y Mary-Kate parecían estar a punto de besarse en cualquier momento y yo tenía ese estúpido mal presentimiento.

Cuando llegamos y bajé, agradecí a Dios por haber llegado sin mucho drama. Gracias al Cielo eso iba a terminar en cuanto subiera al estúpido avión y me marchara a Nueva York.

Elliot bajó mis cosas y él, junto con los chicos, se encargaron de llevarlas. Mientras esperábamos que llamaran a mi vuelo, el padre de Nicholas y mi madre se marcharon por algo de café y Charlie entró a una librería. Mi mejor amigo y yo nos quedamos solos en una banca y mis cosas, esperando en un silencio bastante incómodo.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora