El vuelo venía de San Francisco y llegaría al Aeropuerto de Newark. Había sido lo único que habíamos logrado encontrar a último minuto. Estaba bien, Newark de Cape May estaba a tan sólo un par de horas y pronto estaríamos en el hospital donde estaba internada Astrid Hayes.
El último día había sido una locura. Un ama de llaves que trabajaba para la familia de Nicholas encontró a Astrid con un bote de pastillas vacío entre sus manos. Inmediatamente llamó a una ambulancia y se la llevaron de emergencia. Lograron lavarle el estómago antes de que ocurriera lo peor.
Notificaron a Elliot, que estaba cenando con mi madre, y pronto se esparció la noticia. Nicholas estaba devastado y partió a mitad de la noche a Cape May. Elliot llamó a la base donde estaba Charlie y les informó lo sucedido. Los directivos accedieron a dejarlo venir de permiso y mientras él llegaba, Mary-Kate se ofreció a llevarlo hasta Cape May. Elliot había partido en la mañana y ahora sólo quedaba esperar.
El estado de Astrid Hayes era crítico. No había despertado desde entonces y aunque habían logrado estabilizarla, el médico y su equipo no sabía a ciencia cierta en qué momento despertaría. Mientras tanto todos estábamos con el alma en un hilo.
Mamá estacionó el coche en el aparcamiento del aeropuerto. Como siempre el Aeropuerto Internacional Libertad de Newark estaba atestado de turistas, empresarios y trabajadores. Caminamos a través de las personas, intentando llegar hasta las llegadas nacionales. La mano de mi mamá apretaba la mía, infundiéndome ánimos.
Cuando llegamos, aún no había llegado el vuelo. Me recargué en un barandal y suspiré. Se podía percibir un ambiente cargado de incertidumbre y nostalgia a pesar de que todas las personas en ese aeropuerto estaban ajenas del accidente de Astrid.
—Cuando la conocí —dijo Mary-Kate de pronto—, era una mujer muy dulce. Estaba embarazada de Nicholas y Charlie y veía a Elliot con tanto amor e ilusión. Quise ser ella, ¿sabes? Quise tener un esposo como él, con la vida resuelta y con un futuro tan seguro.
“La envidié por mucho tiempo. La envidié cuando yo tenía que ponerme ese traje diminuto y bailar frente a todos esos ebrios. La envidié cuando ella era alabada por todo el pueblo por tener una familia perfecta. Y la envidié cuando tomaba la mano de Elliot en público y besaba su mejilla. La envidié muchas veces, hija. Pero un día, cuando fuimos a misa y ella gritó que una “mujerzuela” como yo, no debía de pisar la Iglesia… Me di cuenta que no tenía nada de qué envidiarla. Ella se había vuelto un ser mezquino y egoísta que de repente había tratado de poner a todo Cape May en nuestra contra y vaya que lo logró. En ese momento vi que Astrid Hayes no era la mujer perfecta. Era un ser humano, como tú y como yo y supe que un día, su amargura la llevaría a su perdición.
“Nunca me atreví a perdonarla y no es precisamente que ella se haya dignado a pedirme disculpas por lo que sucedió y si te soy sincera creo que nunca lo hará. Ayer mientras Elliot y yo cenábamos y me sentía la mujer más bonita en todo este mundo, le llamaron del hospital y cuando me lo dijo, recé porque nada malo le sucediera. Sí, Astrid Hayes nos hizo mucho daño, pero ella es la madre de Nicholas y Charlie y a esos dos chicos los quiero con mi vida entera. Astrid Hayes fue la esposa de Elliot y sé que aunque nunca la amó, le profesó mucho cariño y entonces me detuve a pensar en que Astrid no fue tan mala después de todo. Cometió muchos errores y tomó malas decisiones porque es humana. Entonces decidí que era tiempo de perdonarla. De dejar todo atrás y rezar por ella. Lo necesita.
—Debió de ser muy liberador, mamá.
—Claro que lo fue. ¿Qué hay de ti? ¿Ya la perdonaste?
Guardé silencio. No sabía qué contestar, nunca me había planteado la idea de perdonar a Astrid Hayes. Cada vez que pensaba en ella sentía lo mismo cada vez que me mencionaban a Claire Duncan. No obstante esa ocasión era distinta. La única razón por la que había odiado a Astrid todo ese tiempo había sido por el daño que le había ocasionado a mi madre. Recuerdo las veces en las que me despertaba a mitad de la noche y escuchaba a mi mamá llorando por su causa. Pero ahora que ella la perdonaba, todo parecía ser muy distinto.
—No lo sé, mamá. Creo que me tomará tiempo hacerlo.
—Está bien, toma tu tiempo pero hazlo… ¡Mira, ya están llegando!
Los pasajeros del vuelo de Charlie fueron saliendo con sus maletas uno a uno. Me subí a un peldaño del barandal para tener una mejor vista por encima de todas esas personas y así poder divisar cuando el chico saliera. Estaba muy nerviosa, tenía un nudo en mi estómago. ¿Cómo estaría, Charlie? ¿Cómo se vería? ¿Me reconocería?
<<Por supuesto que sí, Eleanor. Sólo han pasado unas semanas.>>
Me agarré fuerte del barandal y me estiré un poco más. Entonces lo vi. Su cabello estaba sumamente corto y tenía un ligero tono bronceado en su piel. Llevaba un uniforme de la base militar donde estaba. Caminaba con seguridad. Se veía diferente al Charlie que había dejado en ese mismo aeropuerto semanas atrás.
—¿Ese es Charlie? —preguntó Mary Kate a mi lado.
—Ajá.
Levanté la mano, agitándola en el aire para llamar su atención. Sus ojos verdes se posaron sobre los míos y una sonrisa cruzó su rostro. Mi corazón latió con fuerza.
Entonces no lo pensé otro segundo. Me bajé del barandal y brinqué al otro lado. Oí a mi mamá exclamar escandalizada pero no me importó ni me detuve a escucharla. Corrí hasta donde estaba Charlie y el corrió a mi encuentro. Lo abracé, emocionada. Sentí cómo me elevaba unos centímetros por encima del sueño y de un momento a otro estábamos dando vueltas. Yo con lágrimas en los ojos y él riendo.
Cuando me posó en el suelo me atreví a besarlo en medio de toda esa multitud. Sus labios se fundieron sobre los míos con ternura y desesperación. Todo al mismo tiempo. Me separé de él y acaricié su rostro, incrédula de que él estuviera ahí. Las lágrimas escaparon de mis ojos sin pedir permiso y traté de contenerme para poder hablar.
—¡Estás aquí, Charlie!
—¡Oh, E! Estás llorando. No llores, bonita. ¡Mira! ¡El bebé está creciendo tan rápido!
—Soy una tonta —dije, limpiando mis lágrimas—. Arruinando este momento con mi estúpido llanto.
—Entonces sí era cierto lo de tus cartas —comentó, con una sonrisa en su rostro.
—¡Las leíste!
—Claro que sí. Me las entregaron cuando salí de la base. Las leí durante el vuelo. Estoy tan contento por escucharte tan feliz, por el periódico, por los pasteles, la universidad… Estoy muy orgulloso de ti, E.
—¡Oh, Charlie! —dije, llorando—. Te he extrañado tanto.
—¡Yo también, E!
—Estás tan diferente —lo observé—. Tu cabello se ha ido y tienes un uniforme y… ¿tanto ha pasado desde que te fuiste? Quiero que me cuentes todo excepto…
—La parte de las armas, claro —completó, riendo.
—Exacto.
Nos reunimos con Mary-Kate después de abrazarnos una vez más. Por supuesto que mi madre me regañó por haber hecho eso dado mi estado pero dijo que éramos muy lindos y que la escena, desde afuera, había sido digna de una película.
Subimos al coche —Charlie y mamá adelante y yo atrás— y pasamos por unas hamburguesas para el camino a Cape May. Charlie nos habló del ejército y de sus días en el campamento. Nos contó de lo pesado que era el entrenamiento y de lo difícil que a veces le resultaba levantarse todos los días a las cinco de la mañana. También dijo lo feliz que estaba de pertenecer a un lugar y de las expectativas que tenía en su estadía dentro del ejército.
Mary-Kate no dejaba de mirarlo con orgullo y yo tampoco.
Cuando llegamos a Cape May, el primer lugar al que fuimos fue al hospital. Mamá acordó en dejarnos en el centro de salud y que iría al centro a buscar un hotel en el que pudiéramos pasar la noche. Sabía que iba a ser imposible separar a los Hayes de la cama de Astrid pero según sus palabras yo necesitaba descansar. No opuse resistencia a pesar de que quería pasar cada minuto a lado de Charlie. Se regresaría el once lo que significaba que sólo tenía cinco días para disfrutarlo antes de que se marchara de nuevo.
Charlie me ayudó a bajar y entrelazó sus dedos con los míos. Nos despedimos de mi madre con un gesto y entramos al hospital. Al llegar a la sala de espera nos encontramos con Elliot y Nicholas.
—¡Hijo!
Elliot se paró y fue a saludar a su hijo. Nicholas permaneció sentado, sin despegar sus ojos de nuestras manos entrelazadas.
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Sólo tú.
Romance¿Existe la amistad entre un hombre y una mujer sin que uno termine enamorado del otro? Desde niños Eleanor Evans y Nicholas Hayes han sido mejores amigos y nunca enamorarse del otro había significado un problema. Al menos hasta que sus sentimientos...