Esa ocasión yo iba manejando. Mis brazos estaban tensos sobre el volante y mi pie derecho estaba listo para apretar el pedal del freno en cualquier momento. Había cruzado esta carretera cientos de veces en mis sueños y esa vez no parecía haber ninguna diferencia. Afuera llovía muy fuerte, los parabrisas se movían rápido y apenas era capaz de ver más allá de dos metros a través del cristal.
David iba a lado mío de copiloto como otras veces. Tenía la mirada puesta en la ventana y llevaba los brazos cruzados, por encima de su pecho. Una de sus manos se aferraba al cinturón de seguridad. Ninguno de los dos hablabámos, el ambiente estaba tenso y por un momento parecía que los dos sólo aguardábamos a lo que nos esperaba unos kilómetros más adelante.
Y entonces me sentí esperanzada. Si ya conocía el final de esa pesadilla, ¡quizá esa ocasión lo podía cambiar! Sólo tenía que detener el auto y aparcar en un lugar seguro en la carretera y nada malo pasaría. Era tan simple y estaba en mis manos...
Entonces pisé el freno y nada pasó. El coche siguió avanzando, como si tuviera vida propia y yo grité de la frustración. Volví a pisar el freno y nada. Golpeé el volante y nada.
Y luego sucedió.
Una luz iluminó mi rostro y luego escuché el claxon de la camioneta antes de que nos arrollara y nos sacara del camino. Los vidrios estallaron como otras veces y mis gritos y los de David eran lo único que podía escuchar. Había sangre por todas partes y entonces desperté.
Estaba gritando cuando abrí los ojos. Mi frente estaba perlada en sudor y yo estaba enredada entre las sábanas. Como pude me deshice de ellas y las pateé lejos de mí mientras me encogía en un rincón de mi cama. Escuché a Charlie entrar atropelladamente a mi habitación y segundos después sentí sus brazos alrededor mío mientras repetía mi nombre una y otra vez para que me calmara.
Me aferré a ella como si mi vida dependiera de ello y me eché a llorar.
—Fue sólo una pesadilla, mamá —susurró en mi oído, asustada por mi histeria—. Estoy aquí, contigo.
Yo era incapaz de hablar y mucho menos, era capaz de controlarme. Dentro de mi pecho crecía una burbuja cada vez más y más grande que me impedía respirar y mis manos temblaban tanto como si tuvieran Parkinson. Mi mente no podía pensar en otra cosa que en ese horrible accidente y lo único que podía hacer era seguir llorando.
Recuerdo que después de un rato logré calmarme. Se me habían terminado las lágrimas y a pesar de eso yo aún guardaba el impulso de seguir llorando. Charlie se separó de mí y evaluó mi rostro con detenimiento. Ella no había llorado, en realidad hacía semanas que había dejado de hacerlo. Ahora mi hija era la fuerte, la que me protegía de mis fantasmas y eso no hacía otra cosa mas que hacerme sentir inútil.
Yo debía de protegerla a ella, yo debía de ser su apoyo.
—Todo fue un mal sueño, mamá —dijo, mirándome a los ojos—. Nada de eso es real.
—Pero lo fue —susurré con la voz quebrada.
Charlie no dijo nada, en lugar de eso me volvió a abrazar. Cuando me tranquilicé me obligó a beber una taza de té y me dio una píldora para dormir. Se quedó a mi lado en la cama hasta que las sombras cegaron mis ojos y me arrastraron a un profundo sueño.
Volví a despertar a medio día, cuando el sol estaba tan alto que mi habitación ahora era blanca, como la de los hospitales. Charlie ya no estaba ahí. Me incorporé lentamente y me arrastré hasta el baño. Abrí la llave de la tina y me deshice de mi ropa. Me sumergí en el agua y recargué mi cabeza en el borde de cerámica de la bañera. Me quedé ahí, inmóvil, sintiendo el agua fría en mi cuerpo.
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Sólo tú.
Romance¿Existe la amistad entre un hombre y una mujer sin que uno termine enamorado del otro? Desde niños Eleanor Evans y Nicholas Hayes han sido mejores amigos y nunca enamorarse del otro había significado un problema. Al menos hasta que sus sentimientos...