Veintisiete.

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Se puede decir que el día siguiente fue el peor día de mi vida, pero no, no lo fue. El peor día fue el 11 de septiembre, pero ya llegaré a eso. No desesperes.

Desperté muy temprano con unas náuseas tremendas que me hicieron arrastrarme, tanto pronto como abrí los ojos, hasta el retrete. Todos seguían completamente dormidos. No había ningún ruido en el departamento mas que los ronquidos de Charlie que parecían atravesar la pared.

Me arrastré hacia el baño y me dejé caer junto al retrete, esperando a arrojar mi última comida. Tenía mucha saliva en mi boca y ya de antemano sabía lo que se avecinaba.

—Agh —gruñí.

Me quedé unos minutos recargada en la taza del baño. Esa escena me recordó a una Eleanor dos meses atrás, aterrada por un embarazo y por lo que iba a hacer de mi vida. Ahora ya no estaba aterrada, pero seguía sin saber exactamente lo que iba a hacer.

Sabía que mi estancia en el departamento de Nicholas Hayes sólo era transitoria. En unos meses, cuando naciera mi bebé, debía de buscar un sitio y hacer una vida; además, después de lo sucedido la madrugada anterior era absolutamente necesario iniciar con mi independencia. Pero la verdadera pregunta era ¿cómo? ¿Cómo iba a iniciar una vida si tan sólo cargaba un par de dólares en el bolso y no tenía un empleo?

Por un instante consideré en aceptar el apoyo de Mark pero de inmediato esa idea se desvaneció.

Yo iba a salir sola, me prometí.

La puerta del baño se abrió y vi a Nicholas entrar. Llevaba puesto un pantalón color caqui y un suéter uva encima. Podía ver bajo él una corbata. Se veía realmente guapo. Aparté mi mirada al instante.

—Me vine a lavar los dientes, pero puedo volver más tarde…

Nunca había escuchado a un Nicholas nervioso. Noté que su mirada rehuía de la mía.

El muchacho hizo ademán de salir pero lo detuve al instante.

—¡Espera! Hazlo, ignórame, sólo estoy aquí, esperando a que se me quiten las náuseas. Ni siquiera notarás que estoy acá.

Nicholas pareció aliviado por comprobar que no estaba furiosa. La realidad era que no sabía cómo me sentía exactamente con lo que había pasado hacía unas horas atrás.

Me refiero a que, siendo realistas, no podía enfadarme porque escogiera en primer lugar a Claire por encima de mí, era su novia después de todo; tampoco podía reclamarle que se hubiera estando acostando con ella después de que él hubiera intentado besarme primero en el porche de mi casa y yo le hubiera dicho que no porque iba a ser extraño.

Él simplemente había respetado mi decisión y había vuelto con Claire. Supongo que ahora lo único que nos quedaba era pretender que nada había pasado.

El detalle ahora era si yo quería hacerlo.

Aún podía sentir sus labios, temerosos sobre los míos, y aún me parecía escuchar sus dulces y tontos coqueteos en mi oído. En ese momento sentí algo en mi estómago y no fueron precisamente náuseas: fueron mariposas.

Mis mejillas se encendieron y volteé hacia otro lado para no captar la atención de Nicholas.

El muchacho se lavaba los dientes rápidamente y a veces me dirigía una mirada inquisitiva a través del espejo que estaba encima del lavabo. En esos momentos enrojecía un poco más.

—Ayer no te pregunté cómo fue tu primer día en la universidad —pregunté, distraídamente, tratando de desviar su atención.

—Fue agradable. La universidad es preciosa y mis maestros parecen ser muy inteligentes.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora