Dieciséis.

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Salimos del consultorio y nos reunimos con Elliot y Nicholas en la recepción. Yo aún veía, extasiada la fotografía que me había dado el doctor Harrison. El papá de mi amigo y mi madre fueron a pagar y le mostré el papel a Nicholas.

—¡Es el bebé!

—Está hermoso.

—¿Ya lo viste? —pregunté, asombrada.

—Sí, ¡wow, El! Serás una mamá, una hermosa mamá.

Sonreí.

—Seré una mamá —me repetí.

Elliot también se mostró muy emocionado en cuanto le enseñé la fotografía, incluso dijo que iba a ser idéntica a mí. Mary-Kate seguía llorando y lo hizo todo el día cada vez que miraba a mi bebé.

El papá de Nicholas nos llevó a comer al centro de Newark y pasamos el resto de la tarde recorriendo las calles de la ciudad como si fuésemos una familia. Supongo que así nos veían los habitantes de esa ciudad, al menos los que se detenían a ver de qué tanto se reía la chica de cabellos rojos y ojos tristes o porque esa misma chica corría como loca mientras otro muchacho la perseguía, mientras se abrían paso entre la multitud, al tiempo que una mujer joven les gritaba que se detuvieran y que un hombre reía.

Por primera vez en nuestras vidas tuvimos una tarde feliz y tranquila. Mary-Kate no tuvo que soportar desprecios de las personas, Elliot no tuvo que lidiar con la odiosa de su esposa, Nicholas volvía a ser el mismo conmigo y yo tenía un futuro distinto abriéndose ante mis ojos verdes.

Ninguno de los cuatro se preocupó por el mañana que nos esperaría ni de los cambios que ocurrirían en nuestras vidas los siguientes meses, para nosotros sólo existía el ahora y estaba bien porque al fin y al cabo así es como uno debería de vivir, ¿no? Sólo el momento, dejar de preocuparnos acerca de nuestro tortuoso pasado y de nuestro incierto futuro.

—Nunca me había divertido tanto en una tarde, El —Nicholas descansaba en una banca, a mi lado.

Mamá y Elliot habían entrado a una tienda de antigüedades y los estábamos esperando afuera. Mi amigo se recargó en mi hombro.

—¿En qué punto de nuestras vidas fue que nos separamos, Nicholas?

Él se separó de mí y miró hacia al frente.

—No lo sé, El. Supongo que después de que volví del crucero con mis padres. Estabas muy cambiada. Eras distinta a la chica que me mandaba e-mails dramáticos sobre su vida amorosa y tu odio irracional a mi novia. De un de repente te habías tatuado y tu cabello estaba teñido con mechas rubias. Ya no llevabas un libro de Stephen King en tus brazos, llevabas un cuadernillo y una guitarra en tu espalda. Tus ojos también eran distintos, tenían bastante delineador negro y aunque te hacía ver bastante sexy, una parte de mí sabía que no eras tú. Tu novio tampoco ayudaba mucho —continuó—, ¡joder! Lo odiaba, era (es) un imbécil y tú no parecías notarlo…

—Nunca dijiste nada.

—Traté, El. Muchas veces traté, pero tú seguías repitiendo patrañas sobre Claire y no escuchabas. Supongo que una parte de mí llegó a creer que en verdad eras feliz con él y desistí.

Mi mirada clavada sobre el piso se lleno de lágrimas y tan pronto como respiré, comenzaron a resbalar por mis mejillas. No tardaron dos segundos cuando las limpié con las yemas de mis dedos.

—Entonces llegaste esa noche, una de las primeras noches de primavera, llorando a mi casa. Te abracé y no te pregunté ni te dije nada y aún no sé exactamente qué fue lo que pasó. Nunca me he atrevido a preguntarte qué pasó esa noche, El, pero creo que jamás te había visto así. Quise ir detrás de él y golpearlo en ese preciso instante, pero tú me lo impediste. Me imploraste que no lo hiciera.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora