Treinta y dos.

3.9K 325 4
                                    

—Listo —David detuvo el coche afuera del departamento de Nicholas.

Eran cerca de las cinco de la tarde. Apenas habíamos vuelto de los hospitales y David se había ofrecido en llevarme a casa. Le dije que me dejara en mi antigua residencia para ver a mi madre, que según me dijo en un mensaje, estaba ahí. Además, por lo que había visto, si David se enteraba dónde vivía su adorada hermana seguramente pegaría el grito en el cielo.

—¿Acá vive, Rachel? —quiso saber, evaluando el edificio.

—No —sacudí la cabeza—. Acá vivía, vine por algunas cosas y a ver a mi madre.

Cogí mi bolso y me quité el cinturón de seguridad.

—Ha sido un placer, doctor Harrison.

—Llámame David —pidió, con amabilidad.

—Está bien, David. ¿Nos vemos mañana?

—Nos vemos mañana.

Al día siguiente habíamos acordado en ir a ver el nuevo consultorio. Pasaría por mí en la misma cafetería.

Le esbocé una sonrisa antes de bajar. Me despedí de él con la mano y lo vi perderse en Nueva York.

El guardia se extrañó un poco al volver a verme. Supongo que él, tanto como yo, pensó que no volvería a pisar ese edificio después de haber salido con mis maletas, hecha un mar de lágrimas. Subí por el elevador y cuando toqué la puerta del departamento de Nicholas, Charlie y Mary-Kate abrieron rápidamente. Ambos se echaron a mis brazos.

Mi madre tomó mi barbilla y me evaluó. Sus ojos estaban rojos e hinchados.

Charlie estaba muy pálido.

—Cariño, me asustaste mucho.

—Lo siento, mamá.

El hermano de Nicholas, junto con mi madre, me arrastraron a regañadientes al interior del departamento. Elliot estaba en la ventana y Nicholas en un sillón, hecho ovillo. Claire veía televisión.

Los dos hombres se incorporaron y fueron a mi encuentro. La chica no se molestó siquiera en echarme un vistazo.

—Eleanor, perdón, estaba furioso, no debí permitir que te fueras —dijo Nicholas.

Sacudí la cabeza. No me había dado cuenta de lo encabritada que estaba hasta que lo vi. Me costaba trabajo creer que el mismo que me había prácticamente corrido de su casa era el mismo que me defendía de niños.

—¿Podemos irnos? —le pregunté a mi madre. Ella asintió con la cabeza.

Cogí su mano y salí del departamento, sin responderle nada a Nicholas. Charlie y Elliot nos siguieron hasta el vestíbulo, en silencio. El coche de este último estaba en el estacionamiento subterráneo del edificio y mientras esperamos, Mary-Kate se armó de valor y me preguntó qué había sucedido exactamente el día anterior.

La luz se filtraba a través de las rejas de la entrada de aquel edificio en Greenwich Village. Me imaginé a un Mark entrando la tarde anterior, furioso y dispuesto a llevarme de vuelta a Cape May; después imaginé a Claire saliendo con la firme intención de vengarse de mí y al final estaba Nicholas entrando, enojado conmigo.

Habían pasado muchas cosas el día anterior y no sabía por dónde empezar. Antes de que pudiera responderle a mi madre, que aún no soltaba mi mano, llegó Elliot.

Subimos al auto y el padre de los Hayes nos dijo que nos llevaría a comer a un lugar cercano. El coche se sumió en un silencio muy incómodo y sepulcral que todos estaban temerosos por romper.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora