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T.

Reviso los bolsillos del hombre que agoniza en la silla. Viste un traje caro, ahora manchado de sangre y sudor. Las mangas de su camisa blanca están empapadas, y su corbata de seda cuelga deshecha alrededor de su cuello. Sus muñecas están atadas con fuerza, la piel desgarrada y ensangrentada por las correas apretadas. Su rostro, antes pulcro y afeitado, está ahora hinchado, con moretones que van del púrpura al negro, y su labio inferior cuelga partido y sangrante.

—Genial, ¿te importa si tomo tu encendedor? —me burlo, imitando su voz débil—. Claro que no.

Suelto una carcajada mientras saco un cigarrillo del bolsillo de mi chaqueta, lo coloco entre mis labios y lo enciendo con el encendedor que acabo de encontrar. La llama tiembla por un momento antes de estabilizarse, y el olor del tabaco se mezcla con el del sudor y la sangre. Inhalo profundamente, disfrutando del humo que llena mis pulmones, mientras observo al hombre que he torturado hasta el borde de la inconsciencia.

Él es un empresario prominente, uno que ha construido su imperio sobre negocios turbios y decisiones sucias. Su ambición y codicia finalmente le han pasado factura. Sus ojos, hinchados y apenas abiertos, me miran con una mezcla de miedo y odio. Me inclino hacia él, dejando que el humo de mi cigarrillo se disperse lentamente en su cara.

—Sabes, realmente deberías haber sido más cuidadoso con tus tratos —digo, exhalando el humo en su dirección —pero ahora ha sido un gusto haberme divertido contigo.

Dejo caer el cigarrillo en el suelo y lo aplasto con mi bota. Saco un cuchillo afilado de mi bolsillo, su hoja brilla a la tenue luz de la habitación. Me acerco a él, disfrutando el terror que se refleja en sus ojos. Lentamente, deslizo la hoja por su cuello, apenas rozando la piel, dejando que el miedo lo invada por completo.

—Buen viaje al infierno, plasta de mierda —susurro, justo antes de clavar el cuchillo profundamente en su abdomen, torciendo la hoja para asegurarme de que no haya vuelta atrás.

Él gime de dolor, un sonido gutural y desesperado, y sus ojos se abren de par en par antes de cerrarse lentamente. Me retiro y observo cómo la vida se desvanece de su cuerpo, dejándolo inmóvil y silencioso en la silla. El trabajo está hecho.

Guardo el cuchillo en su funda y meto el encendedor en mi bolsillo. Me levanto, sacudiéndome el polvo y las manchas de la ropa. Camino hacia un espejo en la esquina de la habitación y comienzo a desarreglarme. Despeino la peluca negra, haciéndola ver desordenada y revuelta, como si hubiera tenido un encuentro apasionado. Me retoco el maquillaje, exagerando el aspecto corrido y desordenado.

Me miro una última vez en el espejo, asegurándome de que la imagen proyectada sea la que quiero mostrar. Mi ropa de prostituta está estratégicamente desordenada: el vestido corto está torcido, la cremallera medio bajada y los tirantes caídos de los hombros. Paso las manos por mi cuerpo, dejando huellas de maquillaje y sudor, completando el cuadro.

Con una sonrisa sarcástica, me acerco a la puerta. La abro y salgo al pasillo, encontrándome con los dos tipos que estaban resguardando la entrada. Sus ojos se llenan de curiosidad y desconcierto al ver mi aspecto. Me dirijo a ellos, exagerando cada movimiento para que piensen que acabo de salir de una sesión de sexo desenfrenado.

—Gracias por la espera, chicos —digo con una voz llena de sarcasmo, guiñándoles un ojo—. Espero que hayan disfrutado el espectáculo.

Uno de ellos intenta mirarme a los ojos, pero no puede ocultar su incomodidad. El otro se limita a asentir, sin saber qué decir. Me acerco a ellos, pasando mis dedos por sus mejillas, dejando una marca de lápiz labial en cada uno.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora