Capítulo V: Gemas

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01/05/2022

Recuerdo que cuando oí eso, mi mente estalló en miles de pensamientos y teorías. Una bomba repleta de sentimientos y emociones, combinados con un pánico inquebrantable, explotó dentro de mí. Era un impacto, como una punzada en el cerebro, una noticia que jamás se me había cruzado en la mente. En ese momento le pedí a mamá y a papá que me dejaran a solas en mi habitación y que no volvieran a hablarme sobre eso hasta que yo lo quisiera, porque me habían surgido nuevas preguntas. Y muchas.

No estaba molesto con mamá o papá, más bien, estaba alegre porque me hayan dicho la verdad. Ya no sentía aquella vibra de mentiras.

Esa noche y unas cuantas más no pude dormir, daba vueltas en la cama o me quedaba viendo hacia el techo. A veces sentía calor, a veces frío. Mi mente aún no había procesado ese tema que me habían estado ocultando con alguna razón aparente, la cual desconozco.

Ahora sentía una vibra de inquietud y presión por parte de mi mente, otra vez, porque ahora algo era verdad: el sueño se haría realidad. Iba a convertirme en rey, tal y como lo soñé.

¿Cómo fue que jamás recordé que mamá y papá fueron reyes? Quizá lo olvidé, porque en ese tiempo tal vez tenía cinco años. Pero, ¿por qué? Ahora todas las escenas de mi sueño comenzaban a tener mucho sentido. Pero, ¿todos lo sabían menos yo? ¿Por qué mamá y papá lo habían dicho como si de un misterio se tratara?

Mi mente, que ya había explotado muchas veces con esos pensamientos, no resistía a tanta información. Entonces planeé una mini reunión en la sala de la casa con mamá, papá, los gatos y Lucy, mi perrita.

Mi mente está muy inquieta —comencé a hablar, tomando un sorbo del té que mamá preparó.

—Te entendemos —habló mamá—. Créenos, nosotros también hemos estado preocupados por ti.

Así es —intervino papá—. Y... ¿De qué quieres hablar?

—Primero quisiera comentarles sobre mi sueño —proseguí—. Es que supongo que se está haciendo realidad, y es muy obvio. Pero de alguna manera no se me hace normal.

—Hay varias explicaciones para un sueño —indicó mamá—. Y en el caso de que hayas soñado tu coronación, probablemente solo haya sido una señal o un avistamiento de que así podría suceder. Bueno, porque sí sucederá.

—Pero siento que muchas cosas no me cuadran, aunque tengan sentido. Y una de esas es cómo pude olvidar que nuestra familia era de la realeza y que yo tendría que ser el sucesor o algo así.

—Tal vez porque nunca estuviste con nosotros mientras realizábamos algo en torno a la realeza —intervino papá—, aproximadamente cuando tenías cinco años. Entonces siempre te quedabas con Samantha, tu niñera, mientras nosotros ejercíamos nuestros deberes.

—Puede ser esa una razón —comenté—. Entonces, ¿por qué no querían que yo estuviera con ustedes?

—A veces se nos complicaba el trabajo de ser reyes, entonces no queríamos que nos vieras con cara de cansancio —añadió mamá, pero no me convenció su explicación.

—¿Entonces por qué ustedes nunca hicieron recordármelo cuando tuve la edad adecuada? —me atreví a preguntar—. ¿Por qué no hay nada físico o mental que me haga recordarlo?

—Quisimos hacerlo hace tiempo, pero no lo tomabas en serio, ¿recuerdas? —añadió papá.

—No... no lo recuerdo —informé, mientras abracé a Frijol para acariciarlo—. ¿Por qué no lo recuerdo?

—David, concéntrate en lo que querías decirnos. Luego harás otras preguntas.

Algo era cierto dentro de todo: aún me ocultan algo. O quizá me ocultan más de una cosa. Claro, sus explicaciones tienen sentido alguno, pero podrían ser excusas muy elaboradas para hacerme creer lo contrario a lo que yo pensaba. Pero me centré en preguntar lo más básico.

—Bien —proseguí—. Esta es una pregunta muy obvia, pero muy necesaria para aclarar mis recuerdos: ¿cómo comenzó todo?

Te lo diré, pero no te aburras —aclaró papá, a lo que yo asentí con la cabeza—. Bien, como ya sabes, me autonombré rey, exactamente el uno de enero del dos mil trece fue mi coronación. Pero antes de eso, hubo un largo proceso. Después de que toda la ciudad firmara un acuerdo, el gobierno de ese año me concedió el puesto de Rey. Esa fue una gran noticia para mí, para mis padres y para muchos países del mundo, porque hasta ese momento, yo era el primer rey. Antes había considerado en postularme como trabajador de ese gobierno, pero no me gustaba cómo funcionaba todo en ese tiempo; tanta injusticia y crueldad. En ese tiempo, fueron tres entidades quienes me concedieron realmente el puesto: el presidente, el cual siempre estuvo en contra mía, la ciudad y mi propia familia.

—¿Tu familia? —indagué.

Mi familia debía estar de acuerdo con las condiciones que contraía ser rey —continuó hablando—, pero ese es otro tema. De mis padres aprendí a "ser como un rey": preocuparse por los demás antes que uno mismo, ser justo, ser humilde y sencillo. Entonces no tuve que recibir lecciones para aprender a gobernar. Aun así, me faltaban algunas cosas. Cosas físicas, como un vestuario apto, un cetro, un trono y sobre todo, una corona. Como fui el primer Rey, no supe cómo obtener una corona, pero pudimos conseguir lo necesario para fabricarla. Las gemas, que difícilmente pudimos obtener, me sirvieron para crear la corona y el cetro. Eran las gemas más finas que podían existir en nuestro mundo. Definitivamente, la corona era el objeto más valioso del mundo en ese tiempo. Entonces, mi padre se encargó de fundir el oro que consiguió y fue un trabajo muy delicado. Con ayuda de él y con unas pinzas, fabricamos la base de la corona.

¿Y todas las joyas? ¿Cómo las encontraste y dónde las usaste? Siempre he querido tener alguna gema —comenté.

Mi padre trabajaba en una mina y ahí fue donde pudimos obtener los materiales para fundir los metales. Recuerdo que mi padre, junto con sus compañeros de trabajo, fueron quienes buscaron las joyas en la mina, las cuales fueron difíciles de encontrar. Las gemas que hallaron eran casi todas las que existían en ese tiempo: diamantes muy luminosos; rubíes recortados en diferentes formas; zafiros profundamente azules; aguamarina muy clara en forma de óvalos; amatista perfectamente recortada en hexágonos; jade rectangular con esquinas redondeadas; esmeraldas intensamente verdes en forma de gotas de agua; zafiro claramente azul en forma de círculos; turmalina en forma de triángulos; topacio muy cristalino en forma de cuadrados; granate ovalado; azabache recortado en octágonos; ópalo resplandeciente en forma de óvalos y, por último, la gema que me encantó fue la piedra lunar. En ese tiempo era muy desconocida. Todas las pusimos en la corona, tres ejemplares de cada gema dispersas en la corona.

Pero si la piedra lunar era muy difícil de encontrar, ¿cómo la obtuviste?

Recuerdo bastante que el día en que se me concedió el puesto de Rey, yo estaba sentado en el jardín de la casa, recostado en el tronco de un árbol que yo sembré cuando fui niño. Pero de un momento a otro, ocurrió un eclipse lunar. Fue bastante extraño, porque en esta ciudad... quiero decir en este país, no era muy probable que ocurriera un eclipse total lunar. Era medianoche del 12/12/2012. Minutos después, estaba cansado y me levanté...

¿Qué hacías despierto a esa hora? ¿Y las piedras lunares? —repliqué con desesperación.

Ten paciencia, porque esta historia es... un poco larga.

El diario de un rey: la coronación [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora