Capítulo VIII: La magia en aquel balcón

31 6 2
                                    


La voz de papá me parecía relajante, por lo cual me tenía muy entretenido y asombrado a la vez. Llevábamos más de una hora conversando y me había olvidado por completo de que tenía pendientes algunas tareas del colegio. En fin, las haría en la noche.

Y bien, ¿qué pasó con la corona? —proseguí—. ¿Se destruyó a causa de los rayos que cayeron sobre ella?

¿No debías terminar tus tareas del colegio? —indicó papá, señalando mis cuadernos sobre la mesa.

Que las tareas se hagan solas si quieren —ironicé—. Esta historia es mejor que hacer tarea. No importa si me duermo tarde para terminarlas. Tú sigue contándome.

Pero prométeme que harás tus tareas —dijo, a lo que asentí de mala gana—. Luego de que pasaran esos acontecimientos mágicos que jamás imaginé que pasarían, sentí que no podía moverme, literalmente. Pero al final sí pude ponerme de pie. A causa del terremoto, todo lo que estaba en mi habitación se había caído al suelo, desde los muebles más grandes hasta el más pequeño lápiz. La parte de mi habitación, que estaba cerca del balcón, estaba completamente mojada. La ventana donde divisé el eclipse, estaba destruida, al igual que todas las ventanas y objetos de vidrio, estaban completamente destrozados. Una pared se agrietó, estuvo a punto de derrumbarse, pero pudo soportar unas horas. De suerte que iban a remodelar y construir todo para mi futuro castillo. En fin, caminé hacia el balcón, con curiosidad en saber qué le pasó a la corona. Y la sorpresa fue que mi corona estaba intacta.

¡¿En serio?! —expresé—. Pero, ¿cómo pudo resistir ahí mientras ocurría esa catástrofe?

Eso mismo me cuestioné, pero rápidamente encontré la respuesta en la misma corona. Todos los elementos se habían fusionado a los relámpagos y quedaron plasmados en la corona. Noté que habían quedado plasmadas varias figuras en la corona; los relámpagos significaban la onda de fuego; las rayas inclinadas, la lluvia; las hojas que formaban un remolino, el viento; y la figura de una roca partida a la mitad, significaba el terremoto. De alguna manera pude comprenderlo, pero esas cuatro figuras estaban distribuidas en cada punto cardinal de la corona, y claramente eran los elementos. Todo ese acontecimiento ocurrió a las 21:21 de la noche, otra coincidencia. El eclipse había terminado y había luna llena muy brillante. Aún oía a mi madre, insistía a que saliera de ahí y que en el jardín estaríamos seguros. Pero yo la ignoraba porque estaba tan asombrado. Sí, quería bajar al jardín, obviamente, pero quería llevarme conmigo la corona, para que no le pasara nada. La tomé con mis dos manos y noté que el diamante que le habíamos puesto en la varita del centro, había desaparecido. Lo busqué en todas partes antes de bajar al jardín y también luego de haber bajado, pero nunca lo encontré. Era tan sorprendente la magia que podía resurgir de la naturaleza. Afortunadamente, las piedras lunares ya no tenían energía emergente, a saber dónde se había ido aquella energía. Bajé al jardín y recuerdo que mi madre me abrazó. Luego también mi padre me abrazó y estaban felices de que no me ocurrió una desgracia. Les conté cada detalle de lo que presencié en mi balcón; la magia en aquel balcón. Ellos, al fin, creyeron en mí. Recuerdo que ese día dormimos en carpas en el jardín, por miedo a que ocurriera otro temblor.

Esto... ¡Eso es fascinante! —expresé con entusiasmo—. No el hecho de que pudo haberles ocurrido una desgracia, sino de que presenciaste un evento mágico.

¿Verdad que sí? Pero... Considero que ya te he contado bastante, ¿qué tal si otro día termino de contarte el resto?

¡No! Por favor, cuéntame, aunque sea otro poco —lo sé, debería hacer mis tareas, pero esto es mejor.

Está bien, pero solo un poco más. También tengo otras cosas que hacer.

Sigue.

Al siguiente día, todos en la ciudad comentaban que habían visto aquellos destellos que cayeron sobre nuestra casa. Muchos se preocuparon por nosotros, pero afortunadamente nadie salió lastimado. Sin embargo, en casa, mi madre y mi padre me decían que no le contara a nadie nada de lo que vi, pues eso sería como una desventaja y me quitarían el puesto de rey. Porque podrían pensar que yo alucinaba, o que era un psicópata. Ese mismo día comenzaron con la construcción del castillo; trabajamos día y noche. Nuestra casa parecía un centro de desechos. Mientras tanto, yo no sabía dónde guardar mi corona hasta el día de mi coronación. Así que la guardé en un...

Por casualidad, alguien llamó a papá por teléfono.

Mira —me mostró la pantalla del móvil—, debo atender una llamada. Termina tus tareas y luego baja a cenar, que ya hemos hablado por mucho tiempo y tengo los labios resecos.

Y sin decirme nada más, papá salió de mi habitación mientras contestaba al teléfono

Estoy seguro de que esa anécdota no es la única. Algunas de las cosas que aún no sé, son: ¿por qué dejó de ser rey en poco tiempo? ¿Por qué ocurrieron todos esos acontecimientos? ¿Por qué nadie habla nada sobre papá? ¿Desde cuándo pudo haber existido la magia? Esta última pregunta me revuelve toda la mente. Y la pregunta que es muy obvia: ¿en dónde estará el antiguo castillo del que papá me habló? Aún tengo demasiadas preguntas sin aclarar. Pero con lo que me había dicho hasta el momento, es suficiente para generar una última metáfora:

«Metáfora 5: Los fenómenos naturales pueden representarse como consecuencias negativas, cuando alguien o algo quiere atacarme o atacar a mi familia. Y pueden pasar cuando menos los espere».

Muy bien, hasta el momento tengo cinco metáforas. Si papá no quiso contármelo de la manera en que yo lo hice mediante metáforas, sería por una razón que no termino de encontrar. Pero lo bueno es que podía interpretar mis análisis de una o más formas, para al fin tomar una decisión.

De tanto hablar y pensar, me di cuenta de que era de noche. Bajé al comedor; papá había finalizado con su llamada telefónica y estaba sirviendo la cena en cada plato de la mesa, mamá estaba poniendo algo de música clásica para ambientar la noche. También vi a Lucy, mi perrita, jugando con Chipi, Frijol y Leo. Ver a mi familia feliz me da tranquilidad y una alegría incomparable.

Y no quiero que mi simple decisión pueda destruir de alguna manera esa alegría o esa "vida normal" que tenemos construida hasta el momento. Opino que siempre hay situaciones que pueden cambiar totalmente la alegría por momentos de preocupación, tensión o estrés. No quiero que en mi familia estemos preocupados por lo que pueda pasar.

Pero siento que ahora, el futuro de mi familia está en la decisión que tomaré. Que habrá una consecuencia segura, positiva o negativa, pero la habrá. Puedo presentir que algo aún no cuadra, pero no sé qué podría ser. Y todo esto es estresante.

¿Debería ser rey? ¿Debería desechar la idea de serlo?

¿Debería...?

No quiero decepcionar a mi familia, esta puede ser mi oportunidad de demostrarles que pueden confiar en mí.

«Pero ni siquiera has hecho las tareas del colegio, torpe».

El diario de un rey: la coronación [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora