Capítulo XXXIII: ¡Quisieron matarme!

4 1 0
                                    


-¡Está despertando! -reconocí la voz de mamá.

Empecé a abrir lentamente los ojos. Me dolía absolutamente todo el cuerpo. Reconocí que estaba en un hospital cuando me vi vendado sobre una camilla.

-¿Qué pasó? -dije con un hilo de voz.

-Que no pudiste usar tu magia -indicó papá, que estaba al otro lado de la camilla. Los dos parecían haber llorado mucho-. No es un reclamo, es un misterio ante todo.

-Pero Tom... -comencé a llorar-. Él no merecía eso.

-Ya... esas cosas pasan.

-¡No! -y de un brinco me levanté, cosa que me hizo sentir más dolor-. ¡Fue mi culpa! ¡No pude hacer nada! Él ahora está muerto y yo no pude hacer nada.

-No fue culpa de nadie.

-¿Y qué me dices de los ladrones también? ¿No son culpables acaso? -hablé aún entre el llanto.

-Sí, pero ya murieron.

-¿Qué?

-Según una cámara de vigilancia cercana, la explosión recorrió por cada auto, haciendo justicia. Las personas cercanas te encontraron inconsciente.

-¿Y el manto?

-Ya no lo traías puesto, ni la corona.

-Supongo que al menos funcionó lo de cambiar de identidad, cuando impacté contra el piso -hablé para mí mismo.

Horas después, salimos del hospital. En el castillo, mis amigos me recibieron con un abrazo enorme. Pero yo no paraba de llorar, con la misma pregunta: ¿por qué nos pasa esto?

Minutos más tarde, todos estábamos vestidos de negro, listos para ir al funeral de Tom. La inepta magia al menos funcionó para recrear otro vestuario en negro para el rey.

Reunidos en el cementerio, conocimos a su familia, la cual estaba mucho más devastada. Fue una sepultura privada, nadie más que los que tuvimos una cercanía a él pudimos entrar. Supe que la noticia correría como agua por toda la ciudad, luego de que se notificara el cierre temporal del cementerio, el banco, la gasolinera destrozada y carreteras aledañas al accidente. Todo por respeto a Tom. Y también por seguridad.

Su familia nos agradeció por el poco tiempo que estuvo con nosotros, y yo también les pedí una disculpa por haber tenido que acompañarme esta mañana. Pero, por otra parte, mi mente rondaba con esta inquietud: yo pude morir. Pero la vida prefirió sacrificar a Tom. Y eso de alguna manera quiere decir que yo aún no he cumplido mi propósito. ¿Cuál propósito? Aún no lo sé, únicamente vivo por vivir.

Llegamos a casa una hora después, cansados de llorar. La mayoría me consolaba por la muerte de Tom, por el susto y por el asunto del dinero, que casualmente llegó sano y salvo al castillo, gracias a las camionetas que tomaron una ruta distinta. Decidí hacerme cargo de ese asunto económico para mañana. Únicamente fui a mi alcoba y me tumbé en la inmensa cama que me acogía en el castillo. Creo que dormí unos minutos, hasta que algo me despertó.

-Hola, David -susurró ese "algo".

-¿Ah? -recordé que era la voz de Ligrac, el espectro del volcán-. ¿Ligrac?

-Así me llamo -contestó-. No hace falta explicarte cómo aparecí aquí, ya sabes que estoy en toda la naturaleza. El asunto es, ¿por qué estoy aquí?

-¿Supones que lo sé? -últimamente mi simpatía desapareció por la muerte de Tom.

-Vine para darte explicaciones de por qué murió Tom y también sobre el resto de asuntos que sucedieron hoy.

El diario de un rey: la coronación [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora