Capítulo XXIV: La nueva Dinastía

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Todos los presentes nunca objetaron nada en contra mía, porque sabían perfectamente que es cierto lo que les dije. Unos demostraban una expresión de máxima vergüenza, otros de asombro y unos más de enojo. Especialmente Albert, que estaba demasiado molesto.

-No, no puedes -articuló Albert. Su voz era más grave en persona-. No tienes el derecho ni el poder para hacer esto, yo tengo un mejor conocimiento sobre leyes y autorías, y no es posible que alguien destituya al presidente, a no ser que él mismo renuncie. Cosa que no haré. Y sí, robamos el dinero, ¿qué esperabas? ¿Que fuéramos los héroes de la ciudad? Eso jamás. Para mí es fácil ganarme la confianza de la gente, pero mantenerla es lo difícil. Por eso finjo ser el buen líder que esperan que sea.

Eso me hizo enojar demasiado.

-¡Esperaba que fueras mejor! -expresé con mucho enfado-. No solo yo, sino la ciudad y el país entero confiaba en ti. Siempre haces comentarios ofensivos hacia otras personas, y no te importa que tú tengas más errores que los demás. ¿Querías eliminar la Dinastía? Jamás podrás. Porque ahora el país estará aliado al Reino de Zanitt.

-¿Reino? -ironizó con una risa horrible-. No sabes de lo que hablas, no sabes nada. No sabrás dirigir ni tu vida. Ni siquiera tienes el valor de mostrar tu rostro, y piensas que tienes valor. Mejor ve a tu casa a seguir llorando, porque eres un simple...

-¡YA BASTA! -le interrumpí. Odiaba su manera de actuar: su hipocresía ante mí y ante la ciudad-. ¿Sabías que hay miles de personas allá afuera esperando la respuesta de ti o de mí? ¿Sabían ustedes que todos allá afuera esperan buenas noticias? Eso les daré, la noticia de la eliminación del gobierno. Porque sí puedo y siempre podré hacer lo que yo quiera. Nadie me detendrá.

Albert estuvo a punto de decir algo, al igual que algunos empleados, pero yo actué rápido: tomé una copa de vidrio que estaba sobre una mesa y la lancé al suelo con fuerza. Al instante se quebró en miles de pedacitos. Todos se callaron, pero se levantaron, como queriendo detenerme, pero di la vuelta y salí rápido de ahí. Los encerré bajo llave en su propia sala.

Corrí hacia afuera, a un pequeño lugar donde el actual expresidente solía dar discursos. El micrófono ya estaba encendido, entonces me dirigí a la multitud que se extendía desde aquí hasta los edificios más lejanos:

-Hola, otra vez. Claramente, pueden ver que soy el rey. No tengo mucho tiempo, la gente de allá adentro encontrará la llave para salir e impedir que diga esto: recientemente eliminé para siempre al gobierno y a sus funcionarios -tomé unos segundos para respirar mejor. Pero al instante, la muchedumbre comenzó a lanzar gritos en contra mía-. Ah, ya veo. No me creen, ¿cierto? ¿Quieren pruebas? Pues escuchen esto -saqué mi teléfono y reproduje la grabación de la conversación que tuve recientemente con Albert. Sí, soy más listo de lo que piensas. Antes de haber entrado a su sala, encendí la grabadora de voz, captando todo lo que hablamos dentro. Cuando la grabación terminó, proseguí:

-¿Lo ven? Ese era su presidente. Un hombre hipócrita, que ante ustedes era amable y perfecto, pero sus intenciones eran peores. ¿Querían un buen líder? Aquí estoy yo, que no soy como Albert. ¿Querían una ciudad perfecta? Construyámosla todos juntos. ¿Querían saber dónde está el dinero? En la billetera de Albert. No se trata solamente del dinero, sino de las mentiras que él les dijo. ¿Sabían que esos tres hospitales no son temporales? Sí, pertenecían a una entidad privada, de la que él se adueñó para fingir que hacía el bien. En fin, hablé en tiempo pasado. Ahora, ¿QUIEREN DEJAR DE VIVIR EN UNA CIUDAD REPLETA DE MENTIRAS? ¿QUIEREN FORMAR PARTE DEL NUEVO REINO DE ZANITT? ¡Un reino, un país! Un país donde no habrá mentiras, donde todo será transparente. ¿Qué dicen? -hubo un silencio profundo, que por un segundo me hizo pensar que no estaban confiando en mí. Hasta que media ciudad gritó al unísono:

El diario de un rey: la coronación [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora