Capítulo XXII: Una extraña voz

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«Consecuencias... consecuencias... consecuencias»

¡Está despertando! —oí gritar a alguien.

Me dolía mucho la cabeza, sentía los ojos pesados de tanto llorar, me temblaba todo el cuerpo y escuchaba una molesta voz en mi mente, diciendo "consecuencias" consecutivamente.

Vamos, despierta David —alguien me estaba zarandeando el brazo.

Y desperté de un salto, como si hubiera resucitado. Tenía la respiración muy agitada, mi frente sudaba y sentía frío. También tenía la visión borrosa. Estaba sobre una camilla vacía del hospital.

Consecuencias —repetí lo que escuché de esa voz, sin pensar que Erick, Samantha, Karla y papá me estaban viendo, tristes y confusos.

¿Qué? —indagó papá, que estaba en una silla de ruedas y lleno de vendas por todas partes.

¡Mamá! ¿Dónde está? —grité exasperado, ignorando todo a mi alrededor.

Cálmate David, todo está bien —dijo Karla con una voz suave, acariciando mi mano—. Luego de que el enfermero notificara sobre el accidente del tren, tú comenzaste a vacilar y te pusiste pálido, hasta el punto en que te desmayaste, afortunadamente Erick pudo sostenerte. Pero descuida, nos informaron que tu mamá está en cuidados intensivos y que ya despertó.

Esa es la mejor noticia que he recibido —alcancé a decir—. ¿Cuánto tiempo estuve así?

Casi media hora, creímos que habías muerto —dijo Karla con una leve risa, pero no me causó gracia.

En ese momento, las señales radares regresaron, porque los televisores de esa sala comenzaron a mostrar este titular:

"El epicentro de este catastrófico terremoto fue registrado en las faldas del volcán nevado de Náltita, donde también se ha registrado una grieta de grandes proporciones. Hasta el momento, el terremoto fue perceptible en todo el país y países cercanos, con una cifra de más de mil novecientos fallecidos, más de ciento sesenta y siete mil heridos y miles de familias evacuando la ciudad..."

¿Por qué evacúan? —pregunté, con temor a pensar en las peores cosas.

El centro de geología de Náltita inspeccionó el volcán por vía aérea, advirtiendo que dentro de la grieta surgió un lago de lava, y hay posibilidades de que ocurra una gran erupción —informó Erick.

¿Entonces por qué muchos seguimos aquí? —mi voz se oía nerviosa.

Porque aun con las alertas de erupción, los geólogos informaron que la lava caería del lado oeste del volcán, afortunadamente donde no hay ciudades ni pueblos aledaños y aquí únicamente llegarían las cenizas —siguió informando.

Un terremoto, cientos de fallecidos, miles de heridos, millones de personas evacuando, ciudades destruidas, una próxima erupción y mamá y papá altamente heridos. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué provocó todo esto? ¿Fue algo natural? ¿Era el fin del mundo? ¿Cómo yo podría ayudar, siendo ahora el rey? ¿Es mi responsabilidad hacer algo? Necesitaba despejar mi mente de muchas dudas que aparecían y se desvanecían.

Según los libros, Náltita jamás había sido el epicentro de un temblor. Tenía un presentimiento de que algo estaba pasando, porque esto fue demasiado catastrófico.

Tenía que tranquilizarme, entonces salí a caminar por los pasillos del hospital, con la excusa de que iría al baño.

Los pasillos tenían un olor a alcohol, medicinas y desesperación, típico de un hospital. Pasé por varios, pero en todos había enfermeros y doctores atendiendo a los heridos que no alcanzaron a tener una camilla. Luego de caminar un rato encontré un pasillo vacío, que al parecer conducía hacia el área de ventilación y por eso no había nadie por ahí.

Me senté sobre unas cajas vacías que ni un segundo soportaron mi peso, doblándose y haciéndome caer al piso. Y ahí me quedé, bajo las lámparas que esparcían una tenue luz.

Aún no procesaba el hecho de que mamá y papá fueron víctimas del desastre. Preferiría mil veces que me hubiese pasado a mí y no a ellos. Todavía me sentía mareado y con mis manos temblando.

Mis dudas no paraban de dar vueltas en mi mente, cuando de repente sentí una punzada en mi cabeza y escuché nuevamente esa voz:

Consecuencias.

Recordé que era la misma voz que escuché cuando me despertaba luego de desmayarme. No podía distinguir el género de la voz, se escuchaba como un susurro.

¿Quién eres? —hubo eco de mi voz gracias al pasillo.

Consecuencias.

No había nadie más ahí. La voz provenía de mi mente junto con un dolor insoportable. Me tapé los oídos, pero era inútil.

No permitas que alguien tome la corona, o las consecuencias serán peores —terminó diciendo aquella voz, con un susurro que apenas escuché.

Quedé muy aturdido y confuso. Sin embargo, lo comprendí: Karla tomó mi corona y la magia se ocupó del resto. Sí, ahora sé que fue culpa de la magia. ¿Por qué? No sé. No termino de entender qué tiene que ver la magia dentro de todo esto. Y tampoco comprendo por qué nadie más puede tomar esa corona.

Todavía confundido, salí corriendo de ahí en dirección a la sala donde estaba papá y los demás.

¡Lo comprendí! —grité cuando llegué al lugar—. Papá, me creas o no, una voz que resonaba en mi mente me dijo que... me dijo que... —no pude seguir, porque otro pensamiento me invadió: ¿entonces también fue culpa de Karla? No, sería muy egoísta pensar eso, porque ella no sabía si esto pasaría. Volteé la vista hacia ella, y estaba atenta a lo que yo decía, con su típica sonrisa dulce y su actitud positiva—. Una voz me dijo que... debo ir al volcán.

Me dolió haber mentido, pero lo hice por una buena causa.

Suena genial, yo iré contigo —expresó Karla con emoción, creyéndose la mentira del volcán.

¿Qué? —intervino papá—. No, claro que no. Ninguno irá a ese sitio, porque eso es absurdo. La mente es muy poderosa y puede inducirte a hacer muchas cosas, pero comprender a tu mente es casi imposible. Probablemente, es solo un efecto del susto por todo lo que ha pasado. Mejor ve a casa a descansar.

¿Pero quién cuidará de ti? —expresé, a lo que los enfermeros presentes me vieron con mala cara—. Es decir, claro que aquí te cuidarán, pero quisiera quedarme a tu lado para estar tranquilo.

No te preocupes por mí, estoy en muy buenas manos. Hazme caso, vayan a casa para descansar. Pronto veremos qué hacer con los desastres en la casa.

Asentí con la cabeza y le indiqué a Karla que me acompañara. Saliendo del hospital, la ciudad era irreconocible. Era un desastre, literalmente. Muy pocas personas estaban en las calles, porque la mayoría estaba en los hospitales, y el resto evacuaba la ciudad.

Mientras caminábamos camino a casa, aparecieron más pensamientos: era la primera vez que le ocultaba algo a Karla, y eso no me hacía sentir bien. Pero lo hice para que no se sintiera culpable por lo de mamá y papá y el resto del país. Porque no es su culpa. Creo que parte de esto es mi culpa también. ¿Por qué? Porque todos evacúan, es el reflejo de que no hay un líder que les diga "todo estará bien", y que reparta suministros a las familias afectadas. Ese líder debería ser yo, pero, ¡hey! Soy un simple adolescente que no sabe hacer nada siendo un rey.

¿De verdad iremos al volcán? —indagó Karla, apartándome de mis pensamientos. Estuve a punto de llorar, pero decidí ocultar mi tonta debilidad.

—No, no iremos. Solo lo dije para que papá no se enterara de lo que me dijo esa voz.

¿Y qué te dijo específicamente?

Pues... —me arrepentiría después, pero no quería hacerla sentir mal—. Esa voz en mi mente me dijo que todo estará bien.

¿Y por qué no querías que tu papá supiera eso? Probablemente, eso es lo que necesitaba escuchar también.

Porque sería irónico decirle eso en el estado en que está —mentí.

—Bien, pues esa voz tiene razón: todo estará bien.

El diario de un rey: la coronación [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora