Capítulo XLIII: ¡Navidad!

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Al instante, un reloj de pared cercano marcó las cinco en punto con un sonido de campanas.

¿Está hablando en serio? —preguntamos Karla y yo al unísono

Así es, no tendría por qué mentirles —habló el asistente—. ¿Entonces creyeron que hoy era la asamblea?

Exactamente —contesté—. Bueno, eso decía la invitación que envió la dirección general de la APR, yo como destinatario.

¿Dirección general? —indagó—. Debo recordarle que desde la destitución del presidente, se eliminó todo tipo de dirección o directiva de una empresa pública. A cambio de eso, se instituyó una Junta Democrática por cada empresa. Y en cuanto a la invitación... La Junta no tenía planeado enviarle una invitación, con todo respeto.

Pero... La carta estaba firmada, sellada e incluso con una postal.

¿De verdad? No sabe lo mucho que lamento este inconveniente. Si desea, puedo averiguar la razón de esta confusión en el Departamento de Relaciones Sociales.

Sí, por favor.

Pasamos a la sala de dicho departamento, y llamé a papá para que entrara al edificio. Cuando él llegó, le explicamos la confusión de las fechas. Luego de unos veinte minutos, el asistente regresó junto a un empleado que parecía tener un cargo más grande y profesional. Para ser sincero, comencé a molestarme.

Buenas tardes, su Alteza —habló el profesional, junto con una reverencia.

Buenas tardes —contestamos.

En primer lugar, lamentamos mucho este inconveniente —prosiguió el profesional, que hablaba de manera calmada y sincera—. Supimos sobre una supuesta invitación de la APR hacia usted, la cual nunca le enviamos. De hecho, no la enviamos a nadie que no forme parte de la APR, con todo respeto. Discutimos sobre esto con los trabajadores, y ninguno gestionó ni aprobó ninguna invitación. Probablemente, es una trampa, como el fatal accidente por el problema del dinero falso; créame que sentimos mucho la muerte de su conductor. Por lo tanto, le pedimos perdón nuevamente, y le sugerimos que vaya de vuelta a su ciudad, puesto que acá podría correr peligro.

Ya, ya —comenté, suspirando—. De seguro eso fue, una trampa para hacerme daño, por lo cual no se preocupen, ustedes no tienen la culpa de esto. Gracias por aclararnos el problema, ahora nos retiraremos.

Cuando terminé de hablar, indiqué a papá y a Karla que saliéramos de ahí. Tenía dos cosas en mente: molestia y preocupación. Molestia por este problema que, a saber quién, nos hizo viajar hasta Rágmate y perdernos el día de navidad en familia. Y preocupación por Karla y papá, puesto que viajan conmigo. Si quieren hacerme daño, ellos también saldrán perjudicados... Como lo sucedido con Tom. Una vez salimos del edificio, cruzamos de nuevo el parqueo y entramos al auto.

No se preocupen, estaremos bien —nos consoló papá.

Claro, lo importante fue que teníamos la buena intención de participar.

Bueno, eso ya no importa —hablé, volviendo a vestirme con ropa normal, por medio de otro chasquido—. Ahora lo único que queda es salir de acá lo más pronto posible, porque estoy seguro de que alguien quiere hacerme daño otra vez. Y ahora no quiero perder a nadie más, así que volvamos a Náltita.

Papá aceptó y arrancó. Karla se acercó y me abrazó.

Eran las seis de la tarde cuando salimos del parqueo, en dirección a la salida de la ciudad. El cielo comenzaba a oscurecerse desde temprano, típico de una tarde de diciembre. También comenzaba a caer nieve acompañada de llovizna. Mientras recorríamos las calles para salir de Rágmate, veía cómo las personas hacían las últimas compras para navidad. Algunos iban con prisa, otros iban con paciencia. Unos iban solos y otros iban en familia... En familia, así como celebrábamos navidad siempre, y este año no sería así. Las calles comenzaban a tornarse de color blanco por la nieve que caía. En cada calle había arbolitos con luces coloridas y sonidos típicos de la época. Las ventas de galletas eran las típicas de Zanitt, que por cierto, las mejores son las de Náltita... tienen un sabor único que te hace amar el lugar y hace sentirte en casa. Por petición de Karla, compramos dos cajitas de distintos sabores, de las cuales no comí. Realmente me sentía mal. Emocionalmente mal...

El diario de un rey: la coronación [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora