Capítulo VII: La creación de la corona

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09/05/2022

Aquella tarde del primero de mayo, papá me habló por casi una hora sobre su historia, y cada detalle de su anécdota iba cobrando sentido. Sin embargo, he tenido muchas dudas sobre lo que papá no terminó de contarme.

Y sabiendo que debo decidir en un corto lapso de tiempo, tengo que crear más metáforas. Hasta el momento solo he establecido una metáfora más:

«Metáfora 4: El recuerdo de cuando papá halló las piedras lunares, podría ser una representación de los efectos positivos que tendría mi decisión, sin haberlos esperado a cambio».

Esta vez convoqué únicamente a papá a otra "reunión", en mi habitación.

¿Podrías terminar de contarme tus anécdotas, por favor? —le pedí amablemente—. Si recuerdas, no acabaste de contarme esa historia.

Lo sé, lo siento. En las últimas semanas, hemos tenido muchos problemas en el trabajo y lo olvidé por completo. ¿Dónde me había quedado?

—En que habías tenido una magnífica idea con las piedras lunares.

Cierto... Esa fantástica idea fue llevar las piedras lunares al sótano de la casa de mi padre. Ahí fabricábamos la corona. Él aún no consideraba cierta la manera en que encontré las piedras lunares, pero no me importó. Ya habíamos colocado todas las gemas en mi corona y fue un acontecimiento muy satisfactorio para mí poder hacerlo por cuenta propia. Fue uno de los mejores días de mi vida. La corona pesaba unos dos kilos; era un peso considerable, pero era hermosa. Pensamos por muchas horas en cómo colocaríamos las once piedras lunares en mi corona, hasta que se me ocurrió otra idea.

¿Fundirlas? ¿Derretirlas? —eso fue lo único que se me ocurrió preguntar.

No, claro que no —respondió papá, entre una risa corta—. Tuve la idea de ponerlas en los imperiales.

¿Y eso qué es? —cuestioné.

Son aquellas puntas de una corona que normalmente se representan en forma de triángulos.

Oh, ya comprendí. Sigue.

En cada imperial colocamos una piedra lunar, fueron once imperiales. Y cada punta de esas figuras triangulares debía tener una ligera curvatura hacia el centro, donde se unirían todas las puntas. Colocamos una pequeña varita vertical de oro en el centro, a partir de las puntas unidas. Y finalmente, en la parte superior de la varita de oro, colocamos un diamante.

¿Esa fue la forma en que quedó?

Sí, exactamente así. Con la ayuda de mi padre, de mi madre y de unas pinzas, logramos completar y finalizar mi corona. Así fue la creación de la corona, misma que está dentro de aquel baúl.

Esto es tan increíble. De seguro, esos momentos fueron alegres para ti y para todos —comenté.

Lo fueron, y mucho. Hasta que nuevamente ocurrió otro evento mágico.

¿Cómo? ¿Qué pasó? —pregunté emocionado.

Yo estaba satisfecho con la creación de la corona, entonces me dispuse a envolverla en un manto de seda y llevarla al balcón de mi habitación para contemplarla bajo el paisaje nocturno. Al llegar al balcón, la coloqué en la baranda y la contemplé con emoción. Recuerdo que cada gema brillaba mucho, podía sentir que tenían una energía grande. Vi hacia el cielo para notar si había luna, pero todo el cielo estaba nublado. Ni una estrella podía visualizarse.

¿Entonces cómo es que las gemas brillaban si no había luz de luna que reflejaran? —una nota de emoción seguía en mi voz.

Me di cuenta de que la luz que reflejaban era de las lámparas de mi habitación y del balcón. Sus destellos realmente me transmitían una gran tranquilidad. Me sentí tan contento de haber realizado algo que jamás proyecté. En aquel momento estaba recuperándome un poco del dolor en mi cuerpo, provocado por aquella rama que cayó encima de mí. Pensé en dejar mi corona en el balcón durante toda la noche, para que terminara de enfriarse de lo caliente que estaba el oro fundido, según pensé. Pero no estuvo toda la noche ahí, porque seguidamente ocurrió aquello extraño y mágico.

¿Pero qué fue lo que pasó? ¿Por qué dices que fue tan mágico? —solté desesperadamente, porque papá nunca es directo en lo que dice, y necesito formular al menos una metáfora más.

Pues cuando terminé de contemplar la corona, entré a mi habitación y dejé la puerta abierta, para el aire fresco pudiera ingresar. Pero, mientras iba para acostarme, una brisa muy fría entró a mi habitación, provocándome un escalofrío y un poco de energía de la que sentí con las piedras lunares, y me dije: «aquí vamos de nuevo». Porque sabía que cuando sentía ese escalofrío, era porque algo raro pasaría. Luego de eso, desapercibidamente vi al balcón y noté que había una luz un poco visible, pero cada segundo aumentaba de brillo. Me levanté, caminé lentamente hacia el balcón e instintivamente vi hacia el cielo; no había más nubes y todo el cielo estaba despejado, pude ver las estrellas y la luna. Era una hermosa, gran y circular luna llena. Pero yo supe que algo iba a ocurrir, porque la energía que sentía aumentaba cada segundo, que provenía de las piedras lunares que se conectaban con la luna llena.

» Al instante comenzó a llover. Esa vez la lluvia no era tan fuerte, según parecía. Y nuevamente, comenzó un viento fuerte como en el incidente del árbol. Lo más rápido posible, me aparté de la corona, porque tenía un mal presentimiento. Esa vez, pude ver claramente cómo sucedió todo: la lluvia se tornaba más fuerte a cada minuto, el fuerte viento ingresaba a la habitación y movía las cortinas y hasta caían algunos objetos. A la par de donde yo estaba, había una ventana donde pude ver otra cosa; otro eclipse lunar. Me pregunté cómo es que podía ocurrir dos eclipses lunares totales el mismo día, pero no le presté tanta importancia. De pronto, todo comenzó a temblar, mejor dicho, ya era un terremoto. Estaba muy asustado; no sabía qué podía pasar, creí que era el fin del mundo o algo así.

» Pues con todos esos fenómenos naturales alrededor mío, me cuestioné tantas cosas. Y de repente, la magia se presentó así: lo que pude ver eran tres rayos con un gran destello que caían desde el cielo en dirección a mi corona. El terremoto no paraba, el viento y la lluvia no paraban. Los rayos cayeron sobre la corona; lo único que pude ver era un inmenso destello en toda mi habitación. Segundos después del destello, se creó como una especie de onda, como los anillos de Saturno. Esa onda partía desde mi corona a un diámetro de cinco metros, quizá. Y cuando la onda de destello desapareció, todo se calmó; la lluvia, los truenos, los relámpagos, el viento y el terremoto, se calmaron. En ese momento no supe realmente lo que había ocurrido, solo oí la voz de mi madre que lloraba desde el jardín, gritaba mi nombre, de seguro estaba preocupada por mí. Sentí que no podía moverme, así que también le grité: "¡estoy bien, mamá!". Lo único que pensé fue: la magia sí existe.

El diario de un rey: la coronación [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora