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Taehyung

Creía que las cosas iban bien, o al menos de eso trataba mi mente arduamente de convencerme. Sin embargo, por mucho que me esforzaba, era consciente de mi dificultad para mantenerme calmado; o simplemente no constantemente alerta. El álgebra, por suerte, me hacía ensimismarme en lo que hacía, de forma que no apartaba la vista de los ejercicios. Eso me aliviaba un tanto.

Oh, pero ese alivio duró hasta que tuve que alzar la cabeza para atender a las explicaciones.

Era incapaz de centrar mi atención en lo que el profesor hablaba, sus palabras me resultaban estridentes pero lejanas a la vez, como murmullos inentendibles que te comen a susurros los oídos. Pero no solo eso, había más voces, se oían bisbiseos. ¿De qué hablaban todos? ¿Estaban hablando de mí? ¿De Kai? Siento que todos me miran a escondidas, ¿por qué me observan? ¿Qué piensan de mí? Tal vez les daba pena, tal vez me juzgaban por débil, tal vez se compadecían de que tal vez nunca podría evitar que Kai se me acercara de nuevo.

Mi último pensamiento hizo mi corazón sobresaltarse.

Me sofoca, me agobia. No quiero estar allí.

Supe que la situación se me iba de las manos cuando mis respiraciones se volvieron violentas e incontroladas. Mi pecho se contrae y mi mirada se nubla levemente, producto de la frustración. El oxígeno escapa de mis labios y sentía las imperiosas ganas de llorar superarme, pero no había lágrimas. No había sollozos, solo respiraciones irregulares y voces distorsionadas a mi alrededor. Bajé la cabeza y fijé mi vista en mi regazo. ¿Por qué no puedo dejar de ahogarme en esta sensación? ¿Por qué todos siguen hablando? ¿He Hecho algo mal?

Me siento claustrofóbico, en un lugar gigante: las miradas son mis paredes y los susurros me hacen sentir terriblemente desnudo y acorralado.

Mis uñas comienzan a rasgar impulsivamente la piel expuesta en mis brazos, tratando de calmar la ansiedad, quiero respirar. Mis pulsaciones siguen alzándose y los ruidos cada vez me ofuscan más.

Me duelen los brazos, cuando miro con atención, jadeo al ver mis muñecas rojas y levemente arañadas. Dejo de rascar, pero mis uñas presionan igualmente contra las palmas de mis manos hasta hacerme daño. Es un tic nervioso, no puedo pararlo.

No quiero hacerme daño, pero no puedo pararme.

Y sigo sin poder respirar bien. Y la presión en mi pecho se vuelve aplastante. Y siento las miradas. Y oigo las voces. Y oigo el reloj marcar cada segundo, ¿desde cuándo el tictac del reloj sonaba tan alto? ¿Por qué no pueden callarse todos?

Me estoy mareando, trato de concentrarme. ¿Qué me está pasando?

Me siento ausente, a la vez que presente; como si fuera a caer desde el borde de un gran acantilado. Me veo lejos, pero desde dentro. Me siento encerrado.

Y quiero salir.

Me estoy ahogando, no puedo respirar, me duelen las manos. ¿Es eso rojo sangre? ¿Por qué no se callan? Necesito silencio.

Silencio, silencio.

Duele, agobia, frustra, nubla, ensordece... Explota.

Mi silla rechina estruendosamente cuando me levanto en un tambaleo inestable. Ahora sí, todos, incluso el profesor me miran.

—Yo... Creo que— boqueé en busca de aire, y con un gemido ahogado apenas pude formular:— n-no estoy bien.

Y salí. Correr es mi solución más ansiada, aunque la más cobarde. Sé que de esta forma nunca podré avanzar en nada, pero necesitaba dejar de sentir miradas, quiero dejar de oír voces y sentir dolor.

Desde Mis Ojos (Kooktae)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora