Prólogo 🐟

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Esta historia trata sobre mí, si señores un híbrido de gato negro.

Bueno no les voy a inventar ninguna mierda como que me escape de un laboratorio donde experimentaban con mi cuerpecito, tampoco no hay ningún científico loco tras mi culo, ¡naah!, soy sólo un apestoso gato callejero que sobrevive robando comida de donde puede y experto en encontrar tesoros en cualquier basurero.

¿ Qué porqué vivo en la calle?, ¡ Tranquilos que aquí les cuento!

Nací de mi madre, obviamente, pero dentro de una camada numerosa, mi madre como que se follo a todos los gatos de la cuadra, sin faltarle el respeto a mi mamita se entiende, pero tuvo doce gatos y yo fui el último, chiquito, negro y feo como guinda de la torta.

Al ser el más pequeño, casi siempre me quedaba sin teta de donde obtener la rica leche de mi madre, así que era un debilucho comparado con mis hermanos, lo mismo pasó a medida que fui creciendo, si mamita traía un pescado, con suerte agarraba una mísera espina, bueno no es que me queje, así eran las cosas y punto.

Cuando cumplí trece años, cansado de ser siempre el último en todo, agarre mis pocas pilchas las metí en una sábana vieja y me la eché al hombro, le di un beso a mi mamita que lloraba, yo creo que de alivio por tener una boca menos que alimentar, y me fui a vivir mi vida solo, por lo menos lo que encontraba en la basura era mío, sólo mío y no lo tenía que compartir con nadie.

Mamita para consolarme me dijo que tal vez encontraría un buen humano que se encargaría de cuidarme y alimentarme, ¡ no pudo estar más equivocada!, ¿ porqué digo esto?, ya lo verán, ténganme paciencia.

¡ Ah!, por cierto mi nombre es Jungkook, alias Atún , porque siempre huelo a esas latas que es lo más común encontrar en la basura, y de paso a mi me encantan.

Con trece años aún era inocente y crédulo, pero se me pasó rapidito, ¿ porqué?, bueno un humano me recogió sin saber que era un híbrido, tan tonto no era como para decírselo hasta que viera que podía confiar en él, menos mal que no lo hice...el tonto humano me tiró a una bodega sin comida ni agua, me dan escalofríos de sólo acordarme, para cazar ratones, ¡ desgraciado y tacaño!, ni siquiera quería gastar en unas trampas, por eso me recogió, no hace falta decirles que a la primera oportunidad que tuve me largue, bueno desde ese momento me mantuve lo más lejos posible de cualquier humano con intenciones de adoptarme, aprendí mi primera lección, ser un gato desconfiado.

Así pasé un año sobreviviendo en las calles de Seúl, encontré un edificio abandonado dónde me instalé, era mi cuartel y mi hogar, vivía ahí solito y nadie me molestaba, me gustaba pensar que era mi castillo y yo el rey de sus dominios.

Tenía un viejo colchón donde dormía, bueno ustedes deben saber que los gatos de por sí somos flojos, así que en el día descansaba y por las noches recorría los basureros para encontrar comida y tesoros que a nadie le importaban, que acarreaba a mi castillo.

Tenía una mesita con una pata coja, dos sillas sin respaldo, una mantita de muchos colores un poco vieja y rota, pero que me recordaba el arcoíris, unos platos y tazas saltadas y un peluchito de conejo suavecito que dormía conmigo, ¿ qué más podría necesitar?, me sentía feliz con mis pequeños logros.

Fue una de esas noches, donde la luna brillaba redondita en el cielo, que conocí al que se convertiría con el paso del tiempo en mi hermano, amigo y también en mi primer y único amor.

Siempre se dice que los gatos somos promiscuos y que no somos leales ni fieles, pero en eso yo era diferente.

Esa noche, escondido tras unas bolsas de basura lo vi por primera vez, tiritando de frío y miedo, tenía los ojos más lindos que yo había visto alguna vez en mi vida, se llamaba Jimin, un lindo humano dos años menor que yo, es decir que él tenía doce y yo catorce.

Atún Donde viven las historias. Descúbrelo ahora