ARCHIVO 012

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Marc

Intento localizar a Lena, pero solo consigo la voz muerta de su contestadora, repitiendo su guion como una máquina: "Deje su mensaje después del tono". Vacía. Fría. Tan distinta a la mujer que quedó atrapada entre mis sábanas y mis pensamientos.

—Marc, me estás mareando —gruñe Roger desde el otro lado del salón—. Siéntate, por favor.

Ignoro su súplica. Marco otra vez. Nada. Buzón de voz. Otra vez su voz enlatada, como si estuviera escondida detrás de un vidrio irrompible.

—No me contesta... —susurro, más para mí que para él—. Voy a buscarla.

—No creo que sea prudente —me advierte Roger, su tono mezcla de exasperación y cansancio.

Mi padre entra al salón y lo encaro con una urgencia punzante:

— ¿Cómo se encuentra Blanche?

—Acaba de descubrir que su hija está viva. ¿Cómo crees que se encuentra? —responde, su voz más grave de lo habitual, cargada de algo que no le escuchaba hace años: culpa.

Apenas Lena se fue, yo regresé con Blanche. Aún aguardaba en su habitación, sentada al borde de la cama, como una niña perdida. Mi padre la sostenía por los hombros, murmurándole cosas que no entendí.

Flashback

El aire estaba espeso. Demasiado silencio. Las cortinas abiertas dejaban entrar una luna blanca que hacía temblar las sombras en la pared.

Me acerqué. Blanche levantó la vista. Tenía los ojos enrojecidos, pero secos. Como si ya no le quedaran lágrimas. Solo ese temblor sutil en su mandíbula, ese movimiento involuntario de sus dedos sobre la costura de la sábana.

— ¿Está segura de que era ella? —pregunté en voz baja.

Blanche no respondió. Cerró los ojos por un instante y se llevó los dedos al rostro, como si necesitara sentir su propia piel para no perderse en el pasado.

—Esa mirada... —susurró—. No importa cuánto haya cambiado su voz, su rostro, su nombre. Esa mirada la reconocería aunque pasaran cien años.

— ¿Qué pasó con ustedes? —me atreví a preguntar. Ella me miró, y por un segundo, creí que iba a gritar. Pero en vez de eso, su voz se quebró como un cristal bajo presión.

—Era una niña tan dulce... tan viva. Pero yo... —Tragó saliva, y su voz se endureció—. Yo era una sombra. Una mujer rota. Drogadicta, ausente, podrida por dentro. Pensaba que podía mantenerla a salvo desde la distancia, que alejarme era lo mejor. Nunca supe cuánto daño le hice hasta que fue demasiado tarde.

—¿Cómo fue que creíste que había muerto?

—Cuando salí de rehabilitación, fui a buscarla. Me dijeron que mi esposo había muerto de un infarto, que mi hijo... se ahorcó en la celda de un centro juvenil. Y ella... mi niña... supuestamente se suicidó. Dijeron que la encontraron en una casa abandonada, con una soga al cuello.

—¿Quién te dijo eso?

—Un asistente social. Con un tono tan clínico que sentí que me estaban leyendo el menú de un restaurante. —Rió sin humor—. Me llevaron a su tumba. Le déjé flores. Le hable. Y me convenció de que el castigo era justo. Que nunca la vería de nuevo.

La habitación se volvió más fría.

—Pero ahora la viste —dije—. Está viva.

—No solo viva —murmuró, mirándome con un brillo extraño—. Está dolida. Está armada. Tiene veneno en la lengua y un escudo en el pecho. Esa no es la niña que lloró, Marc. Es la mujer que yo fabriqué con mis ausencias.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora