37| LA PRINCESA DE PAPÁ, PARTE I

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LANCE

Cuando Marshall cerró la puerta, la sonrisa de Mariska estaba más que puesta en su rostro.

—Hola querido— susurró mientras se levantaba de la silla y se encaminaba a mí, me trató de besar en los labios, pero eso era lo último que quería, así que me giré de la cara.

—¿Qué haces aquí? —Pregunté pasando por su lado y dirigiéndome a mi silla.

—Que falta de respeto cariño, vengo de visita y tú me ignoras, bueno que esperaba si ahora estás con un niño— giré mi cabeza rápidamente a ella.

—¿Quién te dijo eso? —pregunté. Nadie sabía de lo que teníamos Marshall y yo... que realmente no era nada porque recién que comenzaba.

Excepto Husbank.

¿Pero ella como conocía a Husbank?

—Digamos que un amigo por ahí— se sentó como sin nada y se miró sus uñas.

—¿Qué quieres Mariska? Solo habla y lárgate ya—

—Pues nada, solo que van a remodelar el departamento y no sé dónde quedarme, así que quiero que me dejes quedarme contigo sólo dos meses—

—¿Solo eso? —levanté la ceja, ella sonrió y asintió rápidamente. —Si solo era eso me lo hubieras pedido por teléfono, podía mandarte el nuevo número de tu instructor de Pilates— su cara se tornó roja y quería reír, de verdad que lo quería, pero me contuve.

—Eres un imbécil— su voz se escuchaba chillona, no sabía porque aguante tanto tiempo casado con ella.

—¿Porque no te largas de viaje y te pierdes en el proceso? — Sé que no se escuchó nada a algo que yo dijera, pero esa frase se la repetía tanto Marshall a un chico que también era pasante que la tenía impregnada en la mente.

—En serio ese niño te está pasando lo gay— rodé los ojos. —Me iré de viaje durante dos meses, pero la niña no se puede ir porque en dos semanas tiene su primer día de clases. —

—¿Y qué hago? ¿Te aplaudo? ¿O quieres que aumente otro medio millón de dólares al mes para su educación? —susurré con fastidio. Amaba a mi hija, lo que no amaba de ella era que se estuviera convirtiendo en alguien parecida a su madre.

A ninguna de las dos les bastaba con los setecientos cincuenta mil dólares al mes.

—Quiero que te quedes con ella, eres su padre y tienes toda la maldita obligación—

—Tengo a mis hijos en casa, ellos no se van a llevar para nada bien— ella levantó los hombros restándole importancia.

—No me importa, mañana tienes que ir a recogerla de la casa de los Fletcher, tendrá una pijamada con su amiga y sus cosas te las enviaré después— se levantó y de su bolso saco una tarjeta.

—Ya no tengo fondos en esta tarjeta, necesito que le vuelvas a colocar dinero, el mismo de la vez pasada por favor—

Tomé la tarjeta y se la volví a entregar.

—Dásela a tu instructor de Pilates, dile que tal vez si trabaja unos veinte años día y noche dando clases llegará a la suma que tenía o simplemente pídele de nuevo el auto que le compraste y lo vendes, así tendrás un poco, ahora que voy a tener a mi hija conmigo, ni un peso vas a ver de mí— su cara se puso roja y salió enfurecida de ahí.

Minutos después entró Marshall.

—Jefe, le traigo comida, ¿se fue la loca? — mis ojos giraron y le tomé la bolsa que estaba en sus manos.

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