40| MIL Y UNA VEZ MÁS

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MARSHALL

Nunca me había parado a pensar en las consecuencias que cada acto tenía, nunca había pensado que las personas "buenas" de la sociedad, son las más repulsivas e hijas de puta que pueden existir.

Nunca me había parado a pensar en cómo el cerebro maquinaba diariamente, como surgían las ideas de estos y provocan que las personas se fueran a la mismísima locura.

Una locura de mierda que toda la sociedad creía que era lo correcto.

Pero, ¿Qué era lo correcto?

Una locura que te hacía llegar al abismo de tu propia mente, te hacía reflexionar y te hacía lamentarte cada maldito segundo que pasaba al final de cada acto.

Una maldita locura que la maldita sociedad había clasificado como homofobia, como un pecado, como una aberración del mal.

Pero ciertamente, el mal, no estaba en el mundo, era el mismo mundo que lo había creado para consolarse a sí mismos de lo mierda que podíamos llegar a ser, el mismo mundo queriendo cubrir sus aberraciones poniendo peso a acciones que NO estaban mal, pero si uno decía que la sopa tenía una mosca, los demás lo iban a asegurar y algunos fanáticos ardidos harían de todo por encontrar o que vieran esa jodida mosca.


—Despierta Marshall— abrí los ojos lentamente y observé a Lance mirarme.

—¿Por qué insistes en darme una sorpresa? ¿No pudiste llamar para que fuera a esperarte al aeropuerto? — sonreí y me giré en la cama, cosa que me provocó una maldita mueca.

—Estas bien— preguntó Lance con el ceño fruncido, quitándose su gran abrigo y sentándose en la cama.

—Sí, es sólo que hace tres días cuando fui al centro comercial con tu doppelgänger, caí por las escaleras— sus ojos se abrieron y juraría haber visto que se puso rojo.

—¿Y porque no me dijiste nada? Hablamos a cada momento por teléfono o al menos un maldito mensaje, ¿Y si hubiera pasa algo más grave? ¿Fuiste al médico? —parecía un león enjaulado, ya que estaba dando vueltas por toda la habitación.

—Cálmate, puede que solo haya tropezado, no debí ver bien, no te lo dije porque se cuán grande es tu histeria y sí, fui al hospital, pero no tengo nada malo, solo el cuerpo se siente magullado— Me levanté de la cama lentamente y me dirigí hasta él. —Mejor bésame, hace más de una semana que no nos vemos, maldita sea, odio que tus estúpidos viajes se alarguen—

Lo acerqué a mí y juntamos nuestros labios lentamente, sentí como sus dedos acariciaban lentamente mis mejillas y como los míos se enredaban en sus cortos cabellos.

Ahora podía sentirme tranquilo, podía dejar de temer, porque él había llegado.

Desde el día del accidente del centro comercial, no salía ni de este cuarto.

Tenía un terror, y si, llámenme llorón, miedoso, pero no tendría terror de salir si solo me hubiera tropezado con los cordones de mis zapatos, para empezar, por la escalera que caí, fue eléctrica, y mientras iba hablando seriamente con Julieth después de haber comprado su celular nuevo, sentí unas manos en mi espalda empujándome, los guardaespaldas no habían visto nada ya que uno venía a lado de mí y el otro justo en ese instante se había agachado a recoger las cosas de la bolsa que se había roto, la persona con capucha corrió y no se encontró.

—Te extrañé— susurró cuando nos separamos.

—Yo más— volví a atacar sus labios esta vez con más fuerza.

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