Capítulo 3

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Consigo convencer a mis padres para cenar a las ocho, aunque me miran un poco raro. Yo engullo el pescado que está asquerosamente seco como si me los fueran a robar del plato, y luego me ofrezco voluntaria para recoger y fregar. Mi madre está flipando, pero mi hermano me dirige una mirada cargada de inteligencia. Sé que me ha pillado, pero no dice nada.

Cuando acabo de fregar todo y mi madre me apoya una mano bromista en la frente, como para comprobar si estoy febril, me estiro bostezando sonoramente. Bradley se ríe con disimulo, sin que nadie más que yo lo note. Quiero enseñarle el dedo corazón, pero me temo que mis padres pueden darse cuenta.

―Estoy agotada ―digo entre bostezos fingidos―. Creo que me voy a dormir del tirón...

―¿No quieres que juguemos a las cartas? ―pregunta Bradley con un puchero premeditado.

Le doy un pellizco al pasar por su lado y se queja dando un saltito. Mi padre nos mira con desconfianza desde el salón, pero no sabe qué ha pasado.

―He madrugado mucho ―me excuso con ellos―. Para estudiar antes de ir a clase, y al final para nada, porque han suspendido el examen de matemáticas por la alerta roja.

La tele ahora tiene un cartel de ese color con letras negras que recuerda a los ciudadanos que no se puede salir de casa hasta mañana. Aunque, por otro lado, mi madre siempre dice que no podemos hacer caso a todo lo que sale por la tele... A mí me vale.

―Si estás cansada vete a dormir, Leslie ―me sugiere mi padre.

―Uf, no sé, es muy temprano.

Me hago la difícil, dejándome caer en una de las incómodas sillas del comedor. Son una mierda, me he hecho polvo.

―¿Por qué no te tomas un café? ―sugiere mi encantador hermanito.

―¿Por qué no te vas tú a dormir, bebé? ―me meto con él, cabreada porque esté echando por tierra mi plan.

Vuelvo a bostezar y entrecierro un poco los ojos.

―Si estás que te caes, Les. Vete a la cama ―insiste mi madre―. Así mañana madrugáis y limpiamos la casa los cuatro juntos.

―Eso me da más miedo que la rata que se ha fugado del laboratorio ―aseguro, pero me pongo de pie de nuevo―. Lleváis razón, debería dormir ocho horas seguidas, al menos.

Reparto besos entre mis padres y le doy una colleja a Bradley al pasar, que se queja, aunque no le he dado fuerte. El cabroncete me sigue por el pasillo hasta mi habitación. Me quito el pijama ancho que llevo sobre los vaqueros y la camiseta de tirantes y elijo un jersey más o menos bonito.

―Te vas con tus amigos. ―No es una pregunta. ¿No he dicho ya que es listísimo?

Le pellizco la mejilla como solía hacer nuestra abuela y me calzo las botas sin responder. Él no quita la vista de mí, mientras cojo la mochila de los findes que he llenado antes con unas bolsas de patatas y una botella de refresco.

―¿Me cubres? ―le pregunto, mientras meto las almohadas bajo la cama.

―Hay alerta roja, Leslie. No seas tonta, quédate en casa.

―No soy tonta, es que tú eres un cobarde ―rebato, tras acabar de colocar la cama para que parezca que estoy durmiendo―. Y si me delatas le cuento a papá lo de ese secretito que escondes debajo de tu cama.

Se sonroja hasta las orejas y traga saliva con dificultad. Sinceramente, ni idea, he tirado a ver si colaba y he acertado. ¿Quién no esconde ningún secreto debajo de la cama a los quince? En mi caso un montón de exámenes suspensos y de solicitudes de tarjetas púrpuras denegadas. Y una foto de un famoso sin camiseta, a mi madre le horrorizan mucho esas cosas. Ni siquiera me he atrevido a presentarles a Trevor como mi novio.

La Contención - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora