Interludio

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He conseguido una bolsa de regalices que tenemos medio escondida entre nosotros y comemos cuando no nos miran

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He conseguido una bolsa de regalices que tenemos medio escondida entre nosotros y comemos cuando no nos miran. Ya hemos ultimado los detalles para la fuga, pero hasta que no apaguen las luces no podremos irnos. El pabellón lo cierran tras el inicio del toque de queda y los vigilantes y celadores se van fuera del ala. Así que es el único momento en el que podremos huir.

Y con todos los detalles preparados solo nos queda una cosa por hacer: esperar. Siempre se me ha dado fatal. Aun así, Bradley y yo estamos sentados en una esquina de la sala, en el suelo. Nuestras piernas están entrelazadas, aprovechando que estamos en un ángulo de noventa grados. Mis muslos están sobre su pierna derecha y su pierna izquierda semiflexionada pasa como un puente sobre mis rodillas. Y, junto a nosotros, en el escaso hueco que dejan nuestros cuerpos, está escondida la bolsa de regalices. Cada vez que comprobamos que no nos ven y cogemos uno, nos sonreímos cómplices. Aunque, en realidad, dudo que a nadie le importe lo que estamos comiendo.

Por las mañanas se llevan a Bradley durante horas, pero el resto del día lo dejan en paz. A mí nadie me ha mirado mucho siquiera desde que me tiraron aquí. Salvo Bradley. Y eso que he conseguido ligarme a un celador y a uno de los soldados para que nos ayuden con la fuga.

Mi mirada se desliza por Bradley cuando coge otro regaliz y lo mastica sin prisa, recreándose en el sabor. Miro el movimiento de su mandíbula y sus labios. ¡Menuda boca se gasta! Soy consciente de que tiene quince años, pero mirándole no dirías que tiene menos de veinte. Y como siempre ha hablado y actuado como si tuviera treinta... Es muy fácil olvidar que le saco dos años.

Trato de buscar el rastro de ese niño bajito y regordete con el que adoraba pasar tiempo a escondidas. Siempre me sentí mal porque me gustase estar con un crío, pero es que Bradley es, sin ninguna duda, la persona que mejor me ha tratado siempre en el mundo. No era como si esperase algo de mí, o como si le debiese algo solo por estar conmigo.

Barnett solía ser bueno, pero bastante capullo en algunas ocasiones y tengo claro que si no hubiéramos tenido sexo habría pasado de mí mucho antes. Solo hay que ver lo poco que le ha costado librarse de mí. Y Simon siempre estuvo colado de mí, pero se ponía furioso porque no le correspondiera. Como si yo le debiera algo solo por tratarme bien y, cuando le rechazaba, se ponía capullo.

Bradley nunca ha sido así. Siempre tiene sonrisas para mí y buenas palabras. A menudo, ya entonces, cuando nos escapábamos para ir a las recreativas juntos, me encontraba deseando que tuviera un par de años más. Si hubiera tenido mi edad me hubiera enamorado sin remedio de él. Y no necesitaba que estuviera buenísimo como ahora.

Me gustaba el niño tímido, sonrojado, de pelo rubio revuelto y ojos cargados de inteligencia para su edad. El niño bueno, dulce y amable. El que no esperaba nada a cambio, solo era como era. Sin embargo, sabía que era demasiado pequeño para que fuese normal. Encima yo quería largarme de esta ciudad y esa opción era más segura con Barnett que con un crío.

Ahora no queda nada del crío. Y pese a que su aspecto es más duro, más peligroso, más seguro para este mundo, echo de menos su sonrisa inocente. Lleva mucho rato perdido en sus pensamientos. Supongo que por lo que hemos leído. Yo aún no he conseguido asimilarlo tampoco. He decidido archivarlo en mi mente, ya lo pensaré cuando estemos fuera de los muros de esta ciudad. Pero no puedo irme sin avisar a mis amigos. No soportaría que les pasase nada.

La Contención - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora