Capítulo 31

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Me he parapetado tras las neveras apagadas, que aún conservan algunos paquetes de embutido en un estado pésimo. Huele fatal, pero supongo que eso es bueno, así Trevor no podrá olerme a mí. O los zombis. No sé. Estoy temblando. Dejo la mochila con cuidado en el suelo, porque me he tropezado un par de veces ya que no sé medir las distancias con ella y he tirado cosas. Lo cual no es aconsejable si un puto loco te persigue.

No puedo pensar en él como Trevor. No lo es. No puede ser el mismo chico dulce y protector que me dejaba su chaqueta cuando hacía frío. No puede ser el mismo que iba a buscarme a casa y me cogía de la mano. No es el mismo. Trevor, mi Trevor, está muerto. Y lo que me sigue no es él. Solo su cuerpo, guiado por un monstruo.

―¿Les? Yo no tengo prisa, cielo. Mis amigos están en las puertas, no podrás huir, pero si quieres jugar... Sabes que me encanta hacerlo.

Le ignoro, grita mucho, pero está lejos. O eso creo. El sonido se proyecta de una forma extraña, como con un eco inapropiado para este lugar que siempre he visto lleno de gente. Procuro acompasar mi respiración para que sea suave y no se oiga y reviso la mochila en busca de alguna otra arma que lleve encima, aunque lo dudo porque no lo recuerdo.

Lo primero con lo que me topo es con la medalla de atletismo. Qué idiotez. Y, aun así, no resisto el impulso de guardarla en mi bolsillo trasero. Y lo siguiente que encuentro, tras sacar ropa sucia, es el bote de pastillas que me dio Jordan. No he vuelto ni a acordarme de ellas desde, más o menos, el día siguiente a que me disparasen. No es que me haya dejado de doler, pero no he querido evitarlo. Me ha recordado que sigo viva, si es que eso tiene sentido.

Pero ahora no quiero sentirme viva, quiero seguir viva. Así que me trago dos pastillas, tratando de recordar si Jordan me dijo algo al respecto de la cantidad. Seguro que sí, pero no lo recuerdo y una situación desesperada justifica un abuso de medicamentos. Sobre todo, si son capaces de quitar el dolor con la velocidad que recuerdo que lo quitaban.

No hay nada más útil en la mochila, así que con las pastillas en un bolsillo trasero y la medalla de atletismo en el otro, me concentro en buscar armas en el lugar. La zona de menaje está lejos, tengo que cruzar media tienda, por suerte Trevor va silbando y sé bien donde está. O más o menos bien. ¡Este sitio tiene una acústica horrible!

Me muevo inclinada y cuando paso por el tercer pasillo seguido sin parar, me doy cuenta de que ha dejado de silbar y moverse. Paro junto al pescado pasado. ¡Es repugnante!

―Tenemos tiempo para jugar, Les, pero él ya está viniendo. No tardará en llegar y, entonces, se acabarán los juegos. Tampoco tendrás ganas de jugar una vez que seas de los nuestros.

«Oh, cállate». Me dan ganas de gritárselo, pero me conformo con pensarlo, porque no quiero que sepa dónde estoy. Si es que no lo sabe ya.

La buena noticia es que las pastillas empiezan a hacer efecto. No sé qué serán, en mi vida he oído hablar de nada parecido. Jordan dijo que eran experimentales y supongo que es verdad. Quizá Bradley llevaba razón cuando dijo que en el laboratorio hacían armas y drogas. Y no sé qué clase de pastillas serán y qué efectos secundarios tendrán, pero si son tan buenas como parecen, valen su precio en oro. Si las comercializan al exterior ya sé de dónde sale el dinero para mantener la ciudad.

―No deberías tener miedo. Sé que lo que más quieres es estar con tus amigos. Y estarás con ellos. Al menos con los que Dylan no ha matado. Ese chico es un peligro ―se ríe con ganas―. Yo hubiera preferido que estuvierais todos juntos, pero supongo que da igual. Eran débiles. Y él también. No tardaremos en encontrarlo. Os reuniréis después. Cuando seáis más fuertes, más listos, más rápidos. Saldremos al mundo entonces. Y lo conquistaremos. ¿Qué te parece?

La Contención - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora