Antes me asustaba hasta ocultar que había sacado un nueve y medio en lugar de un diez a mis padres. Ahora, cuando hace un rato me he agachado junto al militar para coger la radio y me he escondido una de sus granadas en la mano, no me he sentido ni un poco mal. ¿En qué clase de persona me está convirtiendo esta situación? No tengo ni idea, pero sé que tengo que encontrar a Ginna. La dejé tirada y me siento fatal. Tengo que dar con ella como sea. Y no tengo pistola, solo una granada, lo que parece, como mínimo, una locura.
―Nos veremos en la puerta ―he dicho a Dylan y Jota cuando estábamos casi a medio camino de esta―. Tengo que hacer algo primero.
Han tratado de impedírmelo, pero aquí hay demasiada luz y no podemos hacer mucho ruido sin llamar la atención de los militares. Y que esa cantidad de zombis nos detecten o decidan activarse, también acojona bastante. Así que ninguno hace más de lo necesario por pararme.
Así que he salido corriendo entre los extraños edificios militares y voy pensando en Ginna. En envolverla entre mis brazos, en besarla, en darle esos pintauñas que quería y compartir una bolsa de regalices fuera de esta locura de ciudad. Iremos muy lejos, no sé dónde, al campo, a la playa, a la montaña. A algún sitio donde no haya mucha gente. Creo que voy a volverme algo paranoico después de esto: no más ciudades. Me construiré un bunker y acapararé raciones militares. Tendremos una cabañita en medio del bosque. Eso me gustaría.
Me detengo entre edificios, delante del laboratorio. Hay un hueco grande despejado entre el punto donde yo estoy y el tanque, que justo para cuando yo llego. Los militares hacen subir a un par de médicos, a un militar con muchas medallas, a la presidenta de la ciudad y a la doctora Serra. Pero no hay civiles.
Quizá sigo siendo un crío ingenuo, porque los dejo irse y espero. Estoy seguro de que después llegará un camión o un autobús, o algo parecido, para llevarse a los demás. ¡Había muchísima gente en el laboratorio! Pero no lo hacen. No sacan a nadie más. Han salido los importantes y todos iban con maletines. Sin embargo, ¿dónde está Ginna?
El miedo me aprieta el corazón hasta dejarme sin respiración y salgo corriendo de nuevo entre las calles, para que los militares no me vean. Podría entrar en el laboratorio y buscarla, pero me pasaré horas y, sin una tarjeta, ni siquiera podré entrar a ciertas zonas, como dónde estábamos nosotros. Tengo que conseguir que la madre de Ginna me diga dónde está y me dé su tarjeta.
Y no tengo ni idea de cómo parar el tanque. Si me pongo delante van a atropellarme, no tengo ninguna duda.
Una idea, una malísima, me atraviesa el cerebro de golpe. En uno de los juegos de tiros con los que solía jugar con Ginna en las recreativas había un tanque y una forma de hacer salir a los ocupantes. Quizá sea el destino, o algo parecido.
El tanque está ya a unos cien metros de la puerta cuando consigo alcanzarlo y sobrepasarlo lo justo para llevar a cabo mi plan. Mi mal plan.
Si yo pudiera hablar a los zombis como los otros... Pero no puedo hacerlo. Sin embargo, cuando empiezo a ir hacia la calle principal, los zombis de los tejados saltan de golpe. Estoy a punto de gritar por la sorpresa, porque no me lo esperaba. Se tiran sobre los camiones.
Se oyen disparos y gritos. No me paro a pensar si ha sido un golpe de suerte, es que alguien estaba esperando lo mismo que yo o me leen el pensamiento. Me da igual. Tengo que salvar a Ginna.
Salto sobre el morro de un camión, esperando que no me dé ninguna bala perdida y corro delante del tanque. Saco la anilla a la granada y la lanzo por el cañón, sin dejar de moverme.
Freno a unos metros, junto otro camión. Un zombi sujeta a un soldado justo a mi izquierda y cae al suelo gritando. Veo cómo le arranca la garganta. Sigue temblando, aunque deja de gritar. El tanque explota entonces. No entero, en realidad, alguien ha abierto la escotilla superior. Un militar y la doctora Serra han conseguido salir, nadie más. La explosión ha sonado desde dentro con mucha fuerza y ha hecho retumbar el suelo y ha sacado polvo y humo del interior.
El zombi se levanta a mi lado y doy un paso atrás, por si se me lanza encima. Sin embargo, patea hacia mí la metralleta del militar, y se da la vuelta. No tengo ni idea de si ha sido aposta o sin querer y cualquiera de las dos ideas me pone los pelos de punta. Cojo la metralleta, eso sí, y luego corro hacia la doctora Serra.
―¿Y Ginna? ―le pregunto, apuntando hacia ella.
Mira aterrada alrededor, pero me da igual el miedo que tenga. A mí este también me hace difícil respirar.
―Nos has matado, imbécil ―me dice.
El militar a su lado, que debe ser algún tipo de jefe por la cantidad de insignias que cuelgan de su chaqueta formal, me apunta con su pistola. Ni dudo, me da igual. Ginna es mi prioridad y si dejo que me dispare, no podré salvarla.
Así que disparo primero. El arma es pesada y el retroceso me pilla por sorpresa. Aun así, varias balas impactan en el hombre, que cae al suelo de espaldas.
―¿Y Ginna? ―insisto.
―Muerta. Era débil... ―me dice, con los dientes apretados―. Ella sabía que iba a morir, sabía que no saldría de esta ciudad, y se sacrificó por ti. ¿Ves que asquerosamente débil era?
―¡No! ―grito, pero sé que no miente.
Sé que dice la verdad. Algo en la crueldad de su tono y su gesto me hacen saberlo.
Alza una pistola pequeña hacia mí de golpe y dispara. Siento el dolor como un aguijonazo. En el hombro, el pecho, el estómago... Me da igual. Grito y aprieto el gatillo. Lo dejo apretado. Las balas salen una tras otra mientras me voy acercando.
El jaleo alrededor es notorio. La gente grita, dispara, gruñen, es horrible, pero solo puedo oír mis propios gritos, y el ruido de mis balas, primero al salir del arma y luego cuando impactan en ella. Quizá es imposible, pero lo oigo. El sonido húmedo y esponjoso al atravesar su piel. La hago pedazos y no es suficiente.
Y cuando un «clic» sustituye el sonido de las balas, tiro el arma a un lado y me dejo caer de rodillas.
Ginna está muerta. Nunca debí irme sin ella. Nunca debí dejarla. Está muerta. Ya nada tiene sentido.
Solo me quedo aquí, en medio de una batalla entre zombis y militares, arrodillado delante del cadáver de la doctora Serra, con la cabeza caída contra el pecho y las lágrimas empapándome las mejillas.
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La Contención - *COMPLETA* ☑️
Science FictionLeslie vive en la Contención «la ciudad donde nunca pasa nada» hasta que suena una alarma y todo cambia. *** La Contención es una ciudad octogonal separada en fracciones. Cada una de estar fracciones contiene una parte fundamental de la ciudad (vivi...