Capítulo 26

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Zero ha sido el único que no parecía de acuerdo con la idea de atravesar la muralla para salir de la ciudad, así que supongo que nos ha venido bien que no hable. Sin argumentos, pese a las malas caras que ha puesto, no nos ha convencido de quedarnos. Nos largamos de la ciudad. Como sea.

Así que vamos por las calles oscuras, procurando mantenernos cerca de los edificios, y en completo silencio, en dirección a la muralla. Jordan y Jota van delante, Andrew y Olivia conmigo y Dylan y Zero cerrando la marcha. Somos muy conscientes de que no solo hay zombis y esos otros seres que Dylan llamó «moradores». También hay un verdadero ejército en esta fracción.

Me he disculpado con mi amiga, no iba a hacerlo, porque no creo que yo me equivoque, pero luego me he acordado de Maddison y me he dado cuenta de que puede ser lo último que le diga a Olivia. Y me niego a que mis últimas palabras para mi mejor amiga sean una burla. Así que me he disculpado con sinceridad y le he dicho que la quiero. Ella no me ha soltado la mano desde entonces, tras decirme que también me quiere y abrazarnos largamente.

―¿Os acordáis de cuando fuimos de excursión a ese sitio de eliminación de residuos? ―pregunta Andrew de pronto, muy bajito, para que nadie más nos oiga―. Olía tan mal que a Ginna no dejaban de darle náuseas. Keanu nos contó tantas curiosidades absurdas de la basura que ninguno pudimos comer en tres días.

―Fue como el segundo día de clase de Trevor con nosotros ―recuerda Olivia con una sonrisa―. Apenas nos conocíamos aún y se pasó toda la excursión palidísimo sin hablar con nadie.

―Thiago le dijo que hacíamos esa excursión todas las semanas y Trevor parecía a punto de vomitar entonces. ―Andrew trata de no subir la voz, y yo tengo que pararme para cubrirme la boca y que mi risa no resuene por la fracción entera.

―Thiago se río tanto que estuvo a punto de caerse de la pasarela dónde estábamos ―sigo, cuando logro calmarme un poco―. Simon le sujetó para evitarlo y Trevor se acercó a mí y me susurró: «júrame que no es verdad o me vuelvo a cambiar de instituto y de ciudad...».

―Y te pasaste un mes al menos dibujando cubos de basura por los cuadernos de todo el mundo ―le dice Olivia a Andrew.

Ellos también se han parado y nos reímos los tres, con las bocas cubiertas. El resto se frenan para averiguar qué nos pasa. Las lágrimas me gotean de pronto por las mejillas. No son lágrimas de felicidad, ni por la risa. Es porque, pese a lo asqueroso de la excursión, es un recuerdo feliz en el que mis amigos estaban vivos y ahora... Ya no están. La mayoría no. Y lo peor es no saber qué les ha pasado a los demás. ¿Dónde están? ¿Seguirán vivos?

La risa acaba por convertirse en un llanto amargo y Olivia me rodea con sus brazos con fuerza y Andrew nos abraza a las dos. Los tres estamos llorando.

―Tenemos que seguir ―nos dice Dylan, aunque aprieta mi mano un momento.

Asiento y me libero de mis amigos. La muralla ya está muy cerca y no merece la pena parar antes de salir de la ciudad. Ya lloraremos por los que hemos dejado atrás cuando esto acabe. Tenemos que salir y buscar ayuda para los que aún viven en esta pesadilla. No sé cómo. No sé quién. Pero alguien tiene que ayudarnos. Esta mierda debe acabar.

―Ojalá le hubiéramos dicho a Trevor que sí que íbamos todas las semanas. Si se hubiera largado de la ciudad nos iría mejor ―murmura Olivia.

Algo en su forma de decirlo me pone nerviosa. ¿Nos iría mejor? Sin duda le hubiera ido mejor a él. Pero tampoco sé a qué viene, porque no sabemos qué le ha pasado. Deduzco que mi disculpa le ha hecho recapacitar poco y ha vuelto a su inefable papel de bruja mala de la televisión de madrugada.

Decido que mi nueva actitud hacia sus desvaríos va a ser guardar silencio, así que freno un poco y camino junto a Dylan dos pasos por detrás de mis amigos.

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