Capítulo 13

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Ni mi madre ni yo conseguimos movernos. Creo que ambas nos hemos quedado paralizadas, en shock y sin entender nada, mientras todos esos pasos entran en casa, llenando de luces en movimiento el pasillo. Un segundo después, esas luces nos apuntan a la cara. Aun así, distingo trajes blancos espaciales y metralletas sobre las linternas. Alzo las manos y me caigo de culo al suelo.

Gritan, creo, quizá soy yo o tal vez mi madre. Los siguientes minutos son muy confusos, al final alguien tira de mi brazo. El momento en el que se llevaron a Bradley pasa por mi cabeza y me hace llorar incluso sin pretenderlo. Al menos si me llevan le veré y eso es lo único que me alivia un poco.

Sin embargo, no me sacan de casa, si no que me llevan a mi habitación. Miro al armario frenética. ¡¿Saben que tengo un arma y por eso han venido?! ¿Tiene sentido? Dos tipos (o lo que sean, porque con el traje entero no puedo ver su cara) se quedan conmigo, del resto ni rastro.

―¿De qué son tus heridas? ―me pregunta una, es una mujer, a juzgar por su voz, que no es tan dura como parece por su arma y su traje.

―¿Q-qué?

―Tranquilízate, no vamos a hacerte daño. Dime tu nombre ―me pide, dándole su arma al compañero que se ha quedado dos pasos por detrás.

Sinceramente mi habitación no es tan grande como para albergar a dos adultos armados y con el traje exagerado de color blanco y a mí misma. Además de la pistola de mi armario. Me esfuerzo todo lo posible por no mirar más hacia el mueble, por concentrarme en la mujer que me habla con tanta calma.

―Leslie ―le digo, sorbiendo por la nariz.

―Muy bien, Leslie. Tienes arañazos en la cara, ¿de qué son?

―M-mi madre. ―Me planteo mentir, pero no tengo energía, opto por una verdad a medias porque tampoco me atrevo a decirle lo que vi por la ventana―. Tiene pesadillas, es como sonámbula, se pone violenta...

―Muy bien. ¿Ves? No pasa nada. ¿Has salido de casa desde que esto empezó?

―¡No!

Asiente un par de veces y le hace un gesto a su compañero, que sale de la habitación tras devolverle su arma. Al parecer no se fían de una adolescente flacucha. Sinceramente, he perdido peso desde que estamos encerrados y eso que hago ejercicio, pero como muy poco y no siento que cubra todas las necesidades nutricionales.

―Mi compañero va a traer un maletín para tomarte la temperatura y hacerte un análisis de sangre. ¿Vale? Si todo está bien, no tienes de qué preocuparte.

Trago saliva con dificultad, sus palabras me recuerdan a Thiago. ¿Qué está pasando? Tiemblo. No entiendo nada.

―¿Qué es «estar todo bien»? ―pregunto confusa―. ¡Yo estoy sana!

―Entonces no pasará nada.

―La otra está bien de temperatura ―le dice su colega cuando vuelve con un maletín―. Mañana tendremos el resultado de la sangre.

―Muy bien, Leslie, ¿por qué no te sientas en la cama? Estarás más cómoda.

Obedezco. Hoy no he hecho la cama, en realidad, creo que no la he hecho en la última semana, pero me da igual. Me siento directamente sobre la sábana y ella abre el maletín sobre las mantas enrolladas. Saca una pistola de esas que miden la temperatura y la apoya en mi frente. No sé qué pasa cuando la aparta, pero la agita un poco y vuelve a colocármela.

―¿Qué pasa? ―le pregunta su compañero.

―Nada, nada, quería asegurarme de que no tiene fiebre.

El otro tío se acerca y ella deja la pistola a un lado, sobre el maletín, pero lejos de nuestra vista. ¿Qué pasa? No nos deja preguntar a ninguno de los dos, porque me quita la sudadera casi de un tirón y me aprieta el brazo con una goma tan fuerte que suelto un gemido. Luego me saca sangre sin ningún cuidado y solo puedo volver a quejarme.

―Toma, llévasela al jefe ―le dice la chica al compañero, dándole un vial con mi sangre―. Yo recojo esto.

Me parece que es exactamente lo que pretende, sin intenciones ocultas, porque se pone a recoger sin más. Ni mira a ver si su colega ha obedecido, pero cuando estoy bajándome de la cama, poniéndome de nuevo mi sudadera, me sujeta del brazo con algo de fuerza y susurra a mi oído, al menos acercándose todo lo que su traje de protección le permite.

―Tienes unas décimas de fiebre, no tiene por qué ser nada, pero si has estado en contacto con alguien de fuera y crees que puedes estar infectada... Deberías largarte antes de que analicemos tu sangre, porque volverán a por ti.

Y tras su apresurado susurro cargado de amenazas que apenas entiendo, acaba de cerrar el maletín y se va a buscar a sus compañeros, que siguen con mi madre. Parece en medio de un ataque de histeria, gritando cosas inconexas y, cuando voy a acercarme a ella, uno de esos tipos le clava una jeringuilla y se cae sobre la cama, con las piernas por fuera.

Al menos no se la llevan, pero tampoco puedo decir que eso me tranquilice. En cualquier caso, la dejo allí y sigo a esa gente para asegurarme de que salen de mi casa. Han destrozado la puerta para entrar y sigue abierta, así que se largan sin más. Mi vecina está asomada a la puerta, con todo el descaro del mundo.

―¡¿No se las llevan?! ¡Me roban la comida! ―grita, con la puerta abierta lo justo para vernos por el hueco―. Y menudo escándalo montan por las noches.

―Señora, no nos haga perder más el tiempo con llamadas falsas o nos la llevaremos a usted ―le dice otro de los astronautas.

¡Tendrá morro! Si es ella la que nos roba la comida. No me deja ni defenderme, aunque no estoy segura de poder. Resopla y cierra de un portazo. Yo intento hacer lo mismo, pero han reventado la cerradura y vuelve a abrirse sin resistencia. La dejo como puedo y voy al salón, en busca de una de esas estúpidas y carísimas sillas de diseño. Hasta mi madre se ha arrepentido de ellas desde que empezó la cuarentena.

Juego al Tetris durante un rato, para colocar las cuatro sillas deformes como barricada. Al menos sirven para eso. Quizá solo sean feas y caras, pero no inútiles del todo. Cuando acabo con mi tarea, me quedo sin nada que hacer. Solo se me ocurre ir a ver a mamá, que sigue más en el aire que en la cama.

Suspiro y tiro de ella para tumbarla sobre la almohada. Luego la arropo con cuidado y aparto un mechón de pelo de su frente, que está muy fría. No puedo más. Lloro sobre su pecho y muevo su mano para colocarla sobre mi cabeza, de una forma consoladora que hace tiempo que no realiza voluntariamente.

Las palabras de esa mujer se cuelan en mi mente. A mí hermano se lo llevaron sin pruebas, no entiendo por qué a mí me han hecho nada. Sin embargo, no quiero quedarme a esperar a los resultados. ¿Y si deciden que soy culpable de algo? Ni siquiera sé qué significa que tenga fiebre, pero no me importa. No quiero saberlo.

Solo quiero largarme de esta estúpida ciudad de una vez. Así que salgo de la habitación de mi madre, cerrando la puerta tras de mí y voy a mi cuarto. Primero saco la pistola del armario, porque necesito comprobar que sigue ahí. Tras hacerlo, vuelvo a guardarla. Luego me quito la pulsera, que sigo llevando por costumbre, y la tiro sobre el escritorio. Por último, recojo mi móvil. Abro el chat del grupo y escribo un mensaje para mis amigos.

Leslie: El plan que trazamos. Hoy a las 22. Sin pulseras.

 Sin pulseras

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