Interludio

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Advertencia: Este capítulo contiene escenas que pueden dañar la sensibilidad del lector. Por favor, si eres sensible a temas de violencia sexual, no lo leas.

 Por favor, si eres sensible a temas de violencia sexual, no lo leas

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Mi vista se ha convertido en un borrón nublado. Veo formas, la de los tres militares que tengo delante, pero solo son manchas verdosas.

Mis oídos solo captan ruidos amortiguados y un pitido constante. Oigo voces, pero es como si hablasen a través del agua y no distingo nada.

Con el dolor no puedo hacer nada. Noto cada milímetro de mi cuerpo. Las punzadas me recorren en cada punto donde el tipo que tengo sobre mí me toca. En cada lugar donde su carne dilata y rompe la mía.

Y va más allá de eso. No es solo el dolor físico que jamás desaparece y que a veces es tan intenso que no puedo soportarlo, creo que voy a desmayarme, pero no suele pasar, el dolor va más allá. Más allá de lo físico. Es mi alma la que duele. Como si cada vez que esos tipos me tocan, abusan de mí, me destrozan o me humillan, mi alma se resquebrajara un poquito más.

Lo han hecho tantas veces que no sé cuánto queda de mí. Quizá nada.

El tipo se aparta de golpe y oigo risas amortiguadas.

No puedo sentir odio, lo desearía, pero mi alma no tiene suficiente espacio para eso. No puedo sentir nada que no sea deseos de que acabe. Para siempre.

Hace días que no como, que no bebo, pero ellos me fuerzan a hacerlo. Lo suficiente para mantenerme con vida. Ni siquiera sabría decir cuánto tiempo llevo aquí, atrapada por ellos. ¿Una semana? ¿Un mes? ¿Un año? El tiempo es tan relativo... A veces todo duele, a veces solo duermo y lo que duele son las pesadillas.

Otro toma el lugar que ha dejado libre su compañero. Me da la vuelta tirando de mi brazo con fuerza y me deja boca abajo en el camastro chirriante. El dolor es más intenso, ya casi me había acostumbrado al dolor anterior.

Grito y trato de hacer algo. De quitármelo de encima. Pero es imposible, claro. Su violación de mi cuerpo es como puñaladas ardientes. Lloro y trato de retorcerme. Se tumba sobre mí, aplastando mi cuerpo, mientras yo trato de zafarme. Creo que es lo que pretende, que luche, porque por lo general ya he aprendido a dejarme hacer. Así acaban antes y me tiran de vuelta a mi celda. Pero este debe preferir que pelee. Y, pese a que no quiero darle la satisfacción, no puedo evitarlo, porque el dolor es demasiado intenso como para fingir que no pasa nada.

Tira de mi pelo entonces. Los mechones oscuros deben estar enmarañados y pegados por la suciedad, pero no parece que le importe y un nuevo dolor me recorre: el del pelo siendo arrancando del cuero cabelludo por la fuerza de su agarre. Hace que gire la cabeza en un ángulo muy antinatural. Araño su mano, o lo intento.

Al llevar mi propio brazo hacia atrás veo la pulsera de hilo de mi muñeca. Mi vista se aclara para distinguir los colores de esta, que como yo una vez fueron vivos y brillantes y ahora están desteñidos y apagados. Manchados de sangre en algún punto. Las lágrimas me acuden a los ojos por primera vez en días. Ya no me quedan lágrimas para llorar por mí, así que lloro por él.

La Contención - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora