Capítulo 19

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La pistola aún deja ir un fino hilo de humo que se eleva sobre mi mano extendida. No puedo evitar mirarlo. Ni siquiera parpadeo. Siento los ojos secos y me pican, pero no los cierro, porque no puedo. Más allá del arma veo el cadáver, pero está borroso, como una cámara que no enfoca, porque mi vista sigue fija en ese humo tan real. Y tan falso. Es como si de pronto alguien fuera a emerger entre las sombras para decirme que es broma. Una broma de mal gusto.

No puede ser verdad.

Un golpe en mi costado me lanza al suelo.

Grito.

Y me siento con brusquedad.

Me cuesta procesar que era una pesadilla. Noto la boca seca y pastosa. Estoy segura de que estaba babeando. Me froto los ojos y busco la botella de agua que Dylan me dejó anoche.

Hasta que no me la acabo de un trago largo que me llena la boca y el estómago no me atrevo a mirar alrededor. Dylan está dormido más allá, sin cojines ni almohadas. Duerme con un brazo sobre los ojos, boca arriba, tumbado sobre su mochila. Y, ocupando su lugar vigilándome, está Zero. Su comisura derecha se alza un segundo en una especie de gesto empático o sonrisa triste. Me dejo caer de nuevo entre los cojines y suspiro.

―No sé si son peor las pesadillas o despertarte y darte cuenta de que de la vida real no puedes despertar ―le digo, porque necesito romper el silencio de alguna manera.

Saca algo de su bolsillo y se acerca a mí arrastrando su culo por el suelo. Es enorme hasta sentado, aunque no parece demasiado musculoso. Pese a ser ancho está demasiado delgado y sus hombros huesudos sobresalen marcando ángulos extraños en su sudadera. No me atrevería a decir qué edad tiene. A veces tiene gestos que le hacen parecer juvenil y familiar y otras veces su mirada parece la de alguien que ha visto demasiadas cosas para ser un crío. Y su rostro anguloso no da pistas, no me atrevería a decir si tiene veinte o cuarenta años.

La luz sigue encendida, aunque parece menos intensa que anoche. Le veo, aun así, dedicándome otro de esos gestos tristes. Sujeta mi mano con suavidad y coloca algo encima. El ruido es plástico. Tardo en darme cuenta de que está echando unos dulces en la palma de mi mano, sin soltarme los dedos.

Vuelve a apartarse tras llenarme la mano y la cierro en un puño para que no se me caigan mientras me siento para verlos a la luz de la bombilla. Son bolitas de chocolate dulce de colorines. A mi padre le encantan, siempre compraba para regalarnos en ocasiones especiales. Hace muchísimo que no lo pruebo. Parece otra vida desde la última vez que le vi. Me tiembla el labio y alzo la vista hacia él, que se zampa una bolita mirándome de una forma profunda que me pone un poco de los nervios.

―Gracias, Zero ―murmuro.

Hace un asentimiento y yo me llevo una bolita roja a los labios. De pequeña siempre apartaba las rojas y mi padre me daba las amarillas, como un ritual. Él se comía las rojas y yo las amarillas y los dos estábamos contentos. Empiezo por esas. Saben todas igual, no es que el color le cambie el sabor, así que no entiendo por qué mi manía de apartar unas. Una lágrima me escurre por la mejilla mientras me las como. Zero no se mueve. Le oigo masticar, también.

Cuando acabamos me tiende su botella de agua. Mi mochila está cerca y tengo mi propia agua, pero bebo de la suya, porque no quiero que piense que rechazo su ayuda, ni nada parecido. Jordan entra al salón cuando le estoy devolviendo el agua a Zero. Parece alarmado y va directo hacia Dylan. Le patea en la bota sin ningún cuidado y el chico se despierta en el acto, mucho más espabilado de lo que lo he hecho yo nunca. Parece capaz de ponerse alerta enseguida.

―¿Qué pasa? ―pregunta, mientras se pone de pie casi de un salto.

―La otra, no está.

Cierro los ojos un segundo. Ya sabía que Ginna tramaba algo. ¿Cómo iba a quedarse tranquilita? Es un milagro que no haya hecho ninguna locura hasta ahora. Solo siento que no me haya avisado para hacer la locura con ella. Aunque como no han debido dejar de vigilarme en toda la noche...

La Contención - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora