Era normal para mí recibir amenazas. Había llegado a un punto de mi vida en el que ya no me preocupaba cuántas veces me dijeran que iban a asesinar a todos mis seres queridos y hacer que yo nunca volviera a ver la luz del sol, o que iba a tener una caída tan grande que no habría forma de recuperarme, que iba a perder todo mi dinero y la fama que había conseguido en los últimos doce años.
Prefería dejar que esas palabras se las llevara el viento en lugar de hacer espacio para ellas en mi lista de preocupaciones, y hasta el momento había funcionado muy bien, porque nunca lograban hacerme ningún daño permanente, y no habían tocado a ninguno de mis seres queridos, aún tenía cantidades extravagantes de dinero, mi empresa seguía bien, y yo era feliz.
La mayoría de los días salía a altas horas de la noche por todo el trabajo que había, debido a que teníamos la oportunidad de expandir aún más la empresa, debíamos esforzarnos por abrir múltiples puertas, conseguir contratos en el extranjero e inventar nuevas estrategias de mercado.
Pero para todo eso se requería trabajo duro —y no hablaba de esclavizarme por más de ocho horas al mes por un salario—, era hacer un verdadero sacrificio por expandir el límite de lo que podía esperar en retorno de todo el esfuerzo que ponía. Estaba apostando con el karma todo de mí para crecer más, si era posible; “el límite es el cielo”, dicen algunos.
La seguridad de los edificios en los que me movía era buena, nunca faltaban cámaras de seguridad o guardaespaldas, por lo que no era necesario estar en alerta, sólo debía ser cauteloso con las personas con quienes trataba, gente poderosa y posiblemente igual de ambiciosa que yo, que no dudarían en quitar cualquier piedra que se cruzara en su camino, si no era nada más que una simple piedra.
Cualquiera podría tirar de los hilos para sacarme de juego, si yo me dejaba, por supuesto; aunque estaba enredado en demasiadas cosas para ser fácil hacerme caer. Era feliz con la vida que llevaba, a pesar de todo el peso que cargaba en los hombros.
En una de las tantas reuniones que tenía, todo estaba normal —según yo —, no había actividad inusual ni nada que me preparara para lo que iba a pasar cuando bajara a los parqueaderos.
Fui el último en irse del lugar, creí que estaba en absoluta soledad; incluso estaba tranquilo porque era un escenario que se repetía muchas veces en mi vida diaria, pero no me imaginé que, antes de subirme al auto, me pusieran un saco negro en la cabeza y me amarraran de manos y pies antes de golpearme la cabeza contra el auto hasta llevarme a la inconciencia.
Estaba agradecido de sentir la calma antes de la tormenta y no percibir nada de lo que pasaba a mi alrededor, porque quién sabía hasta cuándo iba a volver a tener paz, tenía miedo de lo que iba a pasar cuando despertara.
Al despertar, me encontré amarrado a una silla, con una mordaza en la boca. Miré a mi alrededor y descubrí que estaba en un sótano viejo. No podía reconocer a los cinco hombres que veía en la habitación, todos traían algo que les cubría el rostro, por lo que solo podía ver sus ojos.
Nada de eso me resultaba familiar, había tratado con cosas desagradables y soportado unas cuantas heridas, pero aquello… Intentaba tranquilizarme y respirar, pero los latidos de mi corazón sólo podían en ir en aumento junto con la ansiedad.
Sabía que iba a sufrir, que iba a doler lo que sea que me fueran a hacer, y lo peor de todo era que no había forma de desactivar mi conciencia hasta que todo pasara. Me dolía la cabeza, demasiado, incluso sentía algo de sangre bajar por mi rostro.
—Oigan, despertó —habló el tipo que tenía en frente, y los otros dejaron sus asuntos para mirarme.
—Vaya, después de todo no te has muerto con el golpe que te dieron, al parecer no eres tan débil —se burló otro.
—¿Sabes por qué estás aquí? —Me quedé inmóvil ante la pregunta de un tercero, quien me golpeó al ver que no respondía— estoy hablando contigo, maldito desgraciado. ¿Te crees mejor que nosotros por todo el dinero que tienes? Te enseñaré a dejar de mirar a los demás por encima del hombro, malnacido. —Me dio otro golpe, que me reventó la nariz.
Todos tenían prendas negras, que no dejaban a la vista nada de piel, por lo que no podía distinguir a ninguno, a duras penas podía identificar quién me hablaba. Además, todos tenían guantes de cuero, preparados para golpearme y no dejar huellas, en caso de que yo muriera.
La iluminación del lugar no era demasiado buena, las paredes estaban pintadas de un amarillo pálido y desgastado por la falta de cuidado, y el suelo de madera oscura estaba cubierto de polvo, en su mayoría. Había una mesa de metal, llena de todo tipo de armas: pistolas, cuchillos, navajas, látigos…; me daba escalofrío con tan solo mirar en esa dirección.
—Estamos aquí porque queremos dinero de tu puta empresa, eres uno de esos asquerosos ejecutivos de alto mando, y por lo que hemos visto, tu influencia es gigante, por lo que nadie va a ignorar el hecho de que te tenemos sufriendo, pidiendo ayuda como el maldito miserable que eres —se carcajeó mientras volvía a golpearme.
Me encontraba aterrado, rogándole a dios o al destino que me liberara de aquella tortura, y preguntándome qué karma estaría pagando, intentando acordarme de todos los pecados que había cometido hasta la fecha, como si arrepentirme fuera a hacer algo ante las consecuencias.
Intentaba no mostrar mucho de lo que realmente sentía, en un intento por conservar mi orgullo y no herir mi ego, no quería rendirme tan rápido ni suplicar por ayuda de rodillas y con lágrimas en los ojos. Podría soportarlo hasta que alguien me sacara de ese infierno, ya fuera mi jefe, la policía, o cualquier persona que estuviera dispuesta a correr el riesgo.
—¿Quieres salir de aquí? —No hubo respuesta de mi parte, ni siquiera un ruido; debido a eso, volví a ser golpeado.
—Parece que quiere seguir jugando con nosotros.
Uno de ellos agarró una barra de metal, y por un par de segundos intenté liberarme de aquellos nudos que me impedían ser libre, hasta que me di cuenta de que era imposible, y me preparé para el golpe, que incluso hizo que la silla cayera, dándome más dolor.
Miré el suelo, y me di cuenta de que había más sangre saliendo de mi cuerpo. Aunque quisiera que el tiempo pasara más rápido, era como si todo estuviera sucediendo en cámara lenta para aumentar mi sufrimiento, como si los segundos se volvieran minutos y los minutos se convirtieran en horas, en las que la esperanza de salir rápido de aquel infierno se iba agotando conforme el tiempo pasaba.
—Mejor quítale esa cosa a ver si dice algo.
—¿Qué pasa si empieza a gritar?
—Empiezas a arrancarle la piel de los brazos.
—Está bien. —Me quitó la mordaza, y lo único que hice fue humedecer mis labios. No era tan idiota como para pensar que con gritar por ayuda iba a lograr algo más que obtener aún más dolor.
—¿Tienes sed?
—No —respondí bajo el temor de ser golpeado de nuevo, aunque mi respuesta no cambió la situación, pero en lugar de la barra de metal, fui golpeado con un puño.
—Te vas a morir de hambre y sed en los próximos días, porque no tenemos intención de dejarte en paz. ¿Entendido?
—Me parece bien. —Sonreí con arrogancia, lo que me trajo otro golpe.
—Oh, ¿te parece bien, maldito hijo de puta? Ya te veremos gritar de dolor mañana —gritó otro, y agarró el tubo de metal, ya sabía lo que venía con su brusco caminar: más sangre y dolor. Empezaba a escuchar un horrible zumbido en mis tímpanos.
El día —¿o la noche? —se pasó en medio de preguntas estúpidas, hasta que uno por uno empezó a irse, y conté siete personas en total. Me dejaron solo por unos minutos, antes de que entrara un tipo que se quedó conmigo.
Me desamarró de la silla, y me dejó en el suelo, amarrado de manos y pies; intenté dormir, a pesar del frío y de la incomodidad del suelo. Sin embargo, había una gotera cayéndome encima, impidiéndome cumplir con mi cometido, y sin importar cuánto me moviera, el tipo que hacía guardia siempre se fijaba en que esa gotera me estuviera cayendo en algún lugar del cuerpo.
Debido a eso, mi sueño era demasiado ligero, la sensación de las gotas cayendo sobre mi cuerpo cada cierto periodo de tiempo y el humedecimiento leve de mi cuerpo me hacía imposible concebir el sueño.
Cuando los tipos volvieron junto con la tortura, me dediqué a morder mis labios debido al dolor. Me rasgaron la camisa blanca, al igual que la camisilla que traía por debajo, me dejaron sin zapatos ni medias, y tres agarraron cuchillos o navajas, volvieron a amarrarme a la silla, y se dedicaron a cortar mi piel.
A veces eran cortes ligeros que no dolían más que un rasguño, pero otros eran tan profundos que me sacaban sangre; era como si intentaran dibujar algo sobre mi torso, un cuadro grande con sangre y heridas que iban a quedarse en mi piel como recordatorio de aquella pesadilla.
Yo hacía todo lo posible por no gritar, ni derramar una lágrima, apretaba mis puños cada vez que un cuchillo pasaba con fuerza sobre mi piel, eso también me dejaría marcas.
Uno de los que no me estaba cortando se dedicó a grabar un vídeo en el que pedía una cantidad exuberante de dinero, además de las condiciones: la ubicación, que debía ser solo una persona la encargada de llevar el dinero en efectivo, evitar contactar con la policía…; incluso dedicó una escena para filmar cómo cortaban mi piel y la forma en que la sangre corría libremente, mientras yo me esforzaba por soportarlo.
Tenía hambre, mi estómago comenzaba a doler ante la falta de alimento. ¿Cuántas horas habían pasado desde la última vez que comí? Después de que se cansaron de cortar mi piel, me dieron comida.
Estuve dudoso de si recibirla o no, pero después de unos cuantos golpes terminé comiéndolo todo, a pesar de su horrible sabor, lo único que me dieron de tomar fue un poco de agua, que terminaron echándome en la cara.
No pasó mucho tiempo hasta que empecé a vomitar, el dolor de mi estómago era insoportable, peor que el del hambre. El tipo de la cámara también grabó un poco de aquello antes de retirarse de la escena, y dejar mi dignidad por el suelo.
En un principio, cuando iba a hacer mis necesidades básicas, me obligaban a hacerlo en el suelo, sin ningún tipo de ayuda, ni un baño, un cubo, un balde…; nada.
Quería llorar, golpear a esos tipos hasta asesinarlos por la humillación que me estaban proporcionando, aunque mi cuerpo no podía hacer nada en absoluto por temor a las consecuencias.
Cuando finalmente se cansaron del asqueroso olor, me ponían un saco en la cabeza y me llevaban a un baño, que no tenía ninguna forma de escapar y tampoco había nada con lo que pudiera defenderme.
Ese era el único momento del día en el que mis manos dejaban de temblar, y mi modo supervivencia se desactivaba, aunque no era tan largo como me gustaría, era el único espacio en el que se me permitía privacidad, además de un espacio para llorar en silencio y asearme, a pesar de que el agua era muy helada o muy caliente, y no había toalla para secarme, por lo que debía esperar una eternidad hasta que el agua se evaporara.
Era la única pizca de misericordia que me daban esos tipos, como una recompensa por portarme bien y no causarles problemas, era bastante si consideraba la situación.
Sin embargo, cada día se iban desesperando más por no obtener nada de lo que deseaban, solo súplicas de disminuir la cantidad de dinero, mientras ellos subían vídeos en redes sociales sobre lo que me hacían.
A lo que yo creí como el tercer día, porque no había ninguna forma de calcular el tiempo que había pasado allí —hasta la ventanilla del baño estaba pintada de negro—, me dieron comida decente: un tazón de cereales con leche que no sabía mal y estaba en buen estado.
Hasta me dieron ganas de agradecer, pero permanecí en silencio, como de costumbre. Ojalá hubiera forma de prepararme para lo que iba a sufrir más adelante, ojalá el tiempo hubiera pasado más lento, ojalá me hubiera desmayado en el momento en el que me dejaron desnudo y trajeron un colchón.
En un inicio me sentí agradecido por tener un lugar cómodo para dormir, pero luego esa alegría se desvaneció cuando me pusieron un arnés de cuero negro y un collar del mismo material con una correa.
Sentí un gran alivio cuando me quitaron la soga que amarraba mis tobillos, pero me sentí miserable cuando fue para que pudiera abrir mis piernas con el fin de que entraran todo tipo de cosas desagradables en mi cuerpo, desde dedos ajenos a objetos extraños que irrumpían con dolor y me sacaban lágrimas.
Eran alrededor de cuatro los que se entretenían jugando con mi cuerpo. Tenía uno que me follaba por detrás, quien se turnaba con otro que metía dildos sin nada de tacto, lo que me obligaba a enterrar mis uñas en las palmas para no terminar mordiendo al que le estaba dando una mamada.
El cuarto se dedicaba a darme con un látigo si derramaba alguna lágrima, morder y pellizcar mi piel, o masturbarse mientras miraba la escena.
Ninguno tenía tacto alguno para eso, pero no tenían la intención de bajarle la intensidad al nivel de tortura porque ellos lo estaban disfrutando, y estaban cumpliendo con su objetivo: hacerme sufrir.
Era una situación de ganancia doble, aunque nunca podría llegar a comprender en qué forma podría ser excitante ser cómplice de una violación, en la que estaba más que claro que yo no quería hacer nada de eso.
Aunque quisiera y pusiera todo mi esfuerzo en ello, no podía llegar a excitarme con nada de lo que me hacían, todo lo que podía hacer era cerrar los ojos y esperar a que se detuviera, tener un descanso y dejar de soportar el temblor que sacudía mis brazos y piernas, de soportar ser usado como a un juguete, utilizado en cualquier posición posible, aún si era dolorosa, y someterme a obedecer las órdenes, por miedo de la sensación del cuchillo contra mi piel.
Intentaba obligarme a desconectarme de la realidad, enfocarme en cualquier cosa que no fuera el insoportable dolor con el fin de aguantar un poquito más, hasta ver la luz al final del túnel, si es que existía.
Mi cuerpo no tenía descanso alguno, a pesar de que cerraba los ojos y entraba en un estado de trance, todo lo que podía hacer era ignorar la sensación de que estaba siendo abusado sexualmente, y quién sabe si podría llegar a superarlo.
En medio de la negrura en la que se sumergió mi mente, apareció la imagen de Namjoon, como un débil destello que se robó mi atención en aquella oscuridad; ¿Qué estaría haciendo?, ¿se habría dado cuenta de lo que yo estaba sufriendo? Lo extrañaba muchísimo, ¿él me extrañaría de la misma manera?
Necesitaba despertar de aquella pesadilla, abrir los ojos y verlo a él, sentir el calor de su cuerpo que me llenaba de felicidad el corazón, escuchar su hermosa voz decirme que todo estaba bien, que él estaba a mi lado y no se iba a alejar de mí.
—¡¿Te atreves a dormir, maldita puta?!
El golpe de la barra de metal en el abdomen fue lo único que pudo traerme a la triste realidad. Estaba deprimido por encontrarme en aquella situación, tirado en esa sucia cama, desnudo, adolorido, sucio y miserable.
Estaba tan mal que rompí en llanto, intenté cubrirme el cuerpo inútilmente con los brazos, haciéndome bolita e ignorando los latigazos, las patadas y las risas para rendirme y romperme en mil pedazos. No intenté defenderme, ni levantarme, nada; me quedé inmóvil, temblando.
—Déjalo, ya se nos arruinó la diversión, cuando se ponen así no hay nada que puedas hacer para que vuelvan a estar cuerdos, sólo espera a que termine y se quedará como un cascarón vacío.
Cuando se me acabaron las lágrimas, volví a mirar a mi alrededor cansado, lleno de tristeza y ausente de esperanza.
Al ver mi mirada vacía, agarraron un balde grande de agua, y se dedicaron a intentar ahogarme, preguntándome cosas estúpidas sobre mi vida, e independiente de la respuesta, mi cabeza iba a terminar sumergida en el agua por varios segundos hasta que estuve a punto de desmayarme, y volvieron a jugar con los cuchillos sobre mi piel, debido a que las heridas anteriores se habían cerrado, y lo único que quedaba en mi piel eran moretones.
Ahora, se dedicaban a cortar desde mi rostro hasta mis pies, haciéndome sentir el ardor que dejaban las heridas en todo el cuerpo. Ni siquiera tenía ganas de hacer fuerza o de llorar, sólo miraba la bombilla del techo, paciente.
—¿Ven? Les dije que se iba a quedar vacío.
Estuve hasta feliz cuando me desmayé, al no poder soportar más ser torturado. Mi cuerpo había llegado a su límite, al igual que mi cerebro, y estaba agradecido por eso, porque podía dejar de sentir el dolor que no se había detenido ni un solo segundo que pasé en ese lugar.
Me sumí en el abismo del inconsciente que tanto había anhelado, y se sintió como una pequeña muestra de paz, que no duró mucho, o al menos, no se sintió tan larga como me hubiera gustado. Sería mejor si no llegara a despertar, o, si lo hacía, estuviera fuera de aquel infierno.
Quería irme a casa, escapar de esa horrible tortura que me rompía tanto el cuerpo como el alma, abandonar aquel infierno. Pero los sujetos que me tenían cautivo lo veían como una gran fuente de entretenimiento, y me siguieron torturando por varios días, cinco o nueve, al parecer.
Por lo que lograba escuchar, iban publicando cortos vídeos de lo que me hacían cada cierto tiempo para entretener a los psicópatas iguales a ellos, instaurar miedo en la gente y provocar a la policía, que por lo que parecía, no hacía demasiado en rescatarme, sólo se dedicaban a intentar bajar los vídeos de internet.
Por otra parte, la empresa intentaba negociar con ellos, hacían lo posible por pedirles que me liberaran desde el primer día, pero ellos querían mantenerme cautivo por alrededor de cuatro días como mínimo para divertirse y hacerme sufrir.
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Don't Leave Me: KNJ x MYG ✍️
FanficKim Namjoon sabía que su vida se estaba derrumbando con cada día que pasaba, desde que estaba con Hoseok lo notaba, aunque siempre tapaba sus ojos y simulaba no ver que su felicidad lo había dejado hace mucho tiempo. Cada golpe que recibía hacía que...