Capítulo 66.- Un sueño

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Los meses comenzaron a pasar. Burak ordenó que mantendría la paz por un año, año que esperaba tener a su hija y un año sin tener que separarse de su esposa. Sam estuvo recopilando información lentamente sobre el hechicero que trabajó para Hans, aquel hombre tenía características muy familiares para él, pero no sacaría conclusiones hasta no saber bien si Hunur, su hermano, tuvo algo o hizo algo con Astria.

Por orden del rey, el castillo completo fue revisado, Sam posando piedras mágicas en uno que otro rincón, recito unas palabras y sus sombras salieron bruscamente de su cuerpo buscando magia. No había nada.

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Soñé con un mundo caído, un mundo gris, la sequía había hecho que todo muriera y que lo que hoy moría ya no volvía a renacer. Ni las plantas, ni los animales, ni las personas lograron vivir.

Había algo distinto en mí, no sentía nada, no tenía emociones que me hicieran sentir desdichada, ni una sonrisa que quisiera dibujar en mi rostro, pero, ¿por qué?

Mirando a mi alrededor, había un desierto gigante, cubría todos los rincones que mis propios ojos lograban ver. El calor no me quemaba la piel, ni la sed llegaba a mi garganta. Yo, estaba muriendo, pero tan lentamente que ni siquiera podía percibirlo. Desearía quedarme aquí, desearía que el mismo desierto me tragara. Pensando en eso sentía, un vacío en mi interior, como si extrañara a alguien. Pero no había nadie que pudiera acompañarme, ni alguien que rondara por mi mente.

En un desierto más grande que el mar mismo, Astria se levantó lentamente, estaba vestida con ropas celestes y una tela cubría su cabeza y parte de su rostro, solo sus ojos sobresalían de la fina tela azul. Extrañada, se vio a sí misma y descubrió que un mechón de su pelo que salió de la tela en forma atrevida, se movió fuertemente producto del viento. Sus labios y su piel seca estaban ásperas por el clima extremo del lugar.

—Blanco —susurró al agarrarlo con sus manos. El mechón de pelo era tan blanco como la nieve y tan brillante como la misma luna.

Estaba media desconcertada, perdida, ¿quién era?, ¿qué hacía ahí?, ¿dónde estaba?

Mientras trataba de comprender "¿Por qué su cabello había tomado ese color?", un aullido fuerte sonó por el horizonte, despertándola de sus pensamientos. El sonido desgarrador parecía de un animal agonizante, el cual Astria al escucharlo, caminó hacia él para saciar su curiosidad.

El sonido no paró, era como un aullido fuerte, tropezó más de una vez en la arena blanda que parecía que tragaría sus pies, pero a medida que se fue acercando, se encontró con una gran roca de color damasco y el sonido parecía más bien un grito diluido en llanto.

Bajándose la tela del rostro hasta posarlo en su barbilla, Astria se aproximó a rodear la roca. Sorpresa para ella, la roca tenía una pequeña cueva donde una niña pequeña estaba allí hincada agarrando sus rodillas, su rostro mojado en lágrimas, miró con sorpresa a Astria.

Era una pequeña que no superaba los tres años, con el pelo desordenado cubriendo su rostro, solo sus ojos sobresalían de ellos. Brillantes como el oro, brillaban relucientes en el medio de la oscuridad de la cueva.

—Hey... ¿estás bien?, ¿estás sola? —dijo agachándose y estirándole la mano.

Astria pensó que la pequeña le tenía miedo, porque en cuanto lo hizo, la niña se sobresaltó. No insistió, volteó a mirar a su alrededor, y hacia su espalda había un gran agujero de tierra, con dunas gigantes que lo encerraban.

—Dios —dijo. Un sentimiento amargo y frio lleno todos los poros de su piel.

Miles de cadáveres estaban esparcidos sobre aquel agujero. Parecía como si una gran guerra había acabado con todos, la arena se los iba devorando lentamente cubriendo de a poco los cuerpos, estandartes, flechas, cuerpos de caballos cubrían el lugar.

Una fuerza enorme atraía él viendo a ese lugar, incluso Astria se sintió inquieta e hipnotizada de caminar y caer allí, ¿quién era y por qué no recordaba nada?

Mientras Astria observaba aterrorizada el gran cementerio, sintió que alguien le tocó la mano derecha. Giró y se encontró a la pequeña que había agarrado firmemente dos de sus dedos, su manito era tan pequeña, que no pudo tomar la mano completa de Astria.

La niña la miró sonriendo, sus orbes dorados le resultaron sumamente familiar, pero ahora, bajo la luz del sol, la pequeña mostró su cabellera rojiza.

—Mami, ¿papá está ahí?

—¿Qué?

—Si —dijo apuntando sobre una duna—. Allí, creo que es el rey.

Solo había cadáveres. Astria rápidamente reconoció un estandarte, Átkozott.

Desde los ojos de una Estrella.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora