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Soy incapaz de borrar la sonrisa de mis labios

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Soy incapaz de borrar la sonrisa de mis labios. Tampoco es que quiera. Después de tantas lágrimas, un poco de alegría no viene mal.

Mi mente parece haberse trabado, algo debe estar funcionando mal en mi interior porque no puedo —ni quiero— dejar de pensar en la noche anterior. En la sonrisa de Emilie cuando terminó lo que sea que haya puesto en el muro. No me lo mostró, así como yo no le mostré lo que hice, pero se veía feliz y eso me gustó.

—Sí que te gusta, ¿verdad? —Luc chasquea la lengua al terminar de poner el plato con una dona en la bandeja.

Lo miro con el ceño fruncido, a lo que él suelta una carcajada.

—¿De qué demonios hablas?

—De la rubia. Te gusta, y mucho.

—No digas estupideces, claro que no me gusta. Solo somos amigos.

Mueve las cejas.

—Ajá, claro.

Lo señalo.

—Lo digo en serio, Miller.

—Pero si no dije nada, te di la razón —Levanta las manos como si lo apuntara con un arma pero su sonrisa es enorme, le divierte molestarme.

—Mejor cállate y ve a llevar ese pedido antes de que decida arruinarte esa linda cara.

—Gracias por lo de linda cara, aunque ya lo sabía —dice antes de darme un beso exagerado en una mejilla y encaminarse rumbo a su mesa.

Sacudo la cabeza sin poder evitar que las comisuras de mis libros se alcen. Luego tomo una gran bocanada de aire y comienzo a ordenar los billetes en la caja. Detesto que estén desordenados.

Una sombra se detiene frente a mí.

—Buenas tardes. —No me molesto en levantar la vista, sigo con mi tarea—. Bienvenido a Theo's Jump. ¿Qué desea ordenar?

—Uhm… Tres malteadas, una de chocolate y dos de fresa, dos jugos de naranja, una porción de pastel de chocolate, dos donas y un cheesecake.

Esa voz…

Levanto la vista, olvidándome por completo de lo que estaba haciendo y entonces la veo.

Lleva el cabello rubio recogido en una coleta perfecta, muy diferente a la mata suelta y desordenada con la que la veo cada noche. Su blusa es nueva e impoluta. A su lado, está su novio, y un poco más atrás el imbécil del otro día le habla al oído a su amiga pelirroja mientras la castaña los mira de reojo.

Me aclaro la garganta e intento controlar los músculos de mi cara.

—Está bien, mi compañero se los llevará en un momento.

La rubia asiente y luego se dirige a una de las mesas vacías con sus amigos detrás sin dirigirme una segunda mirada. Suspiro y comienzo a preparar el pedido. Apenas un minuto después, Luc aparece. Sus ojos están clavados en Emilie.

—¿Qué hace tu rubia con esos ricachones? —pregunta en voz baja.

—No es mi rubia, tiene novio. —Por alguna razón, decir esa palabra me genera cierta molestia—. Y esos son sus amigos.

—¿Novio? —Silba—. ¿Te gusta una chica con novio?

—Ya te dije que no me gusta. —Termino de poner todo en la bandeja—. Lleva esto a su mesa. Y actúa como si no la conocieras.

Luc sonríe de lado mirando el reloj detrás de mí.

—De hecho, creo que es tu turno de atender las mesas.

Suelto una grosería.

—Luc…

—No me mires así, es cierto —se defiende.

Veo el reloj y, lamentablemente, descubro que tiene razón. Con Luc nos dividimos las horas. La mitad de la jornada él atiende mesas y yo la caja y luego cambiamos. Este es el momento de cambio. Si Emilie no estuviera aquí, Luc no habría tenido problema en atender otra mesa pero hoy está decido a tocarme las pelotas así que tomo la bandeja de mala gana y camino a paso lento hacia la mesa. En cuanto llego, la conversación muere.

Intento no mirar a Emilie mientras les dejo las cosas que pidieron sobre la mesa, aun cuando siento su mirada a quemando sobre mi sien.

—Hey, artista —prácticamente escupe Jackson—. ¿Este jugo tiene de tus polvitos mágicos o eso lo reservas solo para ti?

Suelta una carcajada como si hubiera dicho la cosa más divertida del mundo. La pelirroja y la castaña lo siguen y me es difícil no rodar los ojos.

—Si necesitan algo más, pueden llamarme y vendré enseguida —digo con los dientes apretados antes de irme.

No vuelven a llamar pero yo no puedo evitar mirar hacia la mesa cada pocos minutos. Hacia ella. Está sentada al lado de su novio y parece que él no puede dejar de tocarla. El pelo, la mano, la cara… Todo. Y no sé por qué pero siento algo extraño en el pecho cada vez que lo hace. No me gusta. No quiero sentirlo.

—¿Celoso, Pierce? —bromea Luc, obligándome a apartar la mirada de la parejita feliz.

—Ya te dije que no me gusta. —Casi grito, harto de su insistencia, pero mi convicción comienza a tambalearse.

Él no responde, sólo sonríe.

Por supuesto que no me gusta Emilie. Si apenas la conozco hace unas semanas. Además, tiene novio. No importa que no lo quiera, jamás intentaría algo con una chica con novio.

No, no me gusta Emilie. No siento nada más de cariño amistoso por ella.

Me lo repito una y otra vez hasta que se va e incluso después de eso. Lo repito cuando llego a mi casa y me encierro en mi habitación aprovechando que mi padre duerme en el sofá rodeado de botellas de cerveza. Lo repito mientras intento dibujar para distraerme y lo único que consigo son unos ojos pequeños y expresivos, una nariz respingada y unos labios delicados. No le hace justicia. Nada le hace justicia. Así que sigo intentándolo, hasta que se hace la hora de irme para verla en nuestro parque.

Hace tiempo dejé de repetir mi nuevo mantra. Ahora una sola cosa se repite en mi cabeza: estás jodido.

Y sí que lo estoy.

Hasta que las estrellas dejen de brillarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora