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Dudo que exista algo que odie más que las fiestas que mi madre organiza para mantener contentos a los socios de mi padre y mostrar la familia ejemplar que somos.

Las odio porque tengo que usar vestidos caros, sonreír todo el tiempo y fingir que me interesan los negocios. Porque siento que pierdo una parte de mí misma.

Últimamente fingir se me hace más difícil que antes. Me desgasta. No quiero hacerlo más, solo quiero…

La puerta se abre y mi madre entra sin siquiera pedir permiso. Está enfundada en un precioso vestido negro entallado. Es hermosa, no es algo que se pueda negar.

Varios de mis rasgos los heredé de ella: el cabello rubio, aunque el mío sea un par de tonos más oscuro; los ojos azules; la mirada fría… Somos tan parecidas pero tan diferentes al mismo tiempo.

—¿Estás lista?

Asiento, mirándome en el espejo de cuerpo completo. Ojos pintados de negro, labios rojos, cabello cayendo en ondas suaves, vestido rojo y tacones a juego.

Soy una princesa con una corona de sueños rotos y ansias de vivir.

—Bien, bajemos. Los invitados esperan.

La sigo. Amelie está afuera. Ella se decantó por un look más recatado. El maquillaje casi no se nota, su cabello cae en leves bucles y su vestido es color crema. Se ve… extraña. Decaída, algo ojerosa. Sacudo la cabeza y me prometo que apenas termine la fiesta le preguntaré.

Mi garganta se cierra cuando veo la cantidad de personas que hay en la sala. La mayoría son socios de mi padre con sus esposas pero también hay hijos —Allan y Abby entre ellos—. Mi novio me sonríe apenas me ve y yo me esfuerzo en hacer lo mismo.

Las siguientes horas las paso hablando con empresarios, escuchando sus ideas y sonriendo como una muñeca. Es agotador.

Apenas pude hablar con Allan unos minutos antes de volver a ser secuestrada por mi madre y uno de los socios de mi padre. De reojo lo veo hablar con uno de los directivos de la empresa. No luce a gusto, sino como si quisiera irse de aquí corriendo.

—Estaba pensando en implementar…

La conversación muere cuando alguien golpea una copa con una uña roja.

No, no alguien… Abby.

—Disculpen la interrupción pero hay algo que quiero decir. Le tengo un gran aprecio a mi amigo aquí presente, Allan White, y no puedo dejar que le sigan viendo la cara de estúpido. —Me mira y sonríe con frialdad—. Emilie Ainsworth no es tan perfecta como todos ustedes creen. Frecuenta a un drogadicto violento. —Mi corazón se detiene—. Y engaña a Allan con él.

El lugar queda en completo silencio, el único sonido que es escucha es mi corazón, que late como si hubiera corrido una maratón. Todos me miran, pero yo solo puedo ver a una persona. Allan sacude la cabeza y me mira como si esperara que lo negara, pero no puedo hablar, no puedo respirar.

—Eso… no es cierto —balbucea.

—Oh, sí que lo es. —Levanta su teléfono—. Tengo pruebas. —Toca la pantalla y unas voces que reconozco muy bien inundan la sala.

Somos Aiden y yo.

«—Escucha, sé que dijiste que todo estaba bien pero… No puedo dejar de pensar en que tal vez no es así, en que algo cambió luego de lo que sucedió anoche en la azotea.

—Nada cambió, Aiden. Te prometo que todo está bien».

El rostro de Allan ahora está pálido como el de un muerto. Los invitados comienzan a murmurar pero no podrían importarme menos, solo quiero llegar a él y explicarle lo que sucedió.

Hasta que las estrellas dejen de brillarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora