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Los días se escurren entre mis manos como arena

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Los días se escurren entre mis manos como arena. Pronto tendré que enviar mi solicitud para la universidad y eso me hace ser consciente de que el próximo año estaré estudiando administración de empresas. Dejaré por completo el arte. Mis sueños.

¿Quiero eso? ¿Realmente quiero sentarme en una oficina, teclear en una computadora y ladrar órdenes? Sé que no pero tampoco tengo muchas opciones. Si le digo a mi madre que quiero estudiar arte, se reirá en mi cara otra vez. No pagará mi carrera ni aunque le suplique de rodillas.

Para ella el arte es solo un pasatiempo, uno que la heredera de Ainsworth's Company no debería tener. Pero lo que no entiende es que el arte es mi manera de mantenerme viva.

Golpeo el lápiz contra mi cuaderno, dibujar es imposible con tanto caos en mi cabeza.

Mi celular suena. Estiro mi mano y mi pecho se hunde al ver que se trata de Allan. Quiere que veamos una película en su casa. No sé qué contestarle, no sé cómo decirle que no.

Desde ese día en la fiesta de halloween salir con él es un suplicio. No es por él, es por mí. Porque la culpa no me abandona, se aferra a mí con garras y dientes.

No ha vuelto a pasar nada remotamente parecido con Aiden. No hemos vuelto a cruzar los límites pero saber que si él no me hubiera detenido, yo lo hubiera besado me está matando lentamente.

Mi celular suena de nuevo. Lo miro, esperando encontrar otro mensaje de Allan preguntando por qué no contesto si ya vi el mensaje anterior pero no es él.

Es Aiden.

Idiota:
Soy Luc.

¿Puedes venir a casa? Aiden te necesita.

No necesito que diga nada más. Trabo mi puerta y salto por la ventana en ese instante.

El sol apenas está comenzando a caer, dejando entrever una amplia gama de rosas, morados y naranjas

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El sol apenas está comenzando a caer, dejando entrever una amplia gama de rosas, morados y naranjas. Las calles se sienten demasiado largas mientras mi corazón golpea rítmica mente contra mi caja torácica.

Luc no respondió el mensaje donde le preguntaba si Aiden estaba bien.

Apenas conseguí enviarle un mensaje corto a mi hermana para que le dijera a mamá que estaba en casa de Dani.

Los nervios me devoran poco a poco pero, afortunadamente, consigo ver pronto la casa del castaño.

Prácticamente corro hasta el pequeño cuarto al fondo. Abro la puerta con desesperación, encontrándome con una imagen que me rompe el corazón.

Bastidores rotos, pinturas derramadas por el piso, pinceles quebrados y, en medio de todo eso, está Aiden. Está arrodillado en el suelo, los brazos extendidos hacia adelante como si pudiera perdón, el rostro contraído en una expresión de dolor puro. Es como si ese chico burlón que he estado conociendo se hubiera evaporado y en su lugar hubieran dejado a esta versión triste y desolada.

Luc lo mira a unos metros de distancia, un pincel junto a sus zapatos me hace creer que Aiden se lo arrojó en cuanto quiso acercarse y consolarlo.

Me mira y puedo ver el dolor que le causa ver a su amigo así. Roto. No hay otra palabra para describir esto. Aiden está roto y las ansias de juntar sus pedazos me hacen picar las puntas de los dedos.

Doy un paso al frente. El pelinegro no se mueve. No me importa si me tira un pincel por la cabeza, no voy a irme de aquí hasta que él esté mejor.

No es hasta que llego a su lado que noto que yo también estoy llorando. Las lágrimas saladas se pierden en mis labios e impactan contra el suelo.

Me arrodillo y le pongo una mano en el hombro.

—¿Aiden?

Nada. Solo murmura palabras que no comprendo.

Y ya no lo resisto. Lo abrazo. No creo que nos hayamos abrazado hasta ahora y duele que sea en estas circunstancias. Él no me devuelve el gesto, pero tampoco me aparta y eso es suficiente.

Acaricio su espalda, sintiendo impotencia por no poder hacer más.

—Estoy aquí. Estoy aquí. No estás solo, Aiden. Sea lo que sea que suceda… no estás solo. Yo estoy contigo.

—No merezco un... abrazo —murmura entre sollozos, pero no se aparta, no tiene fuerzas para hacerlo—. No merezco tu… cariño.

Mi corazón se astilla, un golpe más y se partirá en miles de pedazos.

—Claro que lo mereces. ¿Por qué dices eso? Mereces mi cariño, eres mi amigo. Eres mi mejor amigo, Aiden.

Su rostro se contrae con dolor.

—Yo lo jodí todo. Lo jodí todo y ahora ya no están —solloza—. Quiero que vuelvan. Por favor… haz que vuelvan.

Me petrifico.

—¿Quiénes quieres que vuelvan?

Llora más fuerte.

—Mamá… La extraño. Quiero que me diga que todo va a estar bien. Quiero abrazar a Sophie una vez más.

Su madre. El recuerdo de esa noche donde dijo que a su madre le gustaban las estrellas me asalta. Pero no reconozco el nombre de Sophie.

De todas formas lo abrazo más fuerte, como si así pudiera juntar sus piezas rotas. En algún momento él deja de llorar y recuesta su cabeza en mi regazo. No pasa mucho tiempo antes de que el sueño lo venza. Yo me limito a acariciar su cabello, preguntándome cuántas cosas más no sé sobre Aiden Pierce.

Hasta que las estrellas dejen de brillarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora