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Luc decidió que no me dejará volver a mi casa, así que tendré que quedarme con él y Norah

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Luc decidió que no me dejará volver a mi casa, así que tendré que quedarme con él y Norah. Norah... Ya no puedo mentirle. Debo decirle la verdad.

Me siento increíblemente cansado, como si no hubiese dormido en días. Las muñecas me escuecen y la cabeza me palpita pero todo deja de importar cuando la veo. Sigue estando demasiado delgada pero eso no la hace ver menos hermosa. Nada podría hacer eso.

Lleva unos pantalones entallados y una sudadera que le queda enorme. Mi sudadera. Ver eso hace que mi corazón dé un salto en mi pecho. Es la sudadera que le dejé la noche en que nos conocimos.

No lleva maquillaje, así que sus pecas son totalmente visibles. Al igual que sus ojeras.

Intenta sonreírme cuando llega hasta mí.

—¿Estás listo?

No contesto.

Ella no insiste.

Me acompaña al estacionamiento, donde Luc nos espera en su auto. Se ve tranquilo, relajado, pero yo sé por la forma en que sus ojos me miran que está alerta, preocupado, y me odio un poco más por eso.

El camino a su casa es corto pero tenso. Emilie y Luc no paran de echarme miradas de reojo, como si temieran que fuera a sacar una cuchilla del bolsillo y cortarme las venas en cualquier momento.

Suspiro.

—No es como si pudiera intentar suicidarme aquí dentro así que dejen de mirarme así —pido, irritado.

Emilie baja la mirada, Luc la centra en el camino, y los dos murmuran un suave «lo siento».

Cuando llegamos, me toma unos cuantos minutos juntar el valor para bajar y enfrentar a la mujer que se convirtió en una segunda madre para mí.

Emilie toma mi mano.

—Puedes hacerlo. Yo estaré aquí contigo. No pienso dejarte solo.

Lo que no entiende es que quiero estar solo. Es lo que merezco.

Pero cuando entro a la casa y la veo, me alegro de tenerla conmigo porque siento que podría caer de rodillas y llorar como un niño pequeño. Norah me mira con los ojos rojos e hinchados, la viva imagen de la desolación.

—¿Por qué? ¿Por qué, mi niño? —susurra.

Cierro los ojos y las lágrimas comienzan a deslizarse por mis mejillas.

—Lo siento —sollozo—. Pero es mi culpa. Todo es mi culpa.

Abro los ojos solo para ver como los suyos se llenan de reconocimiento. Sus labios tiemblan antes de que venga a abrazarme. Me siento en casa. Por primera vez en mucho tiempo, me siento en casa.

Norah acaricia mi espalda con cariño.

—No es tu culpa, hijo. Nada de lo que sucedió es tu culpa.

—Pero yo... yo...

—No me importa lo que digas. Eres demasiado joven como para culparte por cosas como estas. Tu madre no querría esto.

Mi sangre se vuelve hielo.

—Eso no lo sabes porque ella está muerta. Yo...

—Sí, pero la conocía bien, y te amaba con todo su corazón. Tú y tu hermana eran lo más importante para ella y todo lo que quería era que fueran felices. Sophie no puede pero tú sí. Vive por ellas. Honralas.

No puedo hablar. Me ahogo con las lágrimas, con mi dolor.

—Las extraño demasiado. —Mi voz se rompe—. Y mi padre...

—Tú padre murió junto con tu madre y tu hermana. Este hombre que ha estado contigo estos últimos años no era tu padre. Era un monstruo.

¿Entonces por qué duele tanto perderlo?

«Es tu culpa. Es tu culpa. Los mataste. Todo el que amas muere. Tú los matas. ¿Dejarás que Norah o Luc sean los siguientes? ¿O será Emilie?»

No he salido de la cama en los últimos tres días para más que ir al baño

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No he salido de la cama en los últimos tres días para más que ir al baño. Todo me pesa, en especial respirar. El mismo día que me dieron el alta Luc trajo mi cama de mi casa y la dejó en el cuarto que uso para pintar. Él quería que me quedara dentro de la casa pero yo me negué. Era esto o irme a la mía, así que aceptó.

Emilie no ha vuelto a buscarme, aunque sospecho que Luc la mantiene informada.

No he tocado un pincel, no puedo. Cuando lo intento, solo puedo pensar en mi madre enseñándome a pintar, en mi padre diciéndome lo orgulloso que mis dibujos le hacían sentir y en mi hermana pidiéndome que le enseñe y diciéndome que desea ser como yo al crecer. Nunca podrá ser como yo porque nunca podrá crecer. Y eso es mi culpa.

No recuerdo cuando fue la última vez que comí como se debe. Mi estómago ha estado completamente cerrado estos últimos días. Apenas como un poco de lo que Luc o Norah me traen, y solo lo hago para que no me molesten.

No he hablado con Mark para explicarle por qué no he ido a trabajar. ¿Qué sentido tiene hacerlo?

Siento que caí en un pozo del cual no puedo —ni quiero— salir. No estoy muerto pero me siento como si lo estuviera. Y no sé si eso me emociona o me aterra.

Hasta que las estrellas dejen de brillarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora