Desearía poder decir que no recuerdo nada, pero lo hago, y es eso lo que me ha mantenido despierta durante casi toda la noche. No puedo dejar de pensar en cómo se sintieron sus labios bajo las yemas de mis dedos. O en los ruiditos que soltó cuando le masajeé el cabello.
Suelto un gruñido bajo e intento concentrarme en la clase, pero es inútil. Mi cabeza no piensa en fórmulas matemáticas y funciones, piensa en él.
—¿Estás bien? —me pregunta Allan en voz baja.
—¿Qué? Sí, claro. —Sigue viéndome como si no me creyera—. Dormí mal anoche, es todo. Estoy cansada.
No es del todo mentira.
—Vale. ¿Vendrás al partido?
Frunzo el ceño.
—¿Al partido?
—Sí, el que jugaremos mañana.
Claro. El partido. Lo había olvidado por completo.
—Por supuesto que iré. —Fuerzo una sonrisa—. No me lo perdería por nada en el mundo.
Él sonríe y mira que la profesora no esté viendo hacia donde estamos para besarme.
La culpa me invade.
¿Cómo reaccionaría si le dijera que anoche casi beso a mi mejor amigo? Que toqué sus labios y quise que estuvieran sobre los míos. Que lo deseé.
Le rompería el corazón. No puede saberlo. Y lo que sea que haya ocurrido entre Aiden y yo no puede volver a ocurrir.
Esta noche yo soy la última en llegar. Él está recargado contra nuestro árbol, un cigarrillo entre los dedos, la sudadera con más manchas de pintura de las que puedo contar, y el cabello oculto bajo la capucha. Luce exactamente igual al día en que nos conocimos.
Se tensa cuando me ve pero luego se relaja. Yo, en cambio, no puedo hacerlo. Me siento como una flecha a punto de ser disparada.
Nos sentamos bajo el árbol sin decir nada. La noche está nublada, sin estrellas que mirar. Lloverá en algunas horas.
Él no parece dispuesto a comenzar esta conversación que ambos sabemos tenemos pendiente, así que yo lo hago.
—Anoche… —Sacudo la cabeza—. Sé que te dije que lo sentía pero debo repetirlo, Aiden. Lo siento. No era yo. No quise… No quiero que lo que estuve a punto de hacer cambie nuestra amistad. Eres muy importante para mí y…
Él toma mis manos entre las suyas y yo dejo de respirar.
—No cambiará nada. Estabas ebria, no tienes que disculparte por algo que ni siquiera pasó.
Pero yo quería que pasara.
Me obligo a soltar una risa suave.
—Está bien. Lo siento. Tiendo a sobre pensar las cosas.
—Deja de disculparte por cosas que no son tu culpa.
Mi sonrisa decae y, por un momento, detesto que pueda leerme tan bien.
—Lo sien… —Una mirada severa de su parte y levanto los brazos como si me estuviera apuntando con un arma—. Okay, lo capto, no más disculpas.
Entonces, sonríe.
Y yo no puedo evitar pensar en lo mucho que me gustaría pintar su sonrisa.
No sé nada sobre fútbol americano.
Recuerdo que Allan intentó explicarme una vez las posiciones y jugadas pero desistió en cuanto se dio cuenta que nada de lo que decía quedaba en mi mente.
Así que ahora, mientras veo el partido, lo único que puedo decir es que hay personas corriendo para atrapar una pelota y llevarla a donde están unos palos enormes con forma de U. Oh, y también hay golpes. Muchos golpes.
Abby y Dani tampoco entienden nada, pero aún así gritan cada vez que Jackson o Allan hacen una anotación o como sea que se llame.
Queda muy poco tiempo y están empatados. El otro equipo juega bien, supongo, porque nos lo están poniendo difícil.
Allan se hace con el balón y corre a toda velocidad hacia los palos. Sus compañeros le cubren las espaldas. Todos gritan, enloquecidos, cuando finalmente logra anotar. Se anuncia que el partido terminó, con nuestro instituto como ganador, y Allan se zafa de sus compañeros para correr hacia las gradas.
—¿Qué está haciendo? —murmura Dani.
Allan llega a nuestra fila y se abre camino hacia mí. Oh, mierda. Me toma de la mano para que me ponga de pie y no me da tiempo a pensar antes de besarme. No es un beso corto ni calmado, es un beso ansioso y pasional. Sus manos aprietan mis caderas y su lengua invade mi boca.
Me quedo estática, incapaz de moverme. Sé que debo verme fatal al quedarme como una estatua mientras mi novio me besa de esta manera pero no puedo evitarlo.
Cuando se separa, está sonriendo.
—Creo que me diste suerte —dice acariciando mi mejilla.
—Creo que me dejaste sin oxígeno —le respondo en voz baja.
Él ríe.
—Llevaba todo el día queriendo hacer eso.
—Hay... —Me aclaro la garganta—. Hay demasiada gente.
Eleva una ceja.
—Eso nunca fue un problema.
Tiene razón. La gente a nuestro alrededor nunca fue un impedimento para besarnos como nos diera la gana.
Trago saliva.
—¡Hey, White! ¡Deja a tu novia y ven a festejar, maldito! —grita Jackson y Allan ríe.
—Debo ir. ¿Nos vemos luego?
Asiento.
—Claro. Ve.
Él me da otro beso, solo que este es apenas un roce de labios, y se va.
Me giro para volver a sentarme pero me quedo petrificada cuando lo veo allí, parado en la parte más alta de las gradas. Aiden. Sus ojos tormentosos están clavados en mí y la tensión en sus hombros y mandíbula es suficiente para hacerme temer que se haga daño.
Estoy a punto de dar un paso hacia él cuando se da media vuelta y se va, dejándome con un sabor amargo en la boca.
ESTÁS LEYENDO
Hasta que las estrellas dejen de brillar
RomancePara todo el que la mire, Emilie Ainsworth es perfecta. Pero Emilie odia todo sobre ella, así que finge. Finge que no le duele que su madre nunca vea nada bueno en ella. Finge que ama a su novio. Finge que ya no le gusta el arte. Finge que no está m...