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No planeaba besar a Aiden, pero me alegra haberlo hecho

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No planeaba besar a Aiden, pero me alegra haberlo hecho.

Es como si todas las cosas malas a mi alrededor se hubieran evaporado durante ese tiempo que pasamos en el lago. No escuché voces diciendo cosas hirientes, no me sentí acomplejada por cómo me veía ni ansiedad respecto a qué haría luego. Solo sentí paz, felicidad.

Durante la noche, fue casi imposible dormir. Todo en lo que podía pensar era en nuestros besos. En que ahora somos algo.

Estoy sentada en el sofá viendo una película sobre un perro perdido cuando Aiden finalmente baja las escaleras. Son casi las 10 de la mañana. Durmió bastante.

—Buenos días —me saluda con una sonrisa. Sus ojos aún se ven algo adormilados, a pesar de que su cabello húmedo me indica que ya se duchó.

—Buenos días. Siéntete libre de hacer lo que quieras para desayunar.

—¿Tú ya comiste?

Me tenso.

—Sí, hace una hora. —No, no comí. Quiero hacerlo pero no quiero sentirme mal por ello después y arruinar este momento.

—Lo siento por dormir tanto. No sé qué sucedió. Usualmente no duermo más de cuatro horas pero…

—Está bien. No tienes que disculparte.

Minutos después, se sienta junto a mí con un plato de tortitas. Mi estómago gruñe y Aiden me mira con una ceja arqueada.

—¿Quieres?

Mi garganta se seca. Quiero, por supuesto que quiero pero…

Pese al caos en mi cabeza, asiento. Aiden corta un pedazo de tortita y lleva el tenedor a mi boca. En otro momento, podría reír ante la imagen de él alimentándome pero estoy demasiado ocupada intentando no pensar en la cantidad de calorías que tiene esto o en cómo ayer no pude correr como lo hago siempre.

Está delicioso. Aiden cocina realmente delicioso.

—¿Te gusta? —pregunta, mordiéndose el labio.

—¡Me encanta! No sabía que cocinabas así.

—Bueno, tuve que aprender cuando… ya sabes. —Se aclara la garganta y mira hacia otro lado—. Antes no podía freír un huevo sin quemar la sartén.

La tristeza me inunda al pensar en todo lo que sufrió. No merecía nada de eso. Tenía solo dieciséis años.

—¿Puedo probar un poco más? —pregunto, sorprendiéndonos a ambos.

—Claro que sí.

Tal vez más tarde me sienta mal pero ahora, en este preciso momento, me siento bien y no quiero empañar el momento con malos pensamientos.

Horas después, estamos en el lago nuevamente

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Horas después, estamos en el lago nuevamente. Una ligera brisa mueve mi cabello, haciendo imposible mantenerlo en su lugar. Aiden ríe y lo peina con sus dedos.

—¿Te he dicho lo mucho que me gusta tu cabello? —comenta.

Sacudo la cabeza.

—Pues me encanta. Es hermoso. Eres hermosa.

Él no lo sabe, pero sus palabras lo significan todo para mí. Incluso si no le creo. Incluso si la voz en mi cabeza me susurra que es mentira.

—Y tus ojos… dios, tus ojos —continúa.

—¿Qué tienen mis ojos?

—Me hipnotizan. Fueron lo primero en lo que me fijé cuando te conocí. Ese azul profundo. Se convirtió en mi color favorito.

Me quedo muy quieta.

—¿El color de mis ojos es tu color favorito?

Él asiente, sonriente, y sigue jugando con mi cabello.

Una sonrisa idiotizada se apropia de mis labios. Nunca vi mis ojos o mi cabello como algo bonito, pero Aiden lo hace ver como si fueran lo más hermoso que ha visto.

Y me gusta. Claro que me gusta.

El resto del tiempo de nuestras pequeñas vacaciones lo pasamos viendo películas, escuchando música y contando estrellas

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El resto del tiempo de nuestras pequeñas vacaciones lo pasamos viendo películas, escuchando música y contando estrellas. Algunos lo llamarían pérdida de tiempo, para mí es el plan perfecto.

Y cuando llega la hora de irse el domingo por la tarde, me siento tentada a pedirle que nos quedemos, que no nos vayamos nunca. Pero no puedo. Los dos tenemos cosas que hacer.

Hablamos todo el trayecto de vuelta. No de cosas importantes, sino de pequeños detalles como lo mucho que le gusta el café con dos cucharadas de azúcar o lo incómodo que es el sofá.

Y cuando llegamos a su casa, nos miramos, nos sonreímos y nos besamos.

Se siente como si todo estuviera en su lugar, finalmente. Y me aterra que se termine cuando acaba de empezar.

Hasta que las estrellas dejen de brillarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora