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Mis planes de tomar una ducha y acostarme a dormir otro rato se ven truncados por la figura de Allan sentada en el sofá junto a mi hermana

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Mis planes de tomar una ducha y acostarme a dormir otro rato se ven truncados por la figura de Allan sentada en el sofá junto a mi hermana.

Apenas entro, levanta la cabeza. Su rostro se llena de alivio.

—¿Estás bien?

Asiento, confundida.

—Sí. ¿Qué haces aquí?

—Estaba preocupado —suelta—. No respondiste mis mensajes ni mis llamadas.

Miro mi teléfono y, en efecto, tengo diez mensajes suyos y cinco llamadas. Mierda.

—Lo siento, me sentía mal así que me fui a dormir temprano y no he mirado el celular desde entonces.

No veo a mi hermana pero siento su mirada sobre mí todo el tiempo.

Allan suspira, parece tragarse mi mentira. Se acerca más y acaricia mis brazos por sobre mi chaqueta.

—¿Te sientes mejor?

Asiento, él sonríe y me da un beso corto en los labios.

—Está bien —murmura—. Debo irme, quedé con mi padre para ir a la empresa en una hora, solo quería ver si estabas bien. ¿Te parece si paso por ti en la noche? Hace tiempo que no pasamos un rato juntos.

A pesar de que quiero decir que no, asiento, y en mi rostro se forma la sonrisa más falsa que tuve en mi vida.

—Me parece perfecto.

Él también sonríe, una sonrisa dulce, tierna, y me besa una vez más antes de irse.

Camino hacia las escaleras, buscando huir de Amelie pero es demasiado tarde.

—¿Por qué le mentiste? —En su voz no hay reproche, solo curiosidad.

Suspiro y me giro, sabiendo que no puedo mentirle, no a ella.

—No podía decirle que pasé la noche con otro chico.

Sus cejas se disparan de inmediato.

Mis ojos se ensanchan al notar lo mal que suena.

—No de esa manera. Solo… dormimos. Él me necesitaba.

—No me habías dicho que tenías un amigo.

—Últimamente no pasas mucho tiempo en casa. —Traga saliva y aparta la mirada—. Y no me parecía algo relevante.

—¿Y ahora sí?

—No lo sé, pero algo cambió. Tal vez sea porque nos conocemos mejor, porque se abrió conmigo y me mostró algunas de mis heridas, pero se siente… diferente.

Mi hermana sonríe como si supiera algo que yo no. Se acomoda sobre el sofá.

—Cuéntame sobre él.

Y lo hago. Paso las siguientes horas hablándole sobre Aiden y nuestra amistad.

Para cuando Allan llega, yo ya estoy enfundada en unos jeans ajustados y una blusa negra escotada

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Para cuando Allan llega, yo ya estoy enfundada en unos jeans ajustados y una blusa negra escotada. Mi cabello cae en suaves ondas a los lados de mi rostro y se mueve con cada paso que doy.

No pierde el tiempo en halagarme apenas me ve, y yo finjo que sus adulaciones me provocan algo.

Conduce con cuidado, siempre precavido, hasta que llegamos a su casa. El auto de su padre no está, por lo que supongo que tenemos la casa sola para nosotros. Y así es. Ni siquiera la cocinera se encuentra aquí.

Allan me guía a la sala, me hace sentarme y me ofrece el control remoto.

—Pon una película mientras hago las palomitas.

Asiento y comienzo a buscar una. Hay muchas para elegir, pero acabo decantándome por una de guerra. Sé que Allan se va a sorprender pero no tengo ganas de ver a dos tortolitos comiéndose la boca y diciendo frases cursis todo el tiempo.

Como pensé, Allan me mira extrañado cuando nota la película que escogí pero no dice nada.

Pone las palomitas en la mesa ratona frente a nosotros y le da play. Y pese a que la película se ve entretenida, mi mente no está aquí, está con Aiden, en ese mensaje que le envié diciéndole que no podría ir al parque y nunca contestó.

¿Estará bien? ¿Habrá vuelto a romperse? No, Luc me hubiera llamado.

Allan corta mis pensamientos cuando comienza a acariciar mi pierna. La ropa sirve como barrera pero aún así siento su calor. Trago saliva. Las caricias suben por mi costado, debajo de mi blusa, haciéndome cosquillas en las costillas. Su mano continúa su camino ascendente hasta que roza uno de mis senos. Me estremezco. Mi sostén es delgado, se siente todo a través de él.

Me mira, la pregunta implícita en sus ojos, y cuando asiento me quita la blusa. No es la primera vez que hacemos esto y no me hace sentir cohibida que me devore con la mirada. Es más, me hace sentir poderosa.

Besa mi cuello con devoción. Me es imposible no soltar un gemido suave. Sus labios bajan, trazan mi garganta y se detienen en la curva de mis senos. Otra vez esa mirada. Otro asentimiento. El sostén toca el suelo. Sus ojos se oscurecen, el deseo es lo único que los hace brillar.

No pierde el tiempo, acerca su boca a uno de ellos y comienza a lamer y morder con delicadeza mientras su otra mano aprieta el otro pezón.

Llevo mis manos a su cabello y tiro de él, sintiendo como el placer me recorre completa. Pero entonces su cabello ya no es lacio, hay rizos salvajes bajo mis manos. Y cuando levanta la cara para verme y regalarme una sonrisa antes de besarme, sus ojos no son azules, son negros. Me aparto y Allan vuelve a aparecer pero todas las sensaciones de hace un momento se evaporaron en el momento en que vi a Aiden. ¿Qué carajos?

—¿Estás bien?

Trago saliva, me pongo de pie y busco mi blusa.

—Sí, sí. Yo solo… —Sacudo la cabeza—. Lo siento, Allan, pero no me siento como para… ya sabes, no…

—Está bien —dice, comprensivo—. Entiendo. ¿Quieres que te lleve a tu casa?

—Sí, por favor.

No refuta, solo me pide un momento. Va al baño y me es imposible no notar su erección.

Un bloque de cemento se forma en mi garganta.

Cuando sale su amiguito ya está en su lugar nuevamente. No hay reproche en su mirada, solo amor, y eso me hace sentir peor porque vi a otra persona mientras él me daba placer. ¿Qué tan jodido es eso?

Me deja en mi casa con un beso en la frente y se va. Yo, por mi parte, me meto en la cama sin siquiera ducharme, intentando dormir y olvidar todo lo que sucedió en las últimas dos horas, pero es imposible.

«Maldita sea, Aiden, ¿qué me hiciste?»

Hasta que las estrellas dejen de brillarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora